Antonio Burgos / Antología de Recuadros

Diario 16,  5 de julio de 1993

Antonio Burgos

El tornillito del óptico

 

Entré, como tantas otras veces, en la óptica, y sabía por anticipado lo que me iba a ocurrir. Hacía muchos días que, viendo en la parrilla del diario la ordinariez del programa de televisión que nos amenazaba aquella noche más de concursos, crímenes, propagandas varias del gobierno y bragas quitadas, se me había caído el puñetero tornillito de la patilla en las gafas de leer de cerca. Un tornillito de la patilla de las gafas de leer de cerca dura menos que una promesa electoral, menos que una rosa en el soneto de un barroco, menos que la dicha en casa de quien ha tenido que pagar el impuesto de la renta y quiere ahora, como todos, irse de vacaciones a Cancún, si será iluso...

Y me dispuse, como siempre, a acudir al óptico a que me aviara el tornillito jodido de la puñetera gafa. Otro día. Esta es una de las cosas que solemos hacer al cabo de días mil, que dejamos para las calendas griegas como el chequeo anual con el médico de cabecera. Andamos haciendo mil malabarismos, intentando sujetarnos la gafa con una sola patilla, desequilibrada sobre el caballete de la nariz, mientras leemos los periódicos, hasta que una voz querida y cercana, que duerme con nosotros, nos dice ya:

---- Hijo, ¿cuando vas a llevar las gafas a que te las arreglen?

Entramos, por fin, un día cualquiera, al cabo de cientos, en la óptica, y sabíamos qué nos iba a ocurrir. Aguardamos que el empleado de bata blanca despachara la receta, del Seguro probablemente, que llevaba una cliente que ya ante el mostrador estaba cuando entramos. Nos dio el mismo corte de siempre cuando, todo solícito, nos preguntó por nuestros deseos. Le dijimos , usando el diminutivo como siempre hacemos para quitar hierro a nuestra desventura:

---- ¿Me podía poner este tornillito de la patilla, que se me ha caído?

Y ocurrió lo de siempre. En esta España donde los funcionarios ponen tan mala cara, donde las niñas de la butic te perdonan la vida cuando le compras una pañoleta para tu legítima en su onomástica, donde los dependientes de los Vips se parecen cada día más a los inspectores de Hacienda, el empleado de la óptica, santo varón, con una naturalidad y una amabilidad no aprendidas, que salía de dentro, cogió, todo amable, como siempre y como todos, con un enorme cariño, mis gafas de cerca que no valen dos duros, las puso allí en un como taller de emergencia que tenía, sacó una caja de plástico compartimentada donde había siete mil doscientos treinta y tres tornillitos como el que yo buscaba, exactamente como el que yo buscaba, prendió el apropiado con unas como entre tenazas y destornillador, y en menos que se persigna un cura loco, o sea, en bastante menos de un credo, el tornillito de marras que me puso y la gafa que quedó como recién salida del óptico que me la vendió, porque siempre ocurre que, encima, el óptico que nos soluciona el problema del tornillito no es aquel a quien se la hemos comprado.

Y entonces fue cuando vino la parte que más me esperaba, y que no por ello deja nunca de sorprenderme. Me esperaba la destreza. Me han puesto patillas averiadas en Nueva York, en París, en Venecia, en Roma, en San Juan de Puerto Rico, en todas las ciudades que amo. Me la ponían ahora en Sevilla. Y sabía que me iba a ocurrir lo mismo. Le pregunté al empleado, por preguntar, porque sabía la respuesta:

--- ¿Cuánto es?

Me dijo lo que esperaba oir:

---No, no es nada....

Es una maravilla esto de las composturas sobre la marcha y de urgencia de las ópticas, y aquí quiero que quede hecho su elogio en tiempo y forma. En esta nación donde el mecánico te cobra mil duros por soplar el chiclé del coche, nada más que soplarlo, y donde el técnico de la lavadora que se escacharró se lleva siete mil papeles nada más que por el desplazamiento, son una maravilla estos ópticos de bata blanca que te ponen la patilla averiada de la gafa y no te cobran nada y, por si fuera poco, te obsequian con una sonrisa... Los que miran por tus ojos son, encima, los que no te cobran un ojo de la cara...

 


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