Antonio Burgos /  Recuadros de Semana Santa

Recogido en el libro "Sevilla en cien recuadros"

Antonio Burgos

Traslado en la Magdalena 

 

La iglesia está en penumbras antiguas y el blanco y negro de las cruces de la Orden de Predicadores, el cuadro de la batalla de Lepanto, los mármoles y los dorados te hacen pensar en lejanas tinieblas de autos de fe en la plaza de San Francisco, en los trajes negros de los familiares del Santo Oficio. Pero el recuerdo del olor de azahar que has traído cuando venías por esos alrededores tan taurinos del Hotel Colón, y de las yemas de la primavera que ya brotan en los plátanos de Indias te hacen desistir de esa idea. No son de terror y hierro estas penumbras antiguas, pertenecen a la alegre seriedad de las cofradías de Sevilla.

Está la iglesia en penumbras antiguas, suena el órgano, hay un silencio de plaza de toros. Oyes el silencio y ves que no es el silencio del tendido once, que es el silencio de la alta y gris grada de los maestrantes. Te lo están diciendo los profundos ojos celestes de estos niños con trajecito azul marino, te lo está diciendo el pelo rubio de estas niñas de cera que vienen con sus abuelas, pergamino la piel arrugada en el cuello que enaltece la cinta de terciopelo de un camafeo. Son, te lo han dicho, los señores de Sevilla que hoy llevan hasta el paso de caoba y lirios a su Cristo muerto. Presta atención, abre los ojos, aguza los oídos, que esta noche, aquí, en la iglesia de la Magdalena, vas a ver cómo trasladan al Señor los que tienen por amos y señores a los pobres, siendo amos y señores de ejecutorias en el arcón, de retratos en la galería, de fincas regadías y haciendas de olivar. Este silencio te está diciendo que no estás en un barrio; esta color oscura de las ropas te está diciendo que a los pobres les queda el imperio de la alegría, que en estos días los señores visten con las ropas de la humildad; aquí no habrá antifaces de terciopelo, varas doradas, ni plumas de centuria; aquí las cruces de los penitentes serán de palo, y sobria la lanilla morada de la túnica, por la que asomará la elegancia del puño de una camisa cruda de seda.

Y ya suena el órgano, y ya se oyen los latines, y ya están encendidos los hachones, y ya se escucha más profundamente el silencio. Largas filas de cirios marcan un camino por dentro de las naves de la iglesia. Ahí viene una cruz alzada, que sale de allí, de junto al cancel, de la capilla de los mármoles que perpetúan títulos de Castilla. En sus brazos lo llevan. Señores de traje azul llevan en sus brazos a un Cristo muerto. Si esta noche, entre un silencio de cera, de ojos azules, de pieles de pergamino, de melenitas rubias, no trajeran los señores de Sevilla a su Cristo muerto, el Evangelio apócrifo de la ciudad no podría ser escrito, y el Señor no podría ser descendido el Jueves Santo entre un crujir de maderas a la altura exacta del Gólgota, que bien te dice tu memoria que está en la plaza de Molviedro esquina a las cales y los geranios de doña Guiomar.

En sus brazos lo llevan, por entre estas filas de cirios y silencio. Ya pasa ante el altar mayor, en brazos de hombres, como un torero ya muerto de sangre caliente del cornalón. Ahora ya lo ves acercarse por la nave central, al pie del paso. No te has fijado hasta ahora en el paso, caoba y oscuridad, que está allí, en la nave de la Epístola. Está la cruz. Pero no está San Juan, ni las Marías, ni la Virgen sin Lágrimas. Nunca habías visto este paso de misterio, tan humanizado, de los señores de la Magdalena, "de San Vicente a la Magdalena, se almuerza, se come y se cena...". No has visto nunca este paso de misterio. Están, trajes azules, barbilla temblona por los nervios, hincados de rodillas sobre el tablero de la canastilla, unos hermanos de la Quinta Angustia. Es el más impresionante paso de misterio en los secretos de tu ciudad. Los señores de Sevilla se hacen, inmóviles, esculturas en esta noche del Viernes de Dolores, para recibir a su Cristo muerto. Si ellos ahora no lo recibieran, nunca podría ser descendido el Jueves Santo desde los palcos.

Ya lo han subido. Ya lo toman entre sus brazos, y se hace más hondo el silencio temblón de las barbillas de prognatismo y buena cuna. Ahora aparece en la oscuridad el blanco de un sudario y lo elevan a la Cruz, en el equilibrio inestable de la angustia. Esta noche, en la Magdalena, José de Arimatea tiene un cortijo por la parte de Utrera y Nicodemus habrá sido campeón de acoso y derribo.

 


 

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