Antonio Burgos / Antología de Recuadros

Diario 16,  1 de abril de 1993

Antonio Burgos

¿Usted no espera un fax?

 

Tengo que agradecer a dos queridos hermanos de la Cofradía de la Columna, Jaime Campmany y Alfonso Ussía, que se acordaran todavía de aquello que escribí: que me creía que el "póntelo, pónselo" se refería al fax. Porque todos nos lo hemos puesto. El fax, naturalmente. Y una vez que no lo hemos puesto, sin que digan nada ni los magistrados ni la Conferencia Episcopal, todos nos pasamos ahora media vida esperando un fax. Si no esperas un fax, no eres nadie. Hasta hay un verbo nuevo, espantoso: faxear. Hablan de la copia del documento, y te dicen:

--- Mañana se lo digo a mi secretaria y te la faxea..

--- A mí no me la faxea nadie, ni tu secretaria ni nadie. Hasta ahí podíamos llegar...

Tan equívoco y más es el verbo. Porque el que no tiene fax es que no tiene donde caerse muerto. A mí me recuerda lo que hacía Conchichi Ribelles, una veterana cronista de la sociedad de Sevilla. Cuando le pedían que pusiera en el periódico una boda, averiguaba antes si los padres de los novios tenían teléfono. Si no lo tenían, no eran dignos socialmente de que la boda se publicara. Si Conchichi no estuviera ya jubilada, seguro que andaba ahora buscando si los padres de los novios tenían fax, para quitarse morralla social de encima. El teléfono era como una ejecutoria firmada por un lejano Trastámara, como ahora el numerito de fax en la tarjeta de visita o en el membrete otorga lo que no se tiene. "Quod Natura non dat, lo presta el fax".

Tengo fax. Usted se lo puso. Yo me lo puse. El fax, claro. Pero somos muchos los que tenemos un fax vergonzante, que hay que ocultar como una enfermedad secreta. No podemos ronear de fax ni ponerlo en las tarjetas de visita. Somos los que usamos el fax de la Señorita Pepis, con una sola línea para el teléfono y la maquina infernal, línea que no sabe a quién atender la pobre. Yo no sé si a usted le ocurrirá igual, pero más vergüenza que se pasa en el club donde vas a entrar y el portero te pregunta si eres socio, sentimos cuando llama la secretaria del señor importante, dispuesta la tía a faxeárnosla sea como sea, y nos dice:

--- Soy Cristina, la secretaria de don José. Es para la copia... Voy a faxeársela a usted... ¿Me da su número de fax?

Nos ponemos rojos de vergüenza. No porque Cristina se empeñe en faxeárnosla, la tía, sino porque le tenemos que confesar nuestra impotencia. Decirle abiertamente que nuestro fax es una mierda de fax, que nos gastamos en capítulo 1 de gastos generales menos que el Partido Proverista en encuestas :

--- No, señorita, no hay número de fax, estamos completamente tiesos... Aquí nos aviamos con una línea para todo. Usted me avisa y yo le doy a la palanca, porque aquí vamos por el plan antiguo de la palanca...

Un amigo al que tal dijimos nos censuró:

--- Te voy a llevar a la Facultad de Económicas de Harvard, para que expliques cómo dejar los gastos generales más limpios que una patena nada más que a base de fax...

Las calendas griegas tienen una nueva forma: la espera del fax. Excusa que todo el mundo acepta sin rechistar: "Perdona, pero no puedo pagarte todavía, porque estoy esperando un fax". La tiranía del fax es como la dictadura del PC, del Personal Computer. ¿Usted no está esperando un fax? Pues le felicito, señor: será usted el único en España que no está esperando un fax. Sobre todo si es usted de los míos, de la señorita Pepis, que te anuncian el fax y tienes que estar a pie de obra, para darle a la palanca. Y encima ni siquiera podemos ronear de fax en las tarjetas, porque como se entere la gente que lo tenemos, es que vamos a estar todo el santo día pendientes de la palanca. Para los que andamos cortitos de gastos generales, esperar el fax que todo el mundo aguarda es tan desesperanzador como esperar que ganen los nuestros.


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