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En
una de esas semanitas trágicas de luna llena y buen tiempo,
cuando a las playas de Tarifa llegan desembarcos de Normandía
enteros de pateras de marroquíes y africanos, dije que ojalá
cuidáramos a los inmigrantes forzados por lo menos como a los
linces. Ser lince en Doñana es bastante más gratificante que
senegalés en el polideportivo de Tarifa o a lo largo de las
cunetas de la CN-340. Las aves migratorias reciben a veces mucho
mejor trato que los inmigrantes. Ya quisieran muchos moritos de
Tetuán ser aves migratorias en vez de personas emigrantes. A
escala pública, ocurre como en los usos privados. No es que
quiera despachar cuarto y mitad de moralina porque estamos en
vísperas de la penitencial Cuaresma, pero miren en los
supermercados y en las grandes superficies los estantes de
comidas para perros y para gatos, de alpiste para los canarios.
Nos preocupamos más de los animales de compañía que de las
malas compañías de los países que nos circundan y nos envían
las levas de inmigrantes. Si la señora de la parcelita se gasta
en comida para el perro lo que solucionaría hambrunas de
poblados tipo ONG enteros, a la Administración le ocurre tres
cuartos de lo propio. Tengo que decirle a Catón, filatélico
del Boletín Oficial de la Junta de Andalucía, que me mire una
sospecha y un pálpito: que a ver si los poderes públicos, como
me huelo, destinan más dinero a la preservación de la flora y
fauna que a la atención de los inmigrantes que llegan en cueros
y descalzos, abrasados por el sol o ateridos por los fríos del
Estrecho.
Cuanto queda dicho está mucho mejor expresado, con la
suprema economía verbal de las pintadas, en un letrero que
puede verse por decenas de tapias de los pueblos marismeños de
la linde de las provincias de Sevilla y Huelva. Sospecho que lo
han escrito los antiguos trabajadores de las minas de
Aznalcóllar, pero también podían haberlos pintado los de
Riotinto. Y quien dice los de Riotinto, dice los de todas las
minas andaluzas que se cerraron desde tiempos de Rege Carolo, y
empiecen, por ejemplo, a poner pueblos de la provincia de Jaén
y empiecen a poner el nombre de Peñarroya. La impresionante
pintada marismeña, con un fondo de cielo y de humedal, dice:
"Mineros y patos, el mismo trato".
Eso no es una pintada. Eso suena a un viejo refrán, de los
que vienen en el Covarrubias. Eso parece la filacteria de las
armas de un escudo de piedra sobre una casona hidalga de Ronda o
de Ecija. Eso, en realidad, más que una pintada, es un Tratado
de Ética Política. Aunque, como aquello de Pío Baroja con la
cabecera de "El Pensamiento Navarro", quizá acabe de
escribir una contradicción: ¿Ética y Política?
No sé, sin embargo, contra quién escriben los mineros. De
Aznalcòllar, supongo, en plan Livingstone y Stanley. ¿Quién
tiene que ocuparse de los mineros y quién de los patos? ¿Son
las mismas administraciones? A la vista de los tractores de los
algodoneros concentrados ante la Delegación del Gobierno y del
consejero de Agricultura dando el mitin (y nunca mejor dicho lo
de dar el mitin), le imagino que en asunto de mineros se
aplicará por parte del gobierno andaluz la estrategia de
siempre: las reclamaciones, al maestro armero de Madrid. Lo que
permita anotarse tantos, se lo apunta la Junta; lo que sirva
para armar la garata, contra los adversarios políticos. De modo
que, ante la pintada, la elección estratégica será tan
sencilla como siempre: los patos están tan divinamente porque
dependen de la Junta; en cambio los mineros, como dependen de
Madrid, pues que protesten. Ya irá por allí un consejero para
echarles una manita, megáfono en mano, en esta moda de que los
políticos, en vez de arreglar los problemas, se ponen a
encabezar manifestaciones.
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