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El
otro día, en el puente de Triana, volvieron a escribir los tres
versos de una soleá de alfar y fragua con los colores rojo,
amarillo y morado de unas banderas: "Qué bonita está
Triana/cuando le ponen al puente/banderas republicanas". A
veces toda la Historia de España pasa por el puente, en el río
que lleva las coplas. Por ese puente pasó Isabel II camino de
la fábrica de loza que un inglés, Mister Pickmann, había
puesto en un convento desamortizado. Fue la primera Reina que
pisó La Cartuja de la Expo. Las coplas lo recuerdan: "Por
el puente Triana/pasa la Reina,/no llevaba corona/tan sólo
peina". Pero en un 14 de abril anticipado, la Triana que se
había acostado isabelina se levantó republicana en 1873, y en
el puente de Isabel II izó las banderas republicanas de los
cantes del Zurraque.
Tan bonita se pondría Triana
con ellas, que debió de ser por aquellos mismos años
pimargallianos cuando los delfines, para conmemorar el hecho,
subieron un día por el río hasta Sevilla. Sevilla y Triana se
echaron al puente para verlos. De Triana salió al puente una
niña de encaje y miriñaque, la señorita Ana Ruiz. De Sevilla
vino un joven krausista de levita y positivismo: don Antonio
Machado Alvarez. Y en la eterna reescritura de la copla del
puente, un idilio de amor empezó a sonreír sobre un fondo
plateado de delfines entre la señorita de Triana y el avanzado
krausista de Sevilla. Antonio Machado y Ana Ruiz se enamoraron
en el puente, entre el reinado de peina y mantón de Isabel II y
las banderas federalistas de la I República. Así se explica
perfectamente que de aquel amor nacieran, en la banda de
Sevilla, junto a un patio de la Magdalena y un limonero de
Dueñas, las dos Españas de la poesía: Manuel y Antonio
Machado.
Ahora no suben delfines por el
río ni hay señoritas trianeras que se enamoren de krausistas
de ideas avanzadas. Ahora por el río suben las dentelladas de
tiburón de la rota concordia nacional. Mal van deben de ir las
cosas, maestro Machado, cuando abril se nos ha puesto de nuevo
tricolor de banderitas del puente. Hay canteros irresponsables
muy empeñados en poner los sillares de la corona mural y hasta
el gorro frigio a los leones de las Cortes. Alguno de esos
canteros hasta ha hecho piedra de sillar con la sangre de su
propio hijo, para trocar en mural la regia corona de la
concordia, rota muy lejos, como en una última guerra colonial a
la que hubiéramos mandado los viejos barcos con honra de la
manigua cubana o de aquella Manila de la que vino el mantón que
por el puente de Triana arrastraba la reina Isabelona en los
bordones de las coplas.
Puede que Triana esté bonita
cuando le ponen al puente banderas republicanas. Lo que sí te
digo es que te ibas a enterar tú de lo que le ponen al puente
si aquí no tuviéramos a este Rey que nos trajo las libertades.
Incluida esta suprema, contradictoria y bendita libertad de que
le pongan al puente anticonstitucionales banderas republicanas y
no metan a nadie en los veinticinco calabozos que tiene la
cárcel de Utrera.
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