"Sevilla en su Plaza de Toros a través del Archivo de ABC"

Antonio Burgos

Discurso de presentación del libro en el Salón de Carteles de la Plaza de Toros de Sevilla,  28 de noviembre de 2013

Antonio Burgos

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Los primeros maestrantes, como los canónigos constructores de la Catedral, seguramente dijeron al acordar levantar en el Baratillo un coso para las fiestas de toros y cañas: "Fagamos una plaza de los toros tal, que los siglos venideros nos tomen por locos". Y por locos de la belleza, de la fugacidad del toreo, entendido como un estado de gracia, del orgullo de que la Ciudad de Sevilla siga siendo la que siempre fue, nos tomamos a nosotros mismos en esas tardes de gloria en que todos salimos toreando, por estas puertas metropolitanas y patriarcales, como la del Príncipe, depositarías de la verdad revelada de la Tauromaquia, tratando de perpetuar un sueño de perfección que en ella entrevimos; en el capote de un hombre enviado por Dios cuyo nombre era Juan; en el poderío de un nuevo Hércules de la Alameda que se llamaba José; en la maestría de uno que sale en el cine y que le dicen Pepín; en la muleta de un Faraón tartésico de Camas al que dicen Curro en el siglo de los mortales; en los mercuriales pies alados de un seise rubio de San Bernardo que se llama Pepe Luis y que logró el milagro del pan y de los peces de meter la gracia insondable de Sevilla en un cartucho de pescao frito.

Y del mismo modo que la Catedral Patriarcal y Metropolitana fue, ha sido, es y seguirá siendo un espejo de Sevilla, un reflejo de su Fe en el símbolo más universal de la ciudad que en forma de veleidosa Muchacha de los Vientos o de Vieja Dama Harta de Coles remata el campanario de su torre mayor, así también la Catedral del Toreo es el azogue en el que se ha mirado, se mira y se seguirá mirando Sevilla por los siglos de los siglos.

Como en un juego de muñecas rusas o como el barbero de la etiqueta del Floid, el arte de la fotografía, a lo largo del tiempo, ha venido reflejando a esa ciudad de Sevilla que se refleja en su plaza de los toros. Igual que en verso memorable dijo Gerardo Diego que la Feria eran "sevillanas bailando sevillanas", este libro es la colección de reflejos de unos reflejos: las fotografías de la ciudad mirándose en el espejo de la plaza, expresándose en ella, mostrándose estamentalmente en ella, saltando a veces su azogue para entrar en un mundo mágico de bellezas, nueva Alicia en el país de las maravillas del toreo y de Sevilla. Y ello, además, a través de otro espejo: de las fotografías del Archivo de ABC, el periódico-institución de la ciudad, plantado en sus raíces y testigo de sus grandezas y sus dolores, como una nueva Plaza de España hecha diario desde que en 1929, para cumplir póstumamente el deseo de su padre, don Torcuato Luca de Tena y Alvarez-Ossorio, lo fundó don Juan Ignacio Luca de Tena y García de Torres para ser relator, testigo y protagonista de la vida y de los sueños de la Capital de Andalucía. Libros de fotos de toreros pegando en la plaza de Sevilla muletazos tan jondos como el cante o ciñiéndose en lambreazos de arte con el capote hay todos los que se quieran, a miles. Hay cientos de libros, y decenas de ellos más que interesantes, muchos de ellos publicados con el generoso mecenazgo de la propietaria Real Maestranza de Caballería de Sevilla, sobre "la plaza de los toros" que así llamaba un azulejo del nomenclator de Olavide que campeaba junto a las cadenas en la Puerta del Príncipe, que alcanzamos a conocer, que nuestro maestro Abel Infanzón sacó en su sección "Casco Antiguo" de ABC de Sevilla y que desapareció misteriosamente, sin que nos sepan decir su paradero. Pero hasta ahora no había libro alguno sobre el paisaje humano de la plaza; sobre la evolución del público a lo largo del tiempo; sobre los cambios de usos sociales en el ceremonial de la Fiesta; o sobre el uso digamos civil de la Catedral del Toreo como ágora de la vida ciudadana y escenario y reflejo del devenir de la Historia. Por no hablar del Palco del Príncipe que contempla en los personajes que lo ocupan las grandezas y dramas de la vida de España, o la propia evolución de las ideas dominantes, la caída de la Monarquía, la proclamación de la República, la guerra, el Movimiento Nacional, o la gozosa restauración de la Institución en la persona del Rey Don Juan Carlos I (q.D.g.), que supuso la vuelta desde el destierro de una egregia sevillana, hermana de Pasión, currista, bética y grandísima aficionada, S.A.R. La Condesa de Barcelona, Doña María de las Mercedes de Borbòn y Orleans, sin ninguna duda la persona de sangre real que más veces ha visto los toros desde ese balconcillo de piedra colgado con el repostero de las armas del Rey.

Por eso debo expresar aquí mi agradecimiento a quienes han hecho posible este libro. Al anterior teniente de hermano mayor de la Real Maestranza de Caballería, don Alfonso Guajardo Fajardo y Alarcón, cuya fue la idea de recoger en un libro los recuerdos de la plaza de este Regio Cuerpo en el Archivo de ABC. Y muy especialmente al actual teniente, al Marqués de La Puebla de Cazalla, que a la idea primigenia le dio impulso animoso y generoso patrocino, al tiempo que el enfoque que el libro finalmente tiene: la plaza como espejo en el que Sevilla se mira y cuya imagen se transmite y perpetúa a través de las fotos de ABC. Debo agradecer especialmente al señor teniente que entre tantos espadas, primeros espadas, como hay en Sevilla se fijara en mi estoque de viejo abonado del rinconcito del 7 como cabecera de cartel de este festejo bibliográfico. Que quien realmente ha llevado al papel ha sido don Alvaro Pastor Torres, que sabe de Sevilla más que Hércules que la fundó y con quien me entiendo tan bien que hemos lidiado este toro de bandera como Curro Romero los suyos con Bojilla, o con Rafael Torres, o con Curro Puya. Pues, al torero modo, sólo con una mirada, con el lenguaje taurino de los gestos, han sabido el profesor Pastor Torres y su sevillana sabiduría adivinar cada deseo en la intención de esta obra. Y no debo olvidar entre los agradecimientos la delicadeza y entrega de Nieves de la Calle en el Cuerpo de Intendencia de esta batalla libresca por la belleza de la plaza de Sevilla. Gracias a todos ellos, que nos permiten, además, hablar de toros en el mes de los difuntos. Pasa con el toreo como con las cofradías, que en Cuaresma cualquiera habla de ellas, cuando tiene mérito es en pleno mes de agosto, en Matalascañas y con el bañador puesto. Con los toros, lo mismo: de toros habla cualquiera el Domingo e Resurrección. Ahora es cuando tiene mérito hablar de toros, en noviembre, con esta pelúa.

Sobre este libro, valgan dos símiles. El primero es velazqueño. Así como la Venus del Espejo se mira en el azogue que sostiene un amorcillo y que refleja su belleza, así Sevilla, la vieja y hermosa dama. Se mira en el espejo de su plaza de toros. A ese espejo, como en el cuadro velazqueño, le faltaba un marco para resaltar tanta belleza. Ese marco ha sido el Archivo de ABC, donde hemos encontrado ese espejo en Modo Stendhal, el "espejo a lo largo del camino de la Historia". En el mejor de los casos, Alvaro Pastor Torres y servidor hemos sido sólo los amorcillos que, eso sí, con mucho amor, hemos sujetado el marco de ese espejo para que Sevilla se mirara en su plaza de los toros. Gracias, pues, al Real Cuerpo y a ABC por brindarnos esta oportunidad, sin tener que pedirla como Camarera, el que quería triunfar de esta plaza para atrancar las puertas de su casa con tacos de queso.

El ombligo de Sevilla

Y un segundo símil. Mirad la plaza en una fotografía aérea. ¿A que es como el Ojo de Polifemo que todo lo contempla, anclado en el tiempo, por encima de los años, del devenir de los días? "Lo fugitivo permanece y dura" en el soneto de Quevedo y lo fugitivo del arte del toreo o del otro arte, del arte sevillano de contemplar y paladear el buen toreo, también permanece y dura en ese barroco y gongorino Ojo del Polifemo del Arenal, cráter del volcán de los ritos de una ciudad tradicional, que en su lava de albero inunda nuestros modos de vida. Ombligo de Sevilla. Sí, en esa misma fotografía aérea que imaginamos, el ruedo de la plaza de los toros se aparece como un ombligo. El ombligo del que el cronista llamó El Mejor Cahíz de Tierra del Mundo ("y el que dijere lo contrario, miente"). Es el ombligo de Sevilla. Nos acusan a los sevillanos de que siempre estamos mirándonos el ombligo. No saben los pobres ignorantes que tal dicen que eso es cierto. Claro que es cierto. Naturalmente que es cierto. No saben esos ignaros que los sevillanos nos miramos el ombligo porque Sevilla tiene un ombligo digno de ver, para hartarse de mirarlo, sin que se llegue a tener nunca vista cansada. Como el de Venus recién nacida de las olas, silueteándose en su concha de nácar y espumita de la mar, así este Ombligo de Sevilla de la Plaza de los Toros contemplado desde la privilegiada altura de los vencejos o del "Sevilla a vista de pájaro" de las láminas de los grabados de Guesdon. Este Ojo de Polifemo contempla el paso del tiempo sobre la ciudad reflejada en su plaza de toros y, a su vez, es contemplado por Sevilla como la niña de sus ojos, que de esa manera cuida y mima al monumento.

Y en ese espejo de la plaza, Sevilla se mira a sí misma en los tendidos y gradas. Mirad el símbolo del Antiguo Régimen y de una sociedad estamental: en los impares, junto al palco de la nobleza, el de la Real Maestranza, eso sí, separado por una reja, la grada de la burguesía, la del Real Círculo de Labradores y Propietarios. Y más allá de la sobra, y otra vez separado por una reja, el estado llano del Tendido 11.

En ese espejo de la plaza la Historia de la ciudad se ha ido reflejando día a día, no sólo en los festejos taurinos, sino en los fastos cívicos. La plaza de los toros ha sido también (y sigue siendo) Plaza Mayor de la ciudad. En la Sevilla anterior a la demolición de puertas y murallas y a los derribos de templos y conventos de la Desamortización y de la Septembrina había dos plazas antonomásicas: la Plaza a secas, la de San Francisco, y la otra plaza, la Plaza de los Toros

Sin que nos tachen de ombliguistas... Bueno, o aunque nos tachen, ¿pasa algo? Quiero decir que en este libro puede comprobarse que eso de las llamadas "plazas multiusos" no es nada nuevo bajo el viejo sol de los tendidos del Arenal, bajo el sol de los aficionados del Aljarafe en el Tendido 11, bajo el sol naciente, por japonés y turista, del Tendido 12. Aparte de su estricta función litúrgico-taurina, la plaza de los toros, como en las fotografías de este libro podrán admirar y comprobar, ha servido en Sevilla para un roto y un descosido: para que José María Izquierdo hiciera realidad sobre su pisoplaza la Ilusión de su seudónimo literario y de la Cabalgata de Reyes Magos de su invención desde el Ateneo; para mítines políticos en los revueltos tiempos de la II República; para de demostraciones patrióticas durante la Guerra de España; para concentraciones religiosas y devotas a su término, en tiempos del muy monárquico Cardenal Segura; para actuaciones de grandes cantantes o, en su época, cuando estaba de moda, para los nocturnos espectáculos de la que fue llamada "Opera Flamenca" y que tuvo sus Carusos en figuras sevillanas como Vallejo o Marchena; para representaciones de ópera... ¿Habrá tenido usos la plaza de los toros, conforme soplaban los tiempos en la veleta de la Giralda que se contempla desde la altura de las gradas impares de sombra?

"¡Música, maestro!"

Como todas las cosas importantes la plaza, este coso depositario del Arte de los Silencios de Sevilla tiene hasta su himno. Pocos saben que ese pasodoble ritual del paseo tiene letra. La música es de un militar de la Banda de Soria 9 y pianista del Teatro San Fernando, Daniel Vela Roy; la letra, olvidada y desconocida, de un periodista de raza, de Juan Manuel Borbujo de la Hera:

Plaza de la Maestranza,
la de la dorada arena,
la de los arcos barrocos
y la portada morena;
la que fue regio testigo
de las más grandes proezas,
plaza de la Maestranza,
de mi España eres bandera.
Cuántas visiones de ensueño
sobre ti quedan impresas,
con Joselito tú has visto
la magia de su muleta.
Te emocionó de Belmonte
un corazón con nobleza,
la gracia de Rafael
con el dominio de Guerra.
Plaza de la Maestranza,
la de la dorada arena,
con tu oro y con su sangre
de mi España eres bandera.
Ruedo de amarillo albero
bajo un cielo de turquesas,
la Giralda musulmana
con orgullo te contempla
en la gloria del pasado
y la presente grandeza,
plaza de la Maestranza,
de mi España eres bandera.
Qué tarde de arte suprema
de las dos grandes escuelas:
con filigranas Sevilla;
de Ronda, mando y justeza.
Sevilla te dio su gracia
con giro de revolera
y la majeza y valor
tiñe de sangre tus piedras.
Plaza de la Maestranza,
la de la dorada arena,
con tu oro y con su sangre
de mi España eres bandera.
Con tu oro y con tu sangre
de mi España tú eres bandera.

No existe ningún crítico taurino que ejerza su actividad con la instantaneidad con que ha de hacerlo el maestro que dirige la banda de música de la plaza de Sevilla. En Sevilla, sólo los ignorantes le piden "¡Música, maestro!" a voces desaforadas y fuera de lugar y de tiempo. El maestro, el organista titular de esta liturgia torera, mejor que nadie, sabe cuándo la música tiene que sonar, y, lo que es casi tan importante o más, cuándo el pasodoble ha de cesar. En cuanto el toro desarma al diestro, cesa la música; mas por muy ardorosamente que sonara el pasodoble en su arranque, si la faena se hizo tediosa y vulgar, en un instante suena una golpe seco de bombo que mandará callar lo que antes había sido acompañamiento triunfal. Como digo, crítica taurina instantánea de cómo se está produciendo la lidia.

Y algo muy de Sevilla: la música a los detalles. La veneración por los detalles. En pocos lugares como en Sevilla, por su estricta liturgia, se aprecian de esta forma los detalles. Yo he visto tocar la música a un par de banderillas, a un quite, a la forma en que se ha arrancado un toro al caballo desde mucho más allá de la segunda raya, casi desde la calle Adriano. Estos son los verdaderos secretos de la liturgia del toreo en su Catedral de Sevilla. El culto al detalle, a lo bien hecho, a la genialidad, a lo bien ejecutado, al arte de la fugacidad. Nada más barroco que esta veneración del todo por la parte, que explica y justifica el toreo que gusta en Sevilla y cuya historia en nuestros siglos sin hablar de las glorias en los pasados, hasta puede escribirse con los solos nombres propios: Juan, José, Pepe Luis, Pepín, Curro. Ellos concibieron la totalidad de una tauromaquia a partir de los detalles. No puede ordenarse un universo estético si todas y cada una de las piezas que forman ese mundo no tienen dimensión artística por sí mismas; en lo que hemos llegado a nuestros días, a la suprema delectación de nuestra liturgia que es la de aquellos que veníamos a la Catedral del Toreo sólo por ver a Curro hacer el paseíllo.

Más allá de los artículos del Reglamento, los usos y costumbres disponen una cosmogonía taurina que se expresa en la plaza con unas normas no escritas, como la Constitución inglesa, pero con el arte de este barrio del Arenal. Las hemos aprendido de nuestros padres; como ellos las aprendieron de los suyos y nosotros se las hemos enseñado a nuestros hijos. Por eso José Gómez Ortega, Gallito en Sevilla, Joselito en Madrid, tuvo que hacerse para él solo otra plaza, la Monumental, donde le decía Corrochano que toreaba en el patio de su casa. José Gómez, aunque sevillano y de la Alameda, creía que no había visto toros en su vida quien no hubiese acudido a la plaza del Puerto de Santa María. Se quedó corto. Quien no haya oído el silencio de la Plaza de Sevilla, la liturgia de la Catedral del Toreo, el espejo de albero donde se refleja la forma de ser y el devenir de la ciudad, el ombligo que ella misma se mira, el Ojo de Polifemo del Arenal, la Venus de Sevilla mirándose en el Espejo del Baratillo, es que no ha oído en su vida, el silencio del campo romano de la Bética, en el que hunde sus raíces culturales la Fiesta Nacional.

Información de ABC sobre la presentación del libro  http://www.abcdesevilla.es/cultura/libros/20131129/sevi-libro-maestranza-201311281945.html


 

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