Antonio Burgos / El Recuadro

El Mundo, 9 de julio de 1997

Antonio Burgos

Vamos con el "¡venga!"...

 

Puuuu, que se va el vapor. Pongo en marcha el ordenador con forma de máquina de escribir por el plan antiguo, a la que hay que echarle el carbón de los kilovatios que vende Manuel Otero Luna, que es ahora el que nos manda al tío de los alicates a cortarnos la luz si no pagamos la factura como las balas. Y cuando pongo en marcha la máquina de escribir, puuuu, que se va el vapor, son más de las dos. Desde las siete menos cuarto en planta, y hasta las dos que no me han dejado consumir los productos de don Bill Gates y de don Otero Luna... ¡ Vaya mañanita de teléfono! De esas mañanas en las que tienes que hablar con todas las secretarias del mundo. Esto de no tener secretaria y de andar en 4,50 pesetas (anuales, naturalmente) en gastos generales te obliga a hablar con todas las secretarias del mundo. Don José sabe que tú no tienes secretaria, porque estás tieso, todos estamos tiesos, Fermín Bohórquez, para que veas. Pero aunque don José sabe que no tienes secretaria, que estás boquerón, boquerón victoriano, no tiene el tío la delicadeza de marcar el número personalmente, sino que, hala, te manda por delante a la secretaria como Trigo el alguacilillo va por delante de las cuadrillas:

--- Un momento, que le paso con don José...

Y lo más probable es que, encima, te pongan la musiquita insoportable y cursi de la espera del teléfono, la Barcarola de los Cuentos de Hoffmann para más inri, como a Ortega Lara le ponían al pobre en el zulo como martirio y tortura el coñazo de las canciones vascas del cantautor Benito Lerchundi, que es un vasco con nombre de vino moscatel de Chipiona y de novena en el Santuario de Regla. Hay veces en que me harto, mando a la barcarola de los Cuentos de Hoffmann a tomar por saco y cuelgo sin más. Al rato llama la niña:

--- Que se ha cortado...

--- Que se ha cortado, no, señorita, que he colgado, que no es lo mismo, mi tiempo por lo menos es tan valioso como el de su don José de su alma, y si él no puede llamarme personalmente, yo tampoco puedo perder el tiempo escuchando obligatoriamente la barcarola de los cuentos de Hoffmann...

--- Pues espere usted, que le voy a poner otra vez...

--- No, señorita, ¿es que no se ha enterado usted? Que le he dicho que no pierdo un solo minuto esperando que se ponga don José. Cuando don José tenga tiempo, que marque mi número él personalmente, como bien sabe que yo lo cojo personalmente...

Y entonces viene lo peor. Entonces es cuando la señorita te dice:

--- ¡Venga!

¿Venga de qué y de cuándo y adónde? Yo ya, como con la vejez estoy perdiendo la vergüenza, cada vez que una secretaria de don José me dice "venga", le respondo del tirón:

--- ¿Adónde hay que ir, señorita?

--- No, a ningún sitio, ¿por qué lo pregunta?

--- Hombre, pues como usted dice que "¡venga!", pues vamos si no hay más remedio, pero conviene saber dónde tenemos que ir...

Yo no sé esta mañana loca de teléfono la de veces que he tenido que aguantar que una señorita a la que no tengo el gusto de conocer me diga lo de "¡venga!". ¿De dónde viene lo de "¡venga!" Para mí que es una de las muchas cosas malas que nos han llegado desde Madrid, en el Ave. El Ave es muy de "¡venga!", no me negarán. Pero es que ya te lo dice hasta el tío de la gasolinera cuando le pides que te ponga mil duritos de super, "¡venga!", y el dependiente del Cortinglés a quien le dices que la talla 46 te queda chica, que mejor la 48, "¡venga!". Hasta en los bares creo yo que el "¡venga!" acabará por sustituir al castizo "¡marchando!" Antes de colgar el teléfono, "¡venga!", y al despedir a alguien, "¡venga!", y al quedar para comer el viernes por la noche, "¡venga!". Me dan ganas de vengarme con tanto "¡venga!". Y vengarme del modo más andaluz, diciendo la exclamación que se ha perdido completamente: "¡digo!". Les recomiendo que luchen contra el "¡venga!" con el "¡digo!".

--- Nos vemos, "¡venga!".

--- ¡Digo!

(No admito más ""¡venga!" que el "¡venga de frente1" de Luis León o de Alejandro Ollero.)


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