Piscineros, tolderos, hamaqueros

"Estamos condenados por la Unión Europea a ser los
que ponemos la tumbona, la colchoneta, la toalla
y la sombrilla al continente industrial"

Todo blanco, como el elegantísimo pelo blanco. Pantalón blanco, camisa blanca con trinchas y bolsillos de fuelle y tapas, zapatos blancos. Le pones una gorra con un ancla y una corona y unas hombreras con unas cocas y unas barras doradas, y es que te parece por lo menos el almirante jefe de la base de Rota, vamos, que te manda a los albañiles, querido Tomás García Figueras. Bueno, en realidad es almirante de una flota, y si no lleva gorra ni divisas de su graduación en las hombreras es porque no le hace falta. Es el único vestido de punta en blanco entre una tropa medio desnuda y desvalida, una brigada internacional que libra batallas diarias con el sol, durante muchas horas. Es el piscinero del hotel. Fijo de plantilla en el hotel de playa, cuanto ocurre de puertas afuera del edificio, en los jardines y en la piscina, está bajo su mandato. Almirante de la flota de las sombrillas y las tumbonas. Conocedor como pocos de la psicología del veraneante, uf, qué antigüedad acabo de escribir, veraneante, parece una palabra escapada de un poema tuyo, Manuel Alcántara, de los que leíste la otra noche en la casa de la Cultura de Estepona.

El piscinero llega temprano a sus dominios, y en la costa, las nueve de la mañana es temprano, que aquí, con tanta cena benéfica y tanto pintamiento de mona, al que se despierta a las once le dicen que madruga. El piscinero emplaza sus baterías de hamacas como el general que dispone los batallones para una batalla, y coloca las sombrillas con la importancia con que un concejal socialista dispone en las calles el que llaman mobiliario urbano. Va dejando toallas por acá y por allá, extendiendo colchonetas, y guardando sitios. El piscinero tiene un arsenal de manoseados libros ingleses en rústica y de tarros vacíos de bronceador, con los que va reservando los sitios a los clientes fijos. Porque el piscinero, almirante de esta breve mar oceana de la piscina, es clasista como pocos. Sabe distinguir a los clientes habituales de todos los años, que dan propina, de los que llegan con el talonario del bonohotel o con la oferta del fin de semana. Los huele. A los primeros, los respeta; a los segundos, los desprecia. Al fin y al cabo, todos son eventuales en la piscina, menos él. El piscinero tiene algo de ese bedel de Obras Públicas que considera al ministro como un eventual que se irá cuando él siga allí fijo de plantilla, Aquí el piscinero es el único fijo de plantilla; los clientes, aunque ocupen una suite, son eventuales. Ve llegar la oleada de julio y la ve marcharse, y pone una cierta cara de fastidio cuando arriba el mogollón de agosto. Sabe que cuando llegue septiembre todo será maravilloso, y vendrán los-que-tienen-que-venir: los americanos ricos del golf, los jubilados ingleses, algún mejicanote millonario, que como todos los mejicanos millonarios, es no sé qué de Plácido Arango y no sé cuántos del difunto Azcárraga.

El piscinero, aparte de un almirante por su atuendo, parece por su porte un lord inglés, de los que vienen a partir de septiembre. Cuando pasa con las toallas y la colchonetas de esos domingueros del talonario cinco noches lleva una profunda cara de desprecio. Le ocurre como al metre del gran restaurante, que parece siempre más distinguido que el más aseñorado de los comensales y que no oculta su aire de superioridad cuando entrega la carta al cortete que se siente como gallina en corral ajeno. Del corral de las hamacas, el piscinero es siempre el gallo altanero, y con sus cuidados y bien lavados pelos blancos de la veteranía y de lo que no habrá visto ese cuerpo parece un lord inglés. De tanto decir que parece un lord inglés, con su fachón y sus distinguidas maneras de iniciado frente a los domingueros finisemanales que vienen con niños y hasta con flotadores para la piscina, alguien dijo un día:

-Sí, hombre: el piscinero tiene esa pinta de lord inglés porque realmente es Lord Swimmingpool...

Y Lord Swimmingpool se le quedó. Para muchos de estos turistas de ocho días/siete noches, Lord Swimmingpool será la imagen del España. Con el único español con el que cambiarán más de cuatro palabras será con Lord Swimmingpool. Porque Lord Swimmingpool tiene un exacto dominio de inglés básico, esas quinientas palabras que bastan para comunicarse con los japoneses y con los alemanes, con los suecos y con los daneses, y decirles que hoy hace calor, pero que mañana ha dicho el telediario que va a hacer más todavía. Después de todo, es normal que Lord Swimmingpool se dé tanta importancia. Demasiada poca se da. Así es como nos quiere Europa a todos, como Lord Swimmingpool. De piscineros de Europa. Estamos condenados por la Unión Europea a ser todos los que ponemos la tumbona, la colchoneta, la toalla y la sombrilla al continente industrial. Cuando negociaron nuestro acuerdo con Maastricht, nos estampillaron a todos de piscineros. O de oficios conexos, como los tolderos de la playa o los hamaqueros del beach club. En una Europa nublada y fría, con chimeneas y gente que se levanta muy temprano, nos asignaron el papel de una playa soleada donde la gente se levanta a las once de la mañana, porque está de vacaciones con precios baratos, sangría, flamenco, paella... Lord Swimmingpool poniendo la hamaca y la sombrilla en el sitio exacto, y hasta guardando el sitio con un tarro de bronceador vacío. Con razón se da Lord Swimmingpool tanta importancia. Vamos, puede darse más importancia que Rodrigo Rato si quiere. En verdad, es el único que aquí está cumpliendo al cien por cien los objetivos de Maastricht para España... *

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