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la quincallería y bisutería fina, a los abalorios y colgajos,
ahora les llaman "merchandising". Por ejemplo: un
puesto de gorros, bufandas, llaveros, pins, camisetas y banderas
con los colores del Málaga, del Recre, del Sevilla o del Betis
a las puertas de un campo de fútbol es, dicho por lo fino, un
punto de venta de merchandising. Cuando las lumbreras de los
presupuestos y las cuentas del Gran Capitán hacen los números,
siempre meten una partida de ingresos por derechos de imagen.
Como vivimos en la sociedad de la imagen, con el merchandising
se demuestra que de la imagen también se vive: de los derechos
y regalías que genera.
Así se explica lo de la redada contra quienes traficaban
ilegalmente con la imagen del toro de Osborne, la negra silueta
encampanada que para las dehesas de las carreteras diseñó la
creatividad publicitaria de Manolo Prieto. Por camisetas y
gorras, andaban vendiendo la silueta del toro de Osborne sin
pagar derechos de autor a las bodegas y han trincado a los
defraudadores y les han intervenido la mercancía que tenían
para la venta, donde menos calzones blancos con la silueta del
zaíno había toda clase de objetos y maritatas, hasta bragas de
señora creo.
Nos creíamos en punto al toro
de Osborne que lo que es de España es de los españoles,
que era una imagen de uso público y de propiedad general, como
las nueve sinfonías de Beethoven o "El Quijote". Tú
grabas un disco con la Quinta grabada a tamboril y flauta
rocieros, por ejemplo, y no tienes que andar buscando a los
herederos de Beethoven para registrar a su nombre los derechos
de los discos en la Sociedad de Autores. Nos creíamos que el
toro de Osborne era así: tan público como el aire y la luz de
la España en que su silueta se dibuja en el horizonte. Pero
estábamos equivocados. Yo sabía que los Osborne, en su
admirable su resistencia a las multinacionales como empresa
familiar, eran unos monstruos comercializando productos propios
y ajenos. Los Osborne, aparte del Fino Quinta y del Veterano,
tienen medio mercado alimentario suyo, del Anís del Mono al
queso Bofard, pasando por los jamones de Sánchez, Romero y
Carvajal. Desconocía que Ocisa también comercializara la
quincallería del toro de Manolo Prieto. Los derechos del toro
de Osborne nos hacen pensar en otros que no devengan regalías:
los derechos de imagen de Andalucía. Si Andalucía inscribiera
sus símbolos en el Registro de la Propiedad Intelectual, aquí
podíamos vivir casi todos de los derechos de imagen. Desde
Tartessos a esta parte, Andalucía no ha hecho otra cosa que
ofrecer al mundo su imagen, sin cobrar un duro por sus derechos.
Por no tirar tan largo, al menos desde los viajeros románticos
a esta parte, España ha vivido a costa de los derechos de
imagen que le cedía Andalucía, sin cobrar un duro y, por el
contrario, cargando con el mochuelo de los tópicos. Si
Andalucía registrara la propiedad intelectual del sol, de los
caballos, del flamenco, de los toros, de la cal, de la reja, del
barroco, de la Semana Santa, de las ferias, del Rocío, de
Carmen, de Fígaro, de Don Juan, de la picaresca, de Pedro
Romero, de Pepe Hillo, de Joselito, de Belmonte, de Manolete, de
la copla, de Quintero, de León, de Quiroga, de Lorca, de
Alberti, de Cernuda, de Velázquez, de Murillo, y sigan
apuntando símbolos que Andalucía le presta gratuitamente a
España, aquí podíamos todos vivir de las rentas del cortijo
de nuestro pasado cultural e histórico. Esas imágenes que todo
el mundo utiliza sin pagarnos ni un durito, y que son privativas
de Andalucía, producirían al año unos derechos que
superarían los tres billones de presupuesto de la Junta.
Sobre el toro de Osborne, en El
Redcuadro:
Indulto
para un toro (el
primer artículo que se publicó para salvar el Toro de Osborne)
Ojú por el
toro de Osborne
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