Antonio Burgos / Memoria de Andalucía

El Mundo de Andalucía, 14 de diciembre de 1996

Antonio Burgos

Los Hermanos Toronjo y Los Hermanos Reyes

 

En aquellos entonces no había cuarenta principales, estábamos todo el día con el disco del oyente, a Manoli, en el cortijo del Torbiscal, de quien ella sabe, y a Carmelita, en Dos Hermanas, de quien no la olvida. La moda de una canción duraba una eternidad. Las canciones del verano eran las de dos veranos antes. María Cristina nos quería seguir gobernando, y yo le sigo, le sigo la corriente con la raspa con su son, será nuestra diversión, que a lo loco, a lo loco, cómo gasta el dinero Mengano con Luisa Linares y los Galindos, que siempre estaban defendiendo lo suyo, que hay quien dice de Jaén que no es su tierra andaluza, lo cual era, aproximadamente, una reivindicación del sentido regional mucho antes del referéndum del 28-F y de la huelga de hambre de Rafael Escuredo.

En las sevillanas no había tampoco moda. Por la calle Las Sierpes, ¿lo ves?, seguía yendo años y años una rata, recogiendo colillas en una lata, y le hacía saltando el estribillo aquella pulga que, saltando, rompió un lebrillo, y eso sería que María la Morena, Morena, se dormiría con su potaje, y que sombrero negro al hombre, mi alma, qué bien le pega, y que por el Puente Triana, ay, seguía pasando la Reina, que en realidad era nada menos que Isabel II cuando vino a inaugurarlo en 1862, para que echen las cuentas de que una sevillana seguía teniendo vigencia casi al cabo del siglo de ser escrita, ¿por quién?, pues el pueblo que las canta en el dicho de Manuel Machado. Así que desde el siglo XIX se seguía meciendo el clavel en la maceta, y aunque había carestía de todo, y el jabón verde para lavar se hacía en la casa, con un cubo de cinc, recuelos de aceite y sosa cáustica, la copla seguía vendiendo pastillas de jabón a real, mientras el hijo del Espartero se quería seguir metiendo a fraile y la novia de Reverte seguía teniendo un pañuelo con cuatro picadores.

Por más que Ana María con el Chiquetín y el Repique, o Antoñita Moreno con las tres bailaoras, o Paquita Rico con las coplas del Altozano grabaran sevillanas nuevas, las coplas eran las del odre viejo de la memoria, no las del tonel nuevo de la casa Columbia o de la orquesta del Maestro Trabuqueli, aquel que tocaba con Bobby Deglané en La Melodía Misteriosa de Cabalgata Fin de Semana, que acertó una vez Alfonso Jaramillo, lo que sirvió para que el "pobre locutorcito" se hiciera de la Esperanza de Triana y quedara en lista de espera para organizar la Operación Clavel, que resultó ser que el triste clavel que me diste y que tiré al pozo.

Todo era así de estático, flor nueva de viejas sevillanas, hasta que un día, de la calle Real del Alosno, con las esquinas de acero, llegaron los Hermanos Toronjo. Las sevillanas, que siempre habían sido de solistas, se volvieron de dúos. Por los Toronjo y por Alosno bajaron hasta las sevillanas, por el camino del Rocío, los desconocidos cantes corales del fandango del Andévalo y de la Sierra de Huelva, tonadas colectivas de la Cruz del Llano o la Cruz ce la Fuente de Almonaster la Real. Hasta entonces, como dijo Pemán, el andaluz se había bastado solo para matar un toro y cantar una solea. Los Toronjo descubrieron que aquello se podía cantar entre varios. Del pozo del clavel y de la cinturita que mece el viento, las sevillanas se metieron en el mundo bíblico del Rey Aaron, toma ya, y de Salomón, y, por lo que respecta al pozo del clavel, en las historias del Tío Martín Alonso, a quien durmiendo lo vi en el brocal de un poco. Desde la explosión actual de los coros rocieros y del lanzamiento de las sevillanas por Cadena Dial y Radio Olé no se puede comprender la renovación que supusieron los Toronjo en un género anquilosado, arcaizante, de las sevillanas corraleras de Leal de Camas que muchísimo después habría de poner en regadío comercial Paco Palacios El Pali, que entonces era solamente uno de la Puerta del Arenal con una pelliza y unas gafas de culo de vaso que cantaba saetas al Baratillo y que se ponía ciego de tinto con Florencio Quintero en el Bar Carriles.

Tanto éxito tuvieron los Hermanos Toronjo, que la fraternocracia de las sevillanas llegó del Alosno a Castilleja, y fue cuando surgieron Los Hermanos Reyes. A los amigos de Huelva que recelan de Sevilla yo les diría que gracias a Huelva renació la sevillana, que hizo el camino del Rocío a la inversa, de la marisma y de los cabezos a Sevilla, con parada y rengue en Castilleja para que Paco Astolfi y los Pareja Obregón les pudieran escribir letras nuevas de la Calle Real (siempre una calle Real, del Alonso o de Castilleja) a los Hermanos Reyes. Que al igual que luego habría de pesar con la fama y moda de los coros rocieros, fueron un lanzamiento de la Hermandad de Triana. Los Hermanos Reyes parecía que habían llegado al mundo de las sevillanas para esperar, con una Infanta de España, el Simpecado de Triana ante la capilla de la Inmaculada de Castilleja. Los Hermanos Reyes supieron extender los modos nuevos, pre-corales, de las sevillanas que habían descubierto Los Toronjo en el tesoro popular de Huelva, y codificaron lo que habría de ser la estética rociera del género. Con los Hermanos Reyes empezó la lírica del lirio rociero que no deben pisar los bueyes, y del Pastorcito Divino, y del Simpecado de Triana, Triana, Triana es mucho Triana, y de los pinos, y de las amapolas, imprescindibles para que luego, lloraran esos pinos del Coto despidiendo a las carretas o cuando un amigo se va y ese amigo se llama Juan Pablo II y es alcalde de carretas de la Hermandad del Rocío de Polonia, Carmelo, dale al tambor, que no veas la noche que me va a dar el tío del tambor cuando los Hermanos Reyes se pongan a grabar discos en Hispavox, y venga la Philips con el invento de la casé, y llegue el tiempo en que de aquellas sevillanas de arsa la guasa que te has metíó en la cocina y te has llenao de telerañas y que te has hecho unos zapatos con los tacones de caña, no se acuerden ni los antropólogos de la cátedra de Isidoro Moreno.

 


 

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