La felicidad... de José María Iñigo

Un español coge un tema para un libro, elabora un cuestionario
y una lista de direcciones, y con doscientos duros en
sellos se hace un libro que tiembla el misterio.
Se lo hacen los demás, claro

Tengo el mejor concepto y el mejor recuerdo de José María Iñigo, ese gran profesional de la televisión. Si mi barbero, que se llama por cierto Francisco Franco, como hay otro en Sevilla que se llama Cristóbal Colón, aquí vamos de Fígaros hispalenses completamente histórico-artísticos como ven, para algo son colegas del rossiniano Barbero de Sevilla. Si mi barbero, venía diciendo, escribiera un día una "Historia capilar de la transición española", indudablemente tenía que sacar a José María Iñigo. Cuando vimos en la pantalla de la entonces única Televisión Española el famoso bigote de José María Iñigo, comprendimos al punto que había empezado la evolución hacia la apertura del régimen del dictador colombroño de mi barbero. Pasar del bigotito imperial de Jesús Alvarez al bigote yeyé de Iñigo fue una apertura del régimen mucho mayor, por ejemplo, que la Ley de Prensa de Fraga o de la aceptación del bikini por la Conferencia Episcopal Española. Ni Juan XXIII había hecho en la Iglesia tantos cambios como el bigote de Iñigo en TVE. No en balde el programa que le dio la fama se llamaba Estudio Abierto, en aquella televisión cuya programación entera y plena era un estudio cerrado, por aquel Principio Fundamental del Movimiento copiado de las ventanillas de los vagones de la Renfe y que decía: "Es peligroso asomarse al exterior".

Por fax, que es como ahora se reciben los correos, me ha escrito el ínclito José María Iñigo, para algo que se suele: hacer un libro a costa de los demás. Se habla mucho de la chapuza española en la empresa, en la economía, en las artes, por descontado que en las reparaciones domésticas, pero no se dice que también las hay en la literatura. Igual que un español medio mañoso puede hacer milagros con unos alicates, y ahí tienen por el espacio al astronauta Pedro Duque con su chorizo y su queso para demostrarlo, un español con un cuestionario puede hacer maravillas en forma de libro. Un español coge un tema para un libro, elabora un cuestionario de preguntas, se busca una lista de direcciones en plan Cadena de San Antonio, y con calculo yo que cien o doscientos duros en sellos de Correos, se hace un libro que tiembla el misterio. Se lo hacen los demás, claro.

José María Iñigo pretende ahora que los demás le escribamos un libro. Yo ya he hecho muchas obras de caridad literaria. Desde aquel "100 españoles y el Opus Dei" a "100 españoles y Dios", he estado entre los 100 españoles, o los 200 españoles, o los 300 españoles que les hacemos libros gratis a los más osados. Iñigo me manda la habitual carta en la que se supone que es un honor recibirla, como esas promociones de venta por correo que dicen: "Señor/a Fernández, ha sido usted seleccionado/a entre un reducido grupo de distinguidos clientes/as que tienen derecho durante diez días (plazo improrrogable) a comprar la oferta limitada y numerada de nuestro reloj cerámico electrónico de cocina modelo Isabel Preysler". La teletienda de José María Iñigo me dice: "Estimado amigo: Antonio Aradillas y yo hemos decidido escribir un libro sobre la felicidad, que nos ha sido encomendado por una prestigiosa editorial. Después de una larga y seria introducción sobre el tema, se pretende recabar la opinión de algunas de las personalidades que en el momento actual de España puedan ser más representativas de la vida y de la sociedad. Creemos que tú no puedes faltar en esta cita de relieve, por estimar que tu posición y testimonio, así como tu aportación, resultarán otros tantos puntos de referencia de gran estima y consideración para nuestros lectores. Te adjunto el cuestionario, que agradecería contestaras y nos lo envíes lo antes que te sea posible."

Enardecida en su vanidad, la gente contesta como los locos al cuestionario: "Qué es para usted la felicidad?", "¿Conoce usted muchas personas felices?" Te contesto a través de ÉPOCA, mi querido José María, para ahorrarme el sello y la línea del fax, que está la cosa muy achuchada y hay que reducir gastos generales. Mira, para mí la felicidad, entre otras muchas cosas, consiste en no escribir libros ajenos, sobre todo si es otro quien cobra lo de uno. En este tiempo en que cualquier pelandusca de lujo o cualquier semental afro-cubano, bailarín consorte o asimilado cobra de cuatro millones para arriba porque le pregunten tres tonterías en Tómbola, comprenderás, Iñigo, que es hacer el canelo responder por la cara a un tocho así de largo, por unas líneas de halago de la vanidad. No sé la tuya, pero mi vanidad tiene que mandar todos los días a Manolita mi cocinera a la plaza.

Conozco a muchas personas felices, claro que las conozco. A millones de personas felices, querido José María Iñigo. ¿Y sabes por qué son felices? Porque como son unos señores particulares y desconocidos a salvo de toda presión y compromiso por vía de la vanidad, nadie, pero, vamos, absolutamente nadie, les manda nunca un cuestionario por la cara para que escriban un libro que cobrará otro. Eso es, chispa más o menos, la felicidad, querido José María Iñigo. Ahora, que para que te escriba un libro y lo cobres tú, tienes que hablar antes con doña Isabel Herce Fernández, que es la Jefa de mi Casa Civil. Y que no veas lo feliz que se pone cuando cobra un talón de una editorial. *

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