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                Dicen
                que ni en Francia ni en Gran Bretaña. Que sólo en el Reino de
                Sevilla existe una parque de coches de caballos tan numeroso y
                tan perfectamente mantenido y en uso y rodaje como en nuestra
                tierra. ¿Será por vivir bien y por alardear de vivir bien?
                Aquí hay más afición al güisqui que en Escocia, más
                afición al caballo que en Inglaterra y más afición al fuá de
                Las Landas que en Francia. La Feria de Sevilla es el único
                sitio del mundo donde en plena globalización hay
                embotellamientos de coches de caballos. Y la anual
                exhibición de enganches, sin subvención pública alguna,
                ni de la Junta ni del Gobierno, ni del Ayuntamiento ni de la
                Diputación, es un espectáculo de conservacionismo de
                tradiciones excepcional. A uno que presume de tener los mejores
                coches y enganches le pregunté:
                 -- A precio de mercado entre los coleccionistas, ¿cuánto
                valen los enganches
                y los carruajes que se exhibieron en la plaza de toros de
                Sevilla la otra mañana? 
                Me dijo: 
                -- Sin exagerar, allí desfilaron por lo menos 2.000 millones
                de pesetas. Y si le sumas lo que cuesta a lo largo del año
                mantener los caballos y los coches, los sueldos de los cocheros,
                los gastos de las cuadras que has de tener, se pone por lo menos
                en los 3.000 millones de pesetas. 
                Quien dice la Feria dice la Semana Santa. ¿Cuánto vale la
                riqueza artística que cualquier ciudad andaluza pone en la
                calle durante la Semana Santa? Y como los coches de caballos:
                también si un duro público de subvención, hecho por todos y
                pagado por todos. Si se unen ambas expresiones colectivas, se
                colige que se trata de exhibiciones efímeras, en el sentido
                barroco del cortejo. Al andaluz le encanta todo lo que pasa, lo
                que discurre, lo que desfila. Una procesión o un paseo de
                coches de caballos, la cuestión es que unos vayan en el cortejo
                para ser mirados y admirados y otros estén en la acera
                mirándolos. Media Andalucía se exhibe y la otra media
                contempla, encantada, cómo lo hace. Eso pasa en Sevilla, y pasa
                en Jerez, y pasa en Málaga, y pasa en cualquier pueblo. 
                La vanidad. La gran motivación del andaluz es la vanidad.
                Por vanidad de la Junta, para exhibir sus parques tecnológicos
                como si fueran pasos de Semana Santa y sus inversiones públicas
                cual enganches, ha salido tan bien la visita del Príncipe de
                Asturias. Si Andalucía es tan tradicional es por vanidad. Por
                vanidad de hermanos mayores, de priostes y de diputados mayores
                de gobierno se conserva el tesoro patrimonial de las cofradías.
                Por vanidad de nuevos ricos y especuladores del ramo de la
                construcción se mantiene el tesoro de los caballos y los
                enganches. En otros sitios, los nuevos ricos se gastan el dinero
                en comprar Picassos y yates para la Costa Azul. Aquí se lo
                gastan en ser hermanos mayores de una cofradía o en enganchar
                en Feria. Pero hasta la más humilde de las hermandades de
                barrio lleva un lujo de pasos, enseres y túnicas que parece que
                la cofradía fuera de los más ricos del lugar. Para ser, para
                estar, para existir, hay que exhibirse, alardear. En el resto de
                las actividades da todo lo mismo. Somos incumplidores,
                chapuceros, flojos, en el supremo principio de "así mismo
                está bien". Paradójicamente, ese que no la dobla en su
                trabajo es el que con más ahínco limpia la plata en su
                hermandad. El empresario que en sus exportaciones trata de meter
                la bacalá es el que con más esmero comprueba que la distancia
                exacta en centímetros entre los botones de la casaca del
                cochero de su carruaje sea la de reglamento. Aplicamos las
                normas DIN de la calidad sólo a los palios y a las carretelas.
                Para lo demás, la norma del "vámonos que nos vamos".
                Lo más sorprendente es que así nos va divinamente. Y encima
                nos creemos que esto es Europa. 
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