La venta a bordo del Ave

"Más espantosos que un artículo de Javier Pradera son los artículos
de la venta a bordo del Ave, que parecen todos artículos de Pradera"

Por culpa de Luis del Olmo, de su espacio Los Tres Tenores y de la más que inspirada y grata compañía radiofónica de aquí el director de ÉPOCA, Jaime Campmany, y de Alfonso Ussía, estoy haciendo méritos suficientes para que la Renfe, en el próximo día de la Patrona, me entregue solemnemente el Título de Hijo Predilecto del Ave. Era ya relativamente experto en Sociología del Ave. Me sentía como Gary Cooper cuando va de explorador de paisano acompañando a la tropa en las películas del Séptimo de Caballería. Todo lo conocía en el Ave acerca de sus aguerridas tribus de indios motorolos que llaman a su secretaria por el móvil para preguntarle, ora a la altura de Puertollano, ora a la de Córdoba, si Escalante ha devuelto otra vez la letra que renovó o si finalmente la ha pagado.

Pero ahora, con lo del programa semanal de Onda Cero, estoy haciendo un auténtico master en Ave. Pregúntenme lo que quieran. Por ejemplo, he descubierto que una de las cosas más inútiles de España es la llamada "tienda a bordo" del Ave. Tú vas en un avión al extranjero, y cuando pasa la azafata con el carrito de los artículos libres de impuestos, algo cae siempre entre los pasajeros. Quién compra un cartón de Winston, quién un reloj Viceroy, quién un frasco de perfume para regalarlo a su mujer, a su novia, a su amante, a la que más te ha querido, ¡con eso tengo bastante!, que recitaba Pepe Pinto. Pero avisan en el Ave que van a pasar las azafatas con el carrito de la tienda de venta de maritatas, recuerdos y Agua de Sevilla y la gente corre despavorida al baño. Tanta pena me dan las azafatas con el carrito, siempre sin vender una escoba, que un día, por pura conmiseración, voy a comprarles algo. Quizá espere a la Cuaresma, cuando sea tiempo penitencial. Cuando un cura me diga que haga una buena obra para redimirme de mis pecados. Me preguntará el padre:

-¿Qué obra de caridad vas a hacer, hijo?

-Voy a comprarle un boli de Renfe a la niña del Ave que pasa por el pasillo con el carrito de la venta a bordo.

-Pero eso no es una obra de caridad -me dirá el sabio sacerdote.

-Es que usted no se ha montado en el Ave, padre, y no ha visto la carita de pena de la pobre niña con el carrito por allí por el pasillo, sin que nadie le compre nunca ni un anorak de niño con el escudo de la Alta Velocidad Española, ni un paraguas plegable, ni un juego de pluma y bolígrafo... Tiene que entrarle una alegría por cuerpo a la pobrecita mía el día que alguien le compre algo...

La culpa, claro, la tiene Renfe. En Iberia, las páginas de la revista Ronda con los artículos que te venden son una tentación de corbatas de Hermés, de pañuelos de Gucci, de botellas de Rioja de reserva, de cajas de puros canarios. El catálogo de artículos de venta a bordo del Ave parece hecho por un equipo de enemigos de la Renfe, tras muchas jornadas de estudios y consultas:

-¿Qué podemos poner en el catálogo para que no se venda absolutamente nada?

-Podemos poner unos "pins" con el logotipo del Ave...

-No, que eso puede que algún despistado lo compre algún día...

-Entonces agua de naranjos, que a nadie se le ocurrirá nunca comprar una colonia que se llame agua de naranjos, uf, qué agria...

Así lo han hecho. Te montas en el vagón y llega la azafata repartiendo los prospectos de los artículos que venden...

-¿Quiere el catálogo de venta a bordo?

Y los viajeros cuando oyen que viene la azafata repartiendo los catálogos, huyen, se esconden bajo el asiento, se disfrazan de maleta, reptan por el suelo. Algunos, más decididos y valerosos, responden:

-¿Pero he hecho algo malo, señorita, para que me imponga usted este castigo?

Nada comparable a cuando, ya acercándose a Madrid, ya a Sevilla, viene el carrito famoso. Entonces los pasajeros, para librarse del horror, recurren a las tretas más increíbles. Los hay que, en los apuros, hasta cogen El País y se ponen a hacer como que leen el artículo de Javier Pradera. Leer a Javier Pradera es terrible, lo sé; pero más espantosos que un artículo de Javier Pradera son los artículos de la venta a bordo del Ave, que parecen todos artículos de Pradera, de espantosos que son.

Claro que cabe una solución. Podían organizar atractivos concursos. Por ejemplo, regalar un viaje a Cuba con estancia de una semana en Varadero a aquel que viera a alguien alguna vez comprar algo en la tienda a bordo del Ave. Pero tampoco es solución.

El concurso quedaría siempre desierto. *


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p765.jpg (67413 bytes)EpocaEl último número de la revista, en Internet