ESPAÑA
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APASIONADA |
La blancura del
primer naranjo en flor anuncia, con su aroma, la llegada de la
Semana Santa. Un reloj de olores que invita al rezo, a la emoción,
al silencio, al aplauso, al fervor...
SEVILLA
Los paisanos de Pilatos
A estas horas, por la Peña de Arcos de la
Frontera, donde cada buitre tiene su almena, estarán sonando
tambores del Imperio. A estas horas, junto a las viejas murallas de
ciudades con río y palmeras, donde han roto los naranjos en flor y
las humildes acacias ya se han puesto blancas con la nieve que
enciende el amor, habrá...
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ANTONIO BURGOS
... unos hombres que estarán velando armas de
hojalata, corazas que cubrirán pechos nada guerreros, lanzas de palo y
faldellines de terciopelo que tienen más de vestido de torear que de
rubicones y guardias peladas junto al Calvario. A estas horas habrá
unos hombres que tendrán dispuesto en el dormitorio de su piso el
empenachado casco de efímeros soldados imperiales que, a la tarde,
entre dos luces, o de madrugada, antes de que amanezcan los vencejos,
desfilarán con una cofradía, Senatus Populusque Romanus, todo en una
pieza, en una soñada Roma triunfante en ánimo y grandeza.
Cada vez que se duda de la romanidad de España, pienso en estos apócrifos
soldados romanos de nuestras Semanas Santas. También hay en España una
invisible muralla de Adriano, frontera de lo que Roma nos dejó. El que
hoy se viste de romano, se cree un césar, como aquel armao de la
Macarena que tuvo un altercado con un guardia municipal, al que dijo:
— Yo no me someto a más autoridad que la de Roma...
La Semana Santa de Sevilla produce estos milagros. Yo he visto al mismísimo
Julio César en un embotellamiento. Era tarde de Jueves Santo. Sabía
que la Centuria Romana de la Macarena estrenaba capitán, Pepe García.
Cómo será de aficionado a estas romanidades el capitán de la
Centuria, que en la plaza de abastos, donde tiene un puesto de verduras
y de donde salen casi todos los apócrifos romanos, le llaman Pepe, el
Armao, que es como si en Kenia le dijeran a uno El Negro, lo negro que
tiene que ser... Pepe el Armao, conoció a la que hoy es su mujer un
Jueves Santo, vestido de romano, tomando una cerveza en una terraza de
la plaza del Salvador, y suele recordar:
— Yo no sé si se enamoró de mí o de Julio César...
Pues a este capitán que se disponía a mandar la más aguerrida unidad
de las batallas contra la madrugada, me lo encontré a las seis y media
de la tarde del Jueves Santo, en el barrio de la Feria, conductor de un
coche atascado en un embotellamiento. Iba el capitán de los armaos aún
vestido de particular, porque hasta los romanos han tenido que irse a
vivir a pueblos-dormitorio, y habría de revestirse con las galas de
centurión en casa de un sobrino, donde a las siete en punto entre
tambores y orgullos populares macarenos, habría de ser recogido por la
Centuria de su mando. Aquello no era un hombre. Los coches, en una
estrecha calle, detenidos por alguna cofradía que pasaba, Dios sabe por
dónde, no se movían. El capitán de los armaos entraba y salía del
coche, las llaves en la mano. No he visto a nadie más nervioso. Hablaba
sólo: «Esto nada más me pasa a mí, por venir en coche a mandar la
Centuria...»
EXALTACIONES. Tan apurado lo vi, y sabedor de lo que para un
macareno significan los ritos de la puntualidad y el glorioso desfile
vespertino de las plumas y corazas por las calles del barrio, que me
ofrecí a quedarme nada menos que como conductor de Julio César, para
que cuando se acabara aquel embotellamiento le aparcara el coche en
cualquier sitio y le diera luego las llaves de madrugada, cuando ellos
fueran rompiendo la noche en su escolta a Pilatos, ése que los
andaluces sabemos que con el cuento de la palangana, por poco, sí nos
deja sin Semana Santa... Por un solo instante no fui chófer de un césar
de la verdadera mentira de la belleza de las cosas de la primavera. En
el instante en que ya iba a coger las llaves y aquel hombre ya se iba a
ir con sus nervios para cumplir su destino, sin saber cómo, los coches
atascados se pusieron en marcha y el capitán ya se pudo ir camino de su
espada y su coraza, su casco emplumado y su poderío macareno. Yo que
también estuve en un atasco que se formó antes de la batalla de la
Farsalia, certifico que ni el mismo Julio César estaba tan nervioso ni
se tomaba tan a pecho su papel como el capitán de los armaos de la
Macarena.
En esta Pasión popular, cada cual se sabe su papel, se lo sabe el armao
de la Macarena, el nazareno, la muchacha de la mantilla, el costalero,
el chaval que sólo por afición va en la banda de tambores y
cornetas... Se lo sabe la bulla. Nadie le ordena a una bulla cuándo ha
de guardar silencio, y, sin embargo, todos callan en la plaza de San
Lorenzo cuando está saliendo el Gran Poder. Como nadie, en ese mismo
silencio, en la noche del Lunes Santo, dice cuándo hay que decir «olé»
en el tercio exacto de una saeta que le cantan a la Virgen de las Aguas
en la plaza del Museo, y ese «olé» suena justo cuando tiene que
sonar. Siempre en el tiempo exacto. Con el rito exacto. Como hay relojes
de arena, también hay relojes de olor. Sevilla tiene un reloj de
aromas. Hace ya unos días, cuando rompió la blancura del primer
naranjo en flor, todos dijeron en ese aroma:
— Ya huele a Semana Santa...
Ahora, huele a cera, a incienso, a claveles y lirios del monte del
Calvario de un paso. A Semana Santa. Un extenso rito colectivo, un
Evangelio abierto, de escritura continua y automática. Al contrario de
lo que afirman la Santa Madre Iglesia y el Papa de Roma, de la otra
Roma, no de esta Roma andaluza, los evangelistas no son cuatro, sino
cinco, a saber: Marcos, Lucas, Mateo, Juan... y Sevilla, como en el
poema de Manuel Machado. Los cuatro primeros evangelios son
literariamente hermosos y perfectamente acabados. El Evangelio según
Sevilla se escribe cada día de la Semana Santa y cada año se reescribe.
Al anochecer de un Viernes Santo, camino de la iglesia del Señor del
Gran Poder, otro capitán de los armaos macarenos, Pepe el Pelao, me
reveló un pasaje de este Evangelio sevillano, apócrifo y colectivo.
Con la tamborería de la Centuria Romana de la Macarena delante, íbamos
por la calle Capuchinas hacia el Señor de Sevilla. Las trompetas
tocaban ahora La Paloma. Pepe se sentía romano, como si fuera camino
del Gólgota atravesando casas con rejas, macetas con flores y fachadas
encaladas para la gran fiesta. Me decía que estaba leyendo la historia
de la Pasión para enterarse mejor de lo que le habían hecho al Cristo
macareno de la Sentencia. Y hablando de Pilatos como si fuera de un
vecino del bloque, se paró de golpe en la marcha que llevábamos tras
la banda de su Centuria y me dijo muy serio y convencido:
— ¿Sabes lo que te digo, Antonio? Que aunque le han largado el
mochuelo a Pilatos, aquel hombre no tiene la culpa.
El Evangelio según Sevilla excusa a Pilatos quizá porque lo considera
un vecino y paisano. El primer Marqués de Tarifa quizá sea la causa.
Aquel humanista del Renacimiento sevillano fue a Tierra Santa y se trajo
de su viaje mármoles romanos, el gusto por el nuevo estilo y la devoción
por la Pasión de Cristo. Erigió un humilladero con nombre de cerveza
en La Cruz del Campo y jalonó el camino hasta su palacio con las
estaciones del Vía Crucis. Si el humilladero era el Calvario, en casa
del Marqués de Tarifa estaba el pretorio que iniciaba la Vía Dolorosa.
Desde entonces, a ese palacio renacentista, luego de los Medinaceli, los
sevillanos lo llamaron la Casa de Pilatos. A quien se considera tan de
aquí, muchos cocheros de caballos, cuando lo enseñan a los turistas,
dicen:
— Le dicen la Casa de Pilatos porque ésta fue la casa que Pilatos se
hizo en Sevilla para venir a ver la Semana Santa y quedarse después en
la Feria.
A Francisco Palacios, el Pali, un trovador popular que la ciudad tenía
para cantarle por sevillanas, le oí decir:
— Si Jesucristo llega a nacer en Sevilla, no lo crucifican, ¿qué lo
van a crucificar? Los armaos de la Macarena no lo hubieran consentido...
Así considerada la Pasión, se justifica el sentido de fiesta colectiva
de Sevilla, frente a los dramatismos penitenciales de otras Semanas
Santas. Hace muchos siglos que el sevillano sabe que la Semana Santa es
una película con final feliz. En la teología popular de ese Evangelio
apócrifo, el sevillano sabe que después de este dulce y hermoso
Calvario, Jesucristo acaba resucitando el Domingo. Lo cree con firmeza
de bronce. De bronce de repique de la Giralda.
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Para disfrutar del momento. Aproveche las mañanas para ver
algunas cofradías en sus propios templos, así podrá admirar de
cerca la maravilla de las artesanías populares o las imágenes de
mayor devoción. Empiece pronto a ver cofradías. El momento ideal
es durante las primeras horas de la tarde, en los barrios, cuando
acaban de salir. Haga lo que viere. No aplauda si no ve que
aplauden; calle si ve que se hace el típico silencio de la
Maestranza, que es también el de la Semana Santa.
Durante la Semana Santa. No intente ver todo aquello que le suena
como más famoso: la Macarena junto al Arco, el Cachorro por el
Puente, la entrada de la Esperanza de Triana. Allí tiene asegurada
la bulla y lo más probable es que, si no sabe moverse por ella, no
vea absolutamente nada. No vea la celebración de la Semana Santa sólo
como una gran fiesta. Piense que para la mayoría de los sevillanos
es también su gran rito religioso, popular colectivo, de cada año.
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Geografía: Sevilla ocupa una superficie de 142 km2 y está
situada a una media de 10 metros sobre el nivel del mar.
Población: Tiene unos 702.000 habitantes.
Clima: Mediterráneo templado-cálido con influencias oceánicas.
La temperatura anual oscila entre los 16 y 18 grados.
GUIA
- Cómo llegar
En avión, Iberia (Tfno: 902 400 500) vuela a la capital
andaluza a partir de 117,42 euros. En tren, el AVE (Tfno: 902
240 202), que tarda desde Madrid dos horas y 40 minutos, cuesta
99,20 euros. Por carretera, las principales vías de acceso son
la A-92, la N-IV, la A-4 y la A-49.
- Alojamiento
Una opción es alojarse en el emblemático Alfonso XIII (Tfno:
954 22 28 59). Hospedarse en una de las habitaciones de este
palacio neomudejar desde 354,60 euros. A un paso de la Catedral
y en el barrio de Santa Cruz, está el hotel Doña María (Tfno:
954 22 49 90), una antigua casa señorial, decorada con antigüedades
y piscina en la azotea. El que quiera darse un agradable
capricho, en Sanlúcar la Mayor, comarca del Aljarafe, se
encuentra la Hacienda Benazuza (Reservas en Tfno. 955 70 33 44)
con 44 habitaciones, 18 de ellas suites.
- Restaurantes
De la gastronomía andaluza se conoce sobre todo la tapa, que
acompaña a los finos y las manzanillas de aperitivo. Entre sus
platos destacan el gazpacho, el rabo de toro, el menudo y, como
en el resto de Andalucía, las migas. El pescaíto frito y las
tortillitas de bacalao son otros de sus deliciosos platos.
Emplazado en el barrio de Santa Cruz, Las Meninas (C/ Santo Tomás,
3) es un restaurante popular, perfecto para degustar rabo de
toro o potaje de garbanzos. En el Mesón Don Raimundo (C/ Argote
de Molina, 26) sirven cocina tradicional andaluza a base de
marisco fresco y caza de las marismas del Guadalquivir. Otra
buena opción es La Isla (C/ Arfe, 25), por sus pescados de
primera calidad.
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