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Sin
esperar a que los vecinos recojan pliegos de firmas, el
compositor, pianista y genialón Felipe Campuzano ha pedido que
le pongan una calle en Ecija. Ole. ¿Dónde hay que firmar,
señor alcalde de Ecija? Sí, señor, que se la pongan. Pero ya
mismito. Que Felipe Campuzano pueda ver su nombre en azulejos en
una esquina de Ecija, aunque el acto de descubrimiento de la
placa lo hagan en pleno mes de agosto, a las tres de la tarde,
con 45 grados a la sombra, como dijo don Alfredo Alvarez Pickman
a su mujer cantando las excelencias del calor andaluz en el
veraneo de San Sebastián:
-- ¿Y quién te ha dicho a ti que Felipe Campuzano se va a
poner a la sombra?
Que le pongan cuanto antes la calle a Campuzano, entre otras
cosas para que se quiebre esa Ley de los Cuervos de Andalucía,
que dice que aquí, para ser el mejor de los nacidos, tienes que
ser antes el mejor de los muertos. Que le pongan a Campuzano una
calle en Ecija en vida, como le han puesto a Rocío Jurado el
nombre de la plazoleta del Parque Genovés que da entrada al
Teatro Pemán de Cádiz.
Con lo que representa la música de Campuzano a Andalucía,
Felipe tiene el cenizo. A Campuzano, que podía glorificarlo la
Consejería de Cultura, quien únicamente le da su sitio como
artista irrepetible es Jesús Gil. Claro, con amigos como Gil,
Campuzano no necesita enemigos. Igual que los alcaldes de Bilbao
en el franquismo le ponían un piso oficial a la querida, Gil le
ha puesto a Campuzano un Conservatorio en Marbella, con su
nombre allí en la fachada en letras de oro, las que se merece
Felipe, que yo las he visto. Nada más que los discos de sus
creaciones para piano merecerían que hace muchos años le
hubieran dado a Campuzano por lo menos la Medalla de Andalucía
y media docena de calles. Sus músicas son tan clásicas, que no
parecen de Campuzano, parecen de toda la vida. Todo lo que la
gente oye por los hilos musicales y se cree que es de Falla, es
de Campuzano. "Las salinas" es tan clásico que parece
que las escribió un tío con un bigote la mar de grande, en
tiempos de Albéniz, no este Felipe genial que ha encontrado su
acomodo y su tranquilidad en Marbella.
A Campuzano le pasa como a Manuel Alejandro, otro genio. Que
como miramos la música popular andaluza por el retrovisor, todo
se nos va en Quintero, León y Quiroga, cuando el Quiroga de
nuestra época es Campuzano y el Rafael de León quizá sea
Manuel Alejandro. Pero ninguno de los dos entienden de barcos ni
de dorar las píldoras de las consejerías, no están en Madrid,
en la pomada comercial que fabrica un José Mercé cada cinco
minutos y una Sara Baras cada dos. El uno está en su playa
gaditana y el otro en su playa malagueña, viendo los dos los
barcos venir. Claro que de vez en cuando, a Campuzano le hierve
el agua del radiador, como le ocurrió con la calor de Ecija la
otra noche, y aproximadamente proclama las injusticias de esta
Andalucía, madrastra caprichosa de los que han nacido fuera de
ella y mala madre que no se acuerda de sus hijos hasta que
están en el patio de las malvas con dos cuartas de jaramago en
todo lo alto.
Campuzano hace muy bien pidiendo una calle para sí mismo en
Ecija. ¿Y por qué no otra en Cádiz, en su Cádiz natal, el
que suena en toda su música? La otra mañana llevé a un amigo
a enseñarle La Caleta gaditana. En la mismísima Puerta de la
Caleta, le mostré la blanca casamata antaño militar donde
Felipe Campuzano empezó a tocar el piano. Lo que no le dije a
mi amigo es que aquellas olitas caleteras seguían tocando la
música de Campuzano, como cada atardecer el sol suena por
Manuel de Falla cuando sus últimos destellos rugen en el mar...
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