Tres días de julio

"Han tardado un poquito en reconocer lo obvio:
exactamente 815 muertos"

Ea, por fin. Ya han llegado los nuestros al País Vasco. Los nuestros resulta que eran los mismos que los de ellos. Los nuestros son los de la libertad, los de la democracia, los que no le tienen pánico al miedo, los que llaman a las cosas por su nombre, los que saben que la sangre nunca es camino de conquista más que de la muerte. Los nuestros ahora son todos los vascos que han llenado las plazas, los balcones, las fachadas con lazos azules primero, negros, ay, luego. Los nuestros son ahora los distingos que hace mucho tiempo que poníamos sobre la mesa y nadie los creía, que no son vascos, que son asesinos.

Los nuestros siempre tardan mucho tiempo en llegar. Me lo enseñó hace muchos años Manuel Barrios, cuando juntos andábamos en otras luchas contra otros miedos de otras dictaduras, dando la cara que a menudo nos partían. Dándola por estas mismas libertades que, ay, cuántas fatiguitas nos cuesta mantenerlas. Algunos se exaltaban y se ponían vengativos:

-Cuando vengan los nuestros...

Y el bueno de Manuel Barrios, con toda la retranca de los años que todavía no tenía encima, pero que ya le lucraban su experiencia, solía decir:

-Hijo, pues a juzgar por lo que tardan en llegar, los nuestros deben de venir en burro...

Los nuestros siempre vienen en burro, porque los nuestros siempre tardan en llegar. Sí que ha tardado Arzallus en llegar. Hasta que no ha oído al pueblo de Ermua decir las mismas cosas que afirmaba valientemente Alfonso Ussía por tierra, mar y aire, que son unos hijos de puta, no ha dicho también que son unos hijos de puta. Con la diferencia de que cuando, casi en solitario, lo decía Ussía, era, naturalmente, un fascista. Ahora se ha comprobado que los fascistas, mire usted por donde, eran precisamente los de HB/ETA. Y la misma melaza de la connivencia de las dos organizaciones. Hasta ayer por la mañana mismo, cogían todo el papel de fumar de las fábricas de Alcoy para explicarte que sí, que ETA patatín y que ETA patatán, pero que había que sentarse con HB para negociar no sé qué del reagrupamiento y no sé cuantos de las vías de diálogo hacia el por aquí te quiero ver... Aquéllos sí que eran silencios, y no los tópicos silencios de mi plaza de la Maestranza de mi Sevilla. Digo que los silencios de Ajuria Enea, los silencios de la mitra de Setién, eran unos silencios como si estuviera en la arena el cartel mejor rematado de la temporada. Sólo cuando el pueblo los ha desbordado, adelantado, rebasado y hundido en la más absoluta de sus miserias morales se han aprestado como siempre hacen, a encabezar el desfile de la victoria. Es lo que suele ocurrir en España, que los desfiles de las victorias los encabezan los que en absoluto participaron en la guerra que llevó a ellas. Cuando Franco tomó Toledo, la ciudad imperial se llenó de defensores del Alcázar y cuando Don Juan Carlos hizo de España una democracia y un Reino, la nación se llenó de españoles demócratas hasta las cachas, hasta con agujetas de correr delante de los guardias, los grises, pidiendo las libertades. Ante estas situaciones tan españolas no cabe más defensa que la sonrisa de comprensión por los pecados originales de nuestro árbol de la ciencia del bien y del mal.

Pero no hay que renunciar a la memoria. Ahora, tó er mundo es güeno, de acuerdo, no quiero fastidiar ningún pasodoble a nadie. Permítanme, sin embargo, que tenga memoria. Hasta ayer por la mañana como quien dice, la única vía era la negociación y el diálogo, nos decían, y con esos tiparracos había que sentarse donde hiciera falta sentarse, hasta a Argel iban algunos si era preciso. Quien dijera que todos eran lo mismo, los de la metralleta y los amiguetes de Ion Idígoras y su mariachi, ya se sabe: eran unos fascistas. Eramos. Manía al pueblo vasco que le teníamos. Menos mal que ha habido esta carrera en pelo del pueblo, y los políticos, para encabezar la manifestación, se han tenido que dejar el culo atrás, y el zulo atrás, tajelando, que dicen los gitanos. Las cosas empiezan a estar en el punto en que debieron andar hace ya muchos años. Como en aquel título de Larra, aquí todo lo hacemos tarde y mal. El refranero se nos llena de sentencias para remediarlo. Más vale tarde que nunca. No hay mal que por bien no venga.

Pero digo yo que bien que podía haberse llegado a esto un poquito antes. Nos hubiéramos, quizá, evitado muchas muertes, mucho dolor, muchas lágrimas, mucho miedo, mucho terror. Nadie hubiera tenido que abandonar su tierra, que ahora está feo recordarlo, pero la Costa del Sol, por ejemplo, está llena de vascos que tuvieron que abandonar su tierra, como Miami está llena de cubanos que se tuvieron que ir de su isla por culpa de Fidel Castro.

Bien está lo que bien acaba, y estos tres días de julio han terminado con muchas cosas. Pienso ahora en el redondo título del libro de Luis Romero sobre los acontecimientos del verano de 1936: Tres días de julio. Estos, en cierto modo, han sido otros tres días de julio, siempre el verano español para las tragedias nacionales, muerte de Manolete, explosión de Cádiz, guerra civil, asesinato escenificado de Miguel Angel Blanco, como mataron a Calvo Sotelo. En estos largos tres días de julio han terminado reconociendo lo que había que reconocer y tal como lo había que reconocer. Pero han tardado un poquito en reconocer lo obvio. Mucho, diría yo, cuando pienso que han tardado exactamente 815 muertos. *


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