Antonio Burgos / Antología de Recuadros

Diario 16,  28 de octubre de 1992

Antonio Burgos

Andalucía en el Diccionario

 

Cuando Curro, el aparcero literario del inolvidable Jesús de las Cuevas, entró en su biblioteca de la casa de Arcos, viendo tantísimo libro y pensando en el tiempo que sus autores habrían empleado en escribirlos, exclamó :

---- Don Jesús, !qué de jornales perdíos...!

Si Curro viese ahora la vigésima primera edición del Diccionario académico y comprobase cuanto de ella llevamos escrito, habría de exclamar:

---- Don Antonio, ! qué de jornales ganáos...!

Porque el jornal hodierno también nos lo ha dado ganado el Diccionario, cuando hemos acudido a sus páginas a mirar las voces nuevas relacionadas con nuestra tierra. Hasta ahora la Academia, institución centralista como toda la Ilustración, sometía a Andalucía al habitual agravio y menosprecio folklorizante. Venía en el Diccionario la definición del catalanismo político como una acepción primera de la voz, y decía que catalanista es quien sigue esa doctrina de que Cataluña tenga autonomía. Estas definiciones pueden verse en la anterior edición, la vigésima, que fue editada en 1984. En ese mismo volumen, a Andalucía, como siempre, se la condenaba al folklore y al tablao flamenco, a la pandereta lexicográfica. El Diccionario, sí, hablaba del andalucismo, pero era en una primera acepción "locución, giro o modo de hablar peculiar y propio de los andaluces". O sea, el arsa y el olé, y lo que a los ojos de España es el tópico falso del ustedes-vosotros. Y en una segunda acepción , andalucismo era "amor o apego a las cosas características o típicas de Andalucía". O sea, la feria, el Rocío y la Semana Santa. De una formulación política de la autonomía andaluza, a pesar de las fatiguitas que le había costado al pueblo andaluz a aquellas alturas de 1984, nati con bacalati, cero cartón del nueve. La Academia no le había quitado la bata de cola a Andalucía, a pesar de los esfuerzos que hizo el numerario don Manuel Halcón por incorporar al Diccionario el riquísimo venero de las voces de los pueblos y campos de nuestra tierra, empezando por aquella declaración de principios que fue su discurso de ingreso, titulado "Del prestigio del campo andaluz".

Con la escopeta cargada,pues, en cuanto he tenido el Diccionario sobre la mesa del escritorio me he ido de cacería a sus páginas , a ver si la Academia había corregido sus yerros y agravios con Andalucía. Menos mal que sí. Menos mal que el andalucismo y los andalucistas han recibido los honores de las palabras aceptadas como normales en el habla y en la escritura. Para "andalucismo" se mantienen las dos primeras acepciones arriba dichas, por su orden, en lo que --digo yo-- los catalanes nos llevan ventaja, pues para ellos se antepone lo político a lo dialectal. Menos da una piedra. Porque menos mal que se añade una tercera acepción, de las de agárrate que vienen curvas, dura y radical. Sin rodeos, para la Academia el andalucismo es bastante más que para muchos andaluces y para muchos ganapanes y paniaguados arrimados al perol de la Junta, que de Andalucía viven: "Nacionalismo andaluz". Óle... Y vienen los andalucistas, pero dejando a la política, otra vez, como plato de segunda mesa. La Academia no tiene el gusto de conocer a don Blas Infante más que en segunda acepción, pues andalucista, en la primera, "dícese de la persona especializada en conocimientos sobre Andalucía"; o sea, don Antonio Domínguez Ortiz, quien tiene a gala no ser andalucista precisamente. Sólo en la segunda acepción es andalucista el "perteneciente o relativo al andalucismo o que lo profesa". Esto de profesar el andalucismo, tal como corren los tiempos, está muy bien dicho. El andalucismo, tal como está el patio, es una fe como otra cualquiera.


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