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Le
pones una música y es que suena, sola, la letra de una
sevillana del Chiquetete. Porque la barca se llama
"Carmen". Es una barca con vela latina, armada por
carpinteros de ribera. La han puesto a modo de monumento en
Coria, con su basamento por todo lo alto, marmóreo y municipal,
en el paseo de la orilla del río. Un monumento en recuerdo de
los corianos pescadores del Guadalquivir, a los pescados con que
el río abastecía a las poblaciones ribereñas: los albures,
los sábalos, los barbos.
El gran río, gran rey de Andalucía que lo llamó Góngora,
es siempre un rey destronado. Andalucía vive de espaldas al
río que la vertebra. El Guadalquivir suena en las coplas, en
los romances, pero no en las preocupaciones ecologistas de esta
hora. Nada sabemos apenas del río. El de las naves de la
Bética que llevaban las ánforas de aceite hasta Roma. El río
fernandino de la Reconquista, Guadalquivir abajo, de Jaén a
Sevilla. (Cuando San Fernando se quedó sin río que conquistar,
vino su niño, Alfonso el Sabio, que también era muy flamenco,
y puso la cejilla en el siete del otro río, del Guadalete, para
cantar por Jerez y los Puertos.) Tampoco sabemos nada del río
de los galeones de la Carrera de Indias, que llevó su
desembocadura mucho más allá de Sanlúcar, hasta la letra de
un cante: "Ni Veracruz es Veracruz,/ni Santo Domingo es
Santo,/ni Puerto Rico es tan rico/pá que lo veneren
tanto".
Ojalá nos preocupáramos del río como del Coto de Doñana.
La barca coriana que tiene en su quilla el nombre marinero de
"Carmen" es un monumento a algo que ha muerto. Es como
si en Doñana levantaran un monumento al último lince muerto,
extinta la especie. La barca de Coria recuerda a los pescadores
de albures, de sábalos, de barbos. De los pescados del río.
Pero ni el albur es un lince, ni el sábalo es un lince, ni el
barbo es un lince. El albur no vende demagogia ecologista y el
lince sí. En el reino animal, por lo visto, hay clases. Castas
privilegiadas dignas de toda protección, como el lince, y
especies despreciables, dignas de todo olvido, como ese triste
villancico de los peces andaluces en el río de la historia.
Ojalá se protegieran a estas especies del río con la energía
que al lince en la Carretera de la Fresa. Para que los albures
vivan como reyes en el Guadalquivir no se ha hecho una sola
glorieta en Coria, sino un monumento funeral. Nada se ha hecho
contra los vertidos que mataron los barbos en Alcalá del Río,
los sábalos en la orilla de La Algaba.
Hasta hace veinte, treinta años, desde el puente de Los
Remedios de Sevilla podían verse barcas de vela latina, como la
"Carmen" coriana, con su red de cuchara, pescando
estas especies. El río aún tenía vida. No habían acabado los
vertidos con esas maravillas de los adobos ribereños del
sábalo, del albur, del barbo. Ya no queda una sola de esas
barcas. Ni se ha tomado ningún etnólogo el trabajo de
llevarlas a un museo. Esas barcas eran la pervivencia de Roma,
del paisaje del río en los cuadros costumbristas de los
pintores del XIX. Esas barcas tenían por lo menos el mismo
interés que los flamencos de la laguna de Fuente de Piedra o
que los pinsapos de Grazalema. En Londres decidieron devolver la
vida al Támesis y celebraron cuando se pudo volver a pescar un
pez autóctono de su fauna. Aquí estamos dejando morir el río.
Vienen días de Velá en Triana, de ferias en los pueblos de
la ribera. Como raras exquisiteces, quizá podamos ver en una
caseta o en un bar el pizarrón cuya tiza anuncia los sábalos,
los albures, los barbos, en un adobo que no anda lejos del
"garum" romano. Qué resistencia la de los peces el
río. No solamente han resistido la contaminación de las aguas
sino la demagogia de Medio Ambiente.
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