Antonio Burgos / El Recuadro

El Mundo, 11 de febrero de 1995

Antonio Burgos

Réquiem por Diamantino, un campesino andaluz

 

Como se ha puesto de moda hablar, y bien, de Suárez y de la construcción de la democracia que hizo su partido, pues diré que en aquellos tiempos del cuplé de la Ucedé, los delegados del gobierno en las autonomías no eran mindundis encarnetados a los que el cargo les viene más ancho que la chaqueta de Adolfo Domínguez a un postmoderno, sino que eran tíos hechos y derechos, con sus carreras y sus títulos, que bajaban a la arena del virreinato administrativo para poner en marcha el invento de la recién construida España del 151 y el 143 de la Constitución. En Andalucía era delegado del gobierno un diplomático de carrera, José María Sanz Pastor, que logró un clima cierto de concordia con los partidos de la oposición, pero a quien le hacían perder el sueño las agitaciones campesinas, cuando el SOC estaba escribiendo de nuevo, en los cortijos que ocupaba y en las carreteras que cortaba, el libro de Díaz del Moral. A Sanz Pastor lo traían a maltraer los jornaleros, en aquel campo aún no pacificado por la soba boba del PER y por las limosnas institucionalizadass de esa Cáritas por lo ministerial y municipal que en los pueblos extremeños y andaluces es el empleo comunitario, que hace decir a los niños que Buñuel ya no filmará en las que siguen siendo "Tierras sin pan": " Mi opá trabaja en el paro..."

Muchos nombres han quedado en los caminos de las Españas de aquellas agitaciones y luchas campesinas:Sánchez Gordillo, el alcalde de Marinaleda; Diego Cañamero; el mítico y ya jubiladoGonzalo, El Bizco de Lebrija, que tenía nombre de cantaor antiguo o de bandolero generoso que en los convenios colectivos todo se lo quitaba a los ricos de patronal para dárselo a la pobreza de los jornaleros. Y sobre todos estos nombres, santo civil, cura obrero, emigrante cuando la vendimia en Francia y bracero cuando el algodón,Diamantino García. Apañando aceitunas dice el cante que se hacen amores. Diamantino, apañando aceitunas con su gente de Los Corrales, de Martín de La Jara, de Navarredonda, iba haciendo los amores a lo divino del testimonio de la verdad y la justicia que le dictaban su corazón y el Evangelio, como un Padre Llanos por soleares al que hacían llorar las miserias de los campos de mi Andalucía. Cada vez que había un conflicto y que llegaban los rurales de la Guardia Civil o las compañías especiales de la Policía Armada, como en un Novecento a la andaluza, era Diamantino el que daba la cara por los suyos ante el delegado del gobierno, siempre conciliador y convincente, que no hay mayor convicción que la que iguala con la vida el pensamiento.

Un buen día, a aquel Sanz Pastor delegado del gobierno, no sé si porque había caído la Ucedé o por las disensiones internas de su partido, lo quitaron del cargo y lo mandaron de cónsul de España a Toulouse. Llegó en la época de la vendimia, cuando los trenes del hambre y de las lágrimas de los temporeros andaluces cruzaban la frontera ofreciendo nuevas formas de esclavitud de villa romana. Hacinados en naves, sin contrato, los andaluces de la vendimia protestaron, cortaron una carretera. Llegaron las compañías especiales de la Seguridad Francesa y no pudieron con ellos. El prefecto entonces, llamó al cónsul español:

--- Señor cónsul: a ver si puede usted mediar con los vendimiadores. Hable, por favor, con un portavoz que tienen ellos, el más combativo, que me han dicho que es cura obrero...

A Sanz Pastor se le cambió el semblante:

--- ¿Quiere usted preguntar, por favor, señor prefecto, si ese cura se llama Diamantino?

No es para descrita la cara de San Pastor cuando le confirmaron que, en efecto, era Diamantino. No podía ser otro que Diamantino, que se había ido con los suyos a la vendimia francesa. "¿Pero ni aquí en Toulouse me vas dejar tranquilo, Diamantino", le dijo Sanz Pastor cuando habló con él, y cuando el desprendido y utópico párroco de Los Corrales logró la dignidad que pedía para sus hombres andaluces.

Un día, andando los años, cuando ya estaba tocado por el zaratán que se lo ha llevado, Diamantino me resumió la situación de España con el análisis político que le había hecho un ángel anunciador de los suyos, que era un pastor de la Sierra: "Don Diamantino, las arradios están que echan jumo". Hoy que las arradios están otra vez que echan jumo con tan poca vergüenza y con tanto desprecio al pueblo, creo que lo mejor que has podido hacer, Diamantino, es cuanto has hecho: marcharte en el tren de la vendimia de la muerte, dejándonos el ejemplo de la gran cosecha de solidaridad que siempre dio ese callado olivarito que fue tu vida. Sin cargo y sin despacho, haciendo lo que debías, aunque debieras lo que hacías, tú sí que fuiste el verdadero Defensor del Pueblo Andaluz.


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