La lección de Amigo Vallejo
a Setién

El arzobispo de Sevilla le ha dado una bofetada
sin manos a Setién y a "totus suus..."

Tras el ejemplar comportamiento de Sevilla tras el asesinato de Alberto Jiménez Becerril y Ascensión García Ortiz, me ha dado la impresión de que por culpa de estos hijos de la gran puta hasta estamos inventando un nuevo género periodístico, que es la crítica de entierros de los asesinados por la ETA. Nos creíamos que el entierro como género periodístico y televisivo se iba a acabar con Diana de Gales cuando aquí, ay, cada lunes y cada martes tenemos que mejorarnos. Es una pena que Televisión Española y las televisiones autonómicas vayan tomando esta triste experiencia en la retransmisión sobre la marcha de acontecimientos que le ponen a la nación el alma en un puño... hasta que reacciona y devuelve la herida con la esperanza de unas blancas manos abiertas.

Aunque ya han pasado los días, ni el dolor se olvida ni se pierde fácilmente la memoria de lo que ha sido en estos días la ciudad de Sevilla. Cómo nos verían a los sevillanos desde el resto de España, que yo he recibido más de dos llamadas de este tenor:

-Antonio, te llamo porque no conozco a nadie del Ayuntamiento de Sevilla, ni a nadie de la familia de Jiménez Becerril, pero os he visto tan tocados y tan afectados que quiero darte a ti mi pésame a todos los sevillanos...

No era para menos. No saben los asesinos qué han tocado, como son las entretelas del alma de un pueblo de paz y de esperanza. Las manos blancas han sido de la Iglesia. Sin quererlo ni saberlo, el arzobispo de Sevilla, fray Carlos Amigo Vallejo, le ha dado una bofetada sin manos, con manos blancas, a Setién y a totus suus, al Consejo Presbiterial de Vizcaya y a un tal Blázquez que cambió la mitra por la txapela. Así tiene que estar la Iglesia en los momentos de dolor de un pueblo, como ha estado el sucesor de San Isidoro, al lado de los suyos. Que en las primerísimas horas de dolor, cuando ni siquiera habían llegado a la capilla ardiente del Ayuntamientos los ataúdes de Alberto y Ascensión, fray Carlos llamó a la alcaldesa y le dijo:

-Soledad, te llamo para decirte que tenéis a vuestra disposición la Catedral para los funerales, pero también para decirte que los funerales no pueden ni deben ser en otro sitio que en la Catedral...

(Setién, hijo, ¿cómo se te queda el cuerpo, el cuerpo místico de la Iglesia, naturalmente? Blázquez, hijo, ¿eres de la misma Iglesia que fray Carlos, o te estás inventando un Palmar de Troya con ikurriña en Vizcaya, a la medida exacta que te dicen los fundamentalistas de tu Consejo Presbiterial, que yo creo que han cambiado la fe de la Cruz por la fe del escudo del hacha y la serpiente? )

Cuando la Infanta Doña Elena escriba sus memorias, habrá un capítulo único referido a Sevilla. La ciudad le escribió ese capítulo, cuyo guión le pongo aquí, para que le sea más fácil cuando llegue a esas páginas memoriales de un hecho memorable. Cuando la Infanta llegó para casarse, todas eran palmas, aplausos, manos que se agitaban saludándola, piropos al aire... Era una Infanta de España y era la protagonista. Ahora, al entierro de Alberto y Ascen, ha venido la misma Infanta de la misma España y ha pasado prácticamente inadvertida. La gente, sí, estaba satisfecha de que la Corona hubiera enviado a la Infanta de Sevilla, ciudad que se sentía de esta forma acompañada en horas difíciles en las que necesitaba el consuelo y la esperanza. Pero no hubo ni una voz de salutación a Doña Elena, ni un piropo, ni una frase callejera de agradecimiento. La gente sabía que la protagonista no era Doña Elena, como en un momento, confundidos, algunos llegaron a pensar que el protagonista del entierro de Ermua era el Príncipe de Asturias. (Por cierto, Alfonso Ussía, tú que lo debes de saber, dime en columna próxima o llamándome a cobro revertido: ¿qué sastre le cose a Marichalar esos abrigos negros entallados, con tapa de terciopelo, bolsillos de tapa sesgados y carterita de cerillera, los más cursis del mundo, que hacen que parezca talmente el cochero de El Conde de Montecristo? ¿No estás conmigo, Alfonso, en que la elegancia debe ser la ausencia de toda afectación, que es la que debería rehuir el duque si quiere seguir roneando del más elegante de España?)

Y cuanto digo de la Infanta Doña Elena digo del presidente del Gobierno y de todos sus ministros, llegados a la ciudad y pasados completamente inadvertidos. Hasta la propia familia de Alberto y Ascensión, con todo un señor como el ganadero don Gabriel Rojas, pasó intencionadamente inadvertida, sin protagonismos de ninguna clase. Allí no había más protagonistas que los tres niños que unos asesinos han dejado sin padre y sin madre. Esos sí que fueron y tienen que seguir siendo los protagonistas de nuestro razonado dolor. *


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