Antonio Burgos / El Recuadro

El Mundo, 30 de diciembre de 1996

Antonio Burgos

¡Viva el Sevilla manque pierda!

 

La ciudad es siempre un largo Gatopardo. Es como si Lampedusa hubiera nacido en el barrio de San Vicente y el Príncipe de Salinas viviera en la casa de los Salinas, frente a la iglesia de Santa Cruz, y María Asunción Milá lo hubiera apuntado como activista en Amnistía Internacional. Siempre cambia algo en Sevilla, muy poco, casi nada, para que nada cambie. Ahora, por ejemplo, está cambiando de campo el sentimiento trágico de la vida futbolística. Del campo del Betis se ha ido al campo del Sevilla. Oigo por la radio a palanganas después del histórico 3 a 0, y vienen a decir: "Aunque vayamos tan mal en la Liga, yo sigo siendo sevillista." Esto es Miguel de Mañara puro. El cambio de papeles. La soberbia de la humildad y la humildad de la soberbia. Mañara decía aquello tan barroco, tan dual y tan nuestro de "Nuestros señores los pobres". Los señores se ponen de pobres cuando sirven la comida en el viejo hospital de las Atarazanas. El fútbol repite el barroquismo. El equipo de los señores adopta la mentalidad del equipo de los pobres. Los que tal hablan, y no lo saben, son béticos vestidos de blanco. El manquepierdismo ha llegado hasta Nervión, hasta el escudo ante el cual Silvio se arrodilla en las madrugadas, como si fuera a darle una larga cambiada a portagayola a los toros del espíritu de la derrota. ¿Qué hace un chico como tú, Ramón Ybarra, en un club donde ya se dice "viva el Sevilla manque pierda"? ¿Cómo consiente el sevillismo militante de Club Pineda y hermandad de la Quinta Angustia tener un entrenador que hasta los béticos lo echarían por borde? ¿Qué hace un malhablado como Camacho, al que lamentablemente no se le caen de la boca los vasos sagrados, blasfemando como un carretero, y no de vuestra familia precisamente, Nicolás, Juan, en el club de los señores? Si es por señores, hay que hacer un concurso entre Lorenzo Serra Ferrer y Camacho. ¿Quién es más señor? ¿El que entrena al equipo de los señores o el que entrena al club de los desheredados?

Los sevillistas pasan de la soberbia de la victoria a la soberbia de la derrota. Curiosamente, los pasos del fútbol van cambiados con los de la política. Cuando Sevilla tenía un alcalde socialista y en España mandaba uno que presume de Bellavista aunque es de Heliópolis, el Betis estaba siempre a pique de un repique. El Sevilla, por el contrario, estaba crecido. Gobierna en Sevilla la derecha, con marquesa puesta, mandan en España los engominados del barrio de Salamanca, y el club de los señores está para el arrastre. Vienen Bebeto y Prozinewski y es como si se pusieran a jugar en el San Benito o en el Triaca, no se nota absolutamente nada la exhibición de enganches de millones que cada tarde puede contemplarse en la yerba del Ramón Sánchez Pizjuán, como escriobía José Antonio Blázquez, yerba. Mientras tanto, el llamado equipo de los pobres está que se sale.

Si hay dos espejos para contemplar la ciudad, el uno es la plaza de los toros y el otro es el fútbol fuera de los campos, la pelota de las conversaciones del bar y los sentimientos del llavero que lleva colgado el taxista en el espejo retrovisor. Contemplada la ciudad en el espejo del fútbol, hay un evidente cambio de papeles. ¿Cambio o pérdida? ¿No será que la ciudad tiene ya los papeles tan perdidos que hemos cambiado los actores del reparto? Quiérase o no, estamos llegando a una mentalidad de estadio único, con los del manque pierda instalados en la moral del triunfo y con los de la soberbia triunfadora orgullosamente resignados en la estética de la derrota. Quizá me he vuelto daltónico, pero los blancos se muestran ya resignados como verderones y los pepinos tienen un señorío en la victoria que ya lo quisierais para vosotros, Ramón Ybarra...


   

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