Antonio Burgos / Antología de Recuadros

Diario 16, 3 de diciembre de 1992

Antonio Burgos

El maestro Rafael de León          Web "Rafael de León: Vida y canciones"

 

Aviso, que nunca es traición. Prepárense a la que se nos avecina. Todos los que todavía no le han sacado un duro a la copla andaluza ( dudo que haya alguno), terminarán dentro de poco de redondear la rentable recaudación de la moda. El próximo día 10 se cumplen diez años de la muerte de don Rafael de León y Arias de Saavedra, marqués del Valle de la Reina, conde de Gómara, el mayor y más extenso poeta popular en lengua castellana de este siglo, del pasado y quizá del venidero. Noticias me llegan tan españolas como sus coplas : muchos de los que en vida lo despreciaron, lo silenciaron, lo marginaron, se aprestan ahora a poner paño a los púlpitos para predicarnos las excelencias de su obra y las peripecias de su vida, de suyo novelesca, marcada por el desgarro y por una voluntaria marginalidad, en quien tanto era, tenía y retenía. No conoció Rafael de León nunca en vida tantos éxitos como los que le trajo su mejor, hispanísimo estreno, que fue la muerte. Cumpliendo la ley de que "aquí hasta que no te mueres no eres nadie", hasta que no se murió una mañana de diciembre, ante el espejo del cuarto de baño, como en el final de una película grandiosa de amores terribles y bellezas infinitas.

Me cupo el honor de que el maestro León... Y hago un inciso sobre lo que acabo de escribir. Si hablamos del maestro Quiroga, su inseparable músico, ¿por qué no hemos de llamar también maestro a quien codificó la retórica y la preceptiva de un género y marcó los cánones dramáticos para su interpretación teatral? Me cupo, como decía, el honor de que el maestro León me distinguiera con su amistad en los días finales de su vida. Pudimos darle una de sus últimas alegrías, que fue la recopilación de sus versos y canciones en una edición-homenaje que publicó el Ayuntamiento de su Sevilla, que también le dedicó una glorieta en el Parque que hiciera inmortal en su Romance de la Reina Mercedes.

Pasé la otra tarde otoñal por esa glorieta. Un azulejo sigue allí cantando desde la cerámica el "No te mires en el río" y hay una fuente que con un silencio de agua sigue diciendo no sus canciones famosas, sino sus secretos versos, los de "Jardín de papel", de "Penas y alegrías del amor", esos libros que ya es imposible encontrar de lance, como algunos los compramos, en las Ramblas de Barcelona o en la Cuesta de Claudio Moyano... La glorieta de Rafael de León en el Parque de su Sevilla me hizo pensar en el escritor querido en este cabo de año de su muerte, que hay decenios también para los poetas. Evoqué la mañana que llegó allí, de marquesón rotundo, en un coche de caballos, voz con corona, a la dedicación de su glorieta, mientras la banda municipal desgranaba melodías que ya se habían callado en los pianillos de las esquinas, pero no en la memoria de la España. Aquella mañana Rafael de León estaba alegre, con la alegría popularísima y un punto ordinaria de quien siempre hizo de su capa un sayo, literaria y vitalmente. Muy pocos sabíamos que por dentro llevaba una doble tristeza. De un lado, que el Ayuntamiento de su ciudad no había querido, o no había sabido, o no había podido concederle el título de hijo predilecto de la ciudad que amó y cantó. De otro lado, el secreto convencimiento de que muy pocos valoraban su obra, por él mismo despreciada con aquella gracia con la que decía de sí mismo: "Yo hago versos... y berzas..." Esas berzas, en forma de ojos verdes, en forma de tatuajes, en forma de lirios, forman ya parte de la memoria de España, y su autor murió sin que tuviera la certeza de que se lo iban a reconocer, después de aquella amargura sevillana que muy pocos supimos. Aviso, que no es traición, que ahora todos, ay, dolor, dirán que fue un bebedizo de menta y ajonjolí, pero la verdad del cuento triste de soledad y olvido se la llevó el maestro León a la tumba.


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