Antonio Burgos / Recuadros de Semana Santa
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Apenas habían pasado doce horas y el barrio había cambiado ya de rito. Lo dejaste el
viernes por la noche, cuando acababa de entrar el prodigio del palio de la Carretería,
entre el recuerdo de los lises de Montpensier y los balcones que pintara Cabral Bejarano.
El Cachorro venía por el Alfolí, camino del Arco del Postigo. El barrio estaba antiguo
de tambores y tricornios, con esa vieja sinfonía de olores donde se mezcla el incienso
con el sahumerio romano del humo de los calentitos. El barrio estaba el viernes con
sombras y cirios encendidos, y ya se barruntaba la abierta proclamación de la primavera.
Hay un momento en el barrio donde la brújula del tiempo se vuelve loca. Es el viernes por
la tarde, a prima hora, en la Puerta del Arenal. No se sabe si vas a ver salir la
Carretería o a ver hacer el paseíllo a Curro. En la acera del Negro está Pepe Andréu
igualando la cuadrilla del Cristo, pero cuando estás tomando café en el bar Carriles, a
lo lejos, te parece que son los de la reventa y unos aficionados de Villanueva del Ariscal
que acaban de llegar con la entrada del tendido once en la mano. Por la acera de la
taberna San José vienen los músicos, pero no sabes si son los de la Cruz Roja para tocar
"Estrella" o los de Tejera para abrir la primavera a los sones sentimentales de
"La Giralda". La gente está sentada al sol en la terraza de la taberna del
alguacilillo, pero no sabes si espera un canasto con lirios y la maroma de un bergantín
que los carreteros hicieron de bronce, o si está aguardando el búcaro de la baca de un
cochecuadrillas camino de la calle Iris.
Dejaste así el barrio, en ese momento en que las marchas de Sermana Santa empiezan a
sonar a pasodoble taurino cuando se aleja la Virgen del Patrocinio, y volviste ayer por la
mañana. Comprobaste que el Sábado Santo no existe en Sevilla. Al barrio del Arenal que
no le vengan con monsergas del Sábado Santo. Roma puede decir misa, pero Sevilla lleva
mucha historia en sus esquinas y las azoteas del Arenal saben que la Resurrección ya
ocurrió, que fue el Domingo entre palmas rizadas por Gradas y Metacanónigos. Sabe que
hoy es el Sábado de Gloria, antiguo de rito de taquillas y reventas, de carteles nuevos y
cal antigua sobre la plaza de toros.
Llegas y parece que la plaza se va inaugurar, blanca cal de Morón, calamocha que repite
la color del albero, como un pregón del ruedo hacia el río. Llegas y la brújula loca de
las viejas goletas del barrio te hace dudar, porque un pícaro del Baratillo, reencarnado
de Cervantes, te dice:
- No deje usted el coche ahí, que están esperando a la madre del Rey...
El barrio sabe de las esperas del cielo y de la tierra. Apenas hace doce horas iban los de
la grúa a quitar un coche de la calle Varflora, porque el barrio estaba esperando a la
Madre del Rey de los azules cielos de la primavera. Ahora el barrio está esperando a la
madre del Rey de las Españas. Que es sevillana y que no se quiere perder nuestro rito,
Roma triunfante que nos reúne a la orilla del río para oír la certeza de que un clarín
anuncia de nuevo el absoluto dominio de la primavera sobre la ciudad...
Por la calle Adriano va Rafael Belmonte, guardádose en el bolsillo no las entradas que ha
recogido en contaduría, sino el recuerdo de las saetas que por dentro le fue cantando al
Cachorro. Del convento de las Hermanas de la Cruz viene Rogelio el de Trifón, de dejarles
para el puchero del año todos los huesos de jamón de las tapitas de los que veían las
cofradías en los palcos. Asoma por allí Miguel el Potra, va hablando con taurinos que se
les oye que son como de Madrid. En la acera del Negro, donde Pepe Andréu iguala la
cuadrilla del Cristo, están ahora los pícaros de Cervantes escribiendo la última novela
ejemplar:
- Sol alto, oiga, sol alto...
El sol alto del Arenal está pregonando la gloria de un sábado antiguo que inaugura un
palco para que la madre de un Rey sueñe, como toda Sevilla, ese sueño de la primavera al
que hemos puesto de nombre Curro.
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