El mérito de Borrell y mi duda de Doñana

El gran mérito de Borrell ha sido ganar a pesar de que lo apoyaba
Ñañe, pero el desastre de Doñana es tan grande que sólo
puede ser obra de un profesional de las catástrofes

Será para señalarlo con piedra blanca, con columna miliaria, con lápida de mármol de Macael o de Travertino, con convidada a cava y a caviar. Con algo. Porque el gran mérito, hasta ahora no suficientemente destacado de don José Borrell no ha sido ganar las primarias en las que iba para hacer el primo y para que con las de un miura sus propios compañeros de partido le dijeran que encabezaba la lista rosa, y ya ven... El gran mérito de Borrell tampoco ha sido darle un tantarantán al aparato felipista, hacer pasarse de bando en menos de horas veinticuatro a los que apoyaron a Almunia como encarnación e hijo amado de González Márquez, como el que había de cumplir las Previsiones Sucesorias del Movimiento Nacional Felipista . No ha sido el mérito de Borrell extender la renovación dentro del partido, ni hacernos ver a muchos que en el PSOE no todo es gentuza, maletín, mangoleta, nepotismo y todo de lo mismo, doblarla poco, cobrar mucho, favorecer a los amigos y aplicar el reglamento a los adversarios. El gran mérito, señoras y señores, de Borrell ha sido ganar a pesar de que lo apoyaba Ñañe. ¿A ver si es que Borrell no sólo ha roto la hegemonía del aparato, sino el maleficio de Ñañe? Tengo que preguntar a Jaime Campmany si el Profesor Occhipinti tenía previsto este lance en su tratado De Jettatura...

-No, con don Jaime Campmany lo que tiene que hacer usted es convidarlo de una vez a los percebes que le debe y dejarse de cuentos...

Percebes merece, ¿qué digo percebes?, percebes, ostras de Arcade, angulas de Aguinaga, bueyes de mar, langostas de Maine, bocas de la Isla, cañaíllas de Isla Cristina, y todos los generosos frutos de la mar oceana merece esa celebración. Menos langostinos de Sanlúcar, que no se sabe tras el mareazo de los suecos con sus metales tóxicos, aquí hay que tomar de todo y no debe faltar de nada. Ir con Ñañe como apoyo, cabeza de puente y playa de desembarco a unas elecciones y ganarlas, en lugar de chocar con el coche por la carretera, caerse por unas escaleras y romperse la crisma, sufrir un infarto agudo de miocardio o quedarse embarazado, es un milagro de tal naturaleza que, ya digo, merece mármol, recordación, piedra miliaria y monumento de Santiago de Santiago o de Juan de Avalos, que son siempre los que hacen los monumentos en esta nación... cuando no los hace Chillida, claro. Y no solamente no se ha hundido la oficina electoral de Borrell, esa que le pusieron al pobre hombre con dos sillas viejas y una mesa de segunda mano, sino que, encima, han colocado al tal virtuoso del mal bají en el Comité Electoral Permanente, que depende del aparato. Si de éstas no se descacharra el aparato felipista es que dura más que un traje de pana. Me parece que es tentar al diablo. O quizá no tanto, quizá todo sea una alta estrategia política del felipismo resistente, sabedor de que en el mal fario el que no la da la entrada, la da a la salida.

Ahora que tampoco creo que sea como para soltar palomas, lanzar cohetes y dar tres cuartos al pregonero, que hay que ver lo corruptos que eran los pregoneros, por tres cuartos de nada decían lo que querías, mientras que ahora para eso mismo tienes que montar por lo menos una plataforma digital y un multimedia y te tienes que gastar los cienes y cienes de millones. Si bien Borrell ha salido elegido a pesar de que había que tocar madera antes de coger su papeleta de voto, por la artillería de acompañamiento que llevaba, no creo yo, sin embargo, que el desastre ecológico de Doñana haya sido un azar, una imprevisión de los suecos como dicen, un pretexto para que al cabo de los días los políticos pudieran seguir haciendo lo que siempre hacen, comer langostinos, aunque ahora con causa aparentemente justificada.

Como tengo la mosca detrás de la oreja con respecto a este personaje, uno de los más tontos que ha dado la Historia Sagrada, me he leído todos los informes de Greenpeace, del Ministerio de Medio Ambiente, de la Junta de Andalucía, de los técnicos en minas, en peces, en riberas, en marismas, en caminos del Rocío, en río Quema, que no es Quema, sino que es el vado del Quema en el río Guadiamar. He devorado kilómetros cuadrados de diarios, hectáreas de revistas, horas de telediarios y de boletines informativos de la radio. He conectado con la CNN, con la NBC, con la BBC y hasta con Onda Giralda, por si daban la clave de lo que me barrunto. Pero la pregunta clave queda sin resolver, a pesar de los miles de páginas que me he metido entre pecho y espalda y de los datos que casi me han congestionado el disco duro.

La pregunta del millón en cuestión de desastre de Doñana es: ¿Dónde estaba Ñañe a las tres y media de la madrugada del sábado 25 de abril, hora en que se rompió la presa de los residuos tóxicos la mina de Aznalcóllar? ¿Habría pasado acaso el tío de la leña por ese puente sobre el Guadiamar desde donde ahora da pena ver las marismas? ¿Visitó quizá Doñana en los días previos, acompañando a una delegación de algo de la América hispana, como siempre hace? ¿Navegó Guadalquivir abajo? Esta catástrofe es tan grande, Dios mío de mi alma, que no puede ser obra de unos aficionados. Una presa no se rompe así como así. Este desastre de Doñana es tan grande, Dios mío de mi alma, que sólo puede ser obra, como la victoria de Borrell, de la participación de un profesional de las catástrofes. *

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