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Si
me gustan por algo los pueblos andaluces en esta época es
porque sigue habiendo cines de verano. Los cines de verano los
deberían patrocinar los alcaldes de los pueblos para que se
haga el elogio del clima. Suenan los teléfonos móviles y a las
marías les dicen a sus amigas la calor que están pasando en
Sevilla. Y ellas responden, para dar envidia:
-- Hija, pues aquí hace la mar
de fresquito. Con decirte que por la noche, cuando vamos al cine
de verano, nos tenemos que llevar una rebequita...
Yo que alcalde, anunciaría
turísticamente mi pueblo con ese lema: "Donde hay que ir
al cine de verano con rebequita". La rebequita es una
escala termométrica de la maría andaluza, sus grados Celsius o
Fahrenheit. La maría andaluza mide el fresquito en rebequitas.
Y en las pantallas con
salamanquesas por arriba y dondiegos de noche por abajo de esos
cines de verano, hoy, un crespón negro por Bob Hope. Cada día
se nos muere un trozo del cine de verano. Unos, ciertamente,
más que otros. Cuando murieron Gary Cooper, John Wayne, Cary
Grant, el cine de verano, la verdad, tenía más luto que hoy
que ha muerto Bob Hope. Que Dios lo tenga en su gloria, pero era
un señor que los americanos decían que tenía muchísima
gracia, pero al que aquí no se la encontrábamos ni donde
amarga el pepino. Bob Hope ha muerto con 100 años, pero hacía
otros cien que sus películas no interesaban aquí para nada. A
ver si encuentran a alguien que le hiciera gracia Bob Hope.
Pregunten, pregunten, que hasta podían regalar un viaje a
Hollywood para dos personas a quien encontrase a alguien que le
hiciera gracia Hope. Lo más normal es que pregunte por este
señor y le digan lo que pensamos muchos:
-- Era un tío con muchísimo
malage que le hacía muchísima gracia a los americanos, que
están acarajotados.
Era la demostración del
tópico de que los americanos son como niños chicos grandotes y
con poca educación. Con decir que se reían con Bob Hope ya
está dicho todo. Les pasaba a los americanos con Hope como a
los franceses con Fernandel. No conozco a nadie de aquí a quien
le hiciera la menor gracia ese Fernandel con quien los franceses
se partían. . O como Louis de Funes. Y quien dice Funes dice
Abot y Costelo, dice Luis Sandrini, dice media historia de la
cinematografía pretendidamente humorística.
El único atisbo de gracia que
en todo caso pude encontrarle a Bob Hope fue su parecido con
otro americano famoso: con el Pato Donald. No sé si el Pato
Donald tenía cara de Bob Hope o si Bob Hope tenía cara de Pato
Donald, pero algo así era. Hablaba, evidentemente, como el Pato
Donald en inglés. Tendría quizá gracia en inglés, sin
doblar, pero en español, maldito el malage.
Bob Hope, encima, era como una
barra más de las estrellas de la bandera americana, un símbolo
del patriotismo. No había fregado en el último confín del
mundo con intervención militar americana donde no fuese Bob
Hope a dar moral a la tropa. Hope en Corea y en Vietnam era como
Gila en la Guerra de Ifni, con la ventaja de que luego no se las
dio de rojo, como Gila tras haber ido a animar a las tropas
coloniales de un dictador como Franco. Menos mal que Bob Hope
nunca apareció por España, aunque esto fuese una colonia
americana tras la firma del acuerdo entre Franco y Eisenhower.
Aunque esto estaba de soldados americanos así, en Morón, en
Rota y en Los Remedios, nunca vino Hope a contarles sus chistes
malos. Si algo hay que agradecer a los sucesivos presidentes
americanos amigos de Hope es que no nos lo trajeran a España
como nos mandaron el queso rosáceo o la leche en polvo de las
escuelas.
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