La "stock option",
para el que la trabaja

Lo que le han liado a Villalonga es por poner al día el viejo grito:
"Las acciones de la empresa, para quienes las trabajan y las revalorizan"

En tiempos del general De Gaulle sus partidarios le hacían un elogio tópico, diciendo que había logrado poner de acuerdo a un país como Francia, que producía no sé si 648 u 864, pero desde luego una barbaridad de variedades de queso. Que nos hablen a nosotros de queso, que fue la imagen poética, con la famosa tabla de quesos de Manuel Clavero Arévalo en las preautonomías, con la que se compusieron las teselas de este complicado y difícil mosaico que es la España de las autonomías. Si Francia tiene toda esa barbaridad de clases de queso, nada digo de las que hay aquí. De aquel lema unitario de la CN-IV, "De Manzanares, sus quesos", hemos pasado a esta realidad casi federal donde no hay pueblo sin queso propio y sin vino propio. Ni siquiera hablo de la cantidad de denominaciones de origen de vinos que hay o quieren llegar a existir.

¿No va a haber problema con los nacionalismos, si cada término municipal quiere constituir un Consejo Regulador de Origen para sus viñas? Aquí todo el que tiene más de tres aranzadas de viña y más de dos bodegas en el pueblo quiere hacer su Consejo Regulador. Y quien dice del vino, lo dice del aceite. Se ha puesto de moda, gracias a Dios y a la dieta mediterránea, el aceite de oliva, y cada pueblo olivarero, cada almazara, cada cooperativa extractora, quiere su correspondiente marchamo de Denominación de Origen.

Visto desde esta perspectiva, lo De Gaulle no tenía ningún mérito. Quien tiene de verdad mérito es Aznar, que siendo un hombre de la Ribera del Duero sabe gobernar en la España del Rioja y del Jumilla, del Penedés y del Valdepeñas. Dicen que vamos a una sociedad globalizada, uniformada, a una aldea global que es un mercado universal, de MacDonnald y Telepizza, de Reebock y Adidas, de Lewis y de Lee, de Sony y de Grundig, de las concentraciones, de las absorciones, en la que estamos dando la vuelta a la tortilla hasta tal forma que en las puertas del siglo XXI (o según muchos americanos dentro ya de ellas) hemos vuelto otra vez al grito de los anarquistas del XIX: "La tierra para el que la trabaja". Todo lo que le han liado a Villalonga es por poner al día, como es la moda mundial de Wall Street e islas adyacentes, ese viejo grito: "Las acciones de la empresa, para quienes las trabajan y las revalorizan". En esta sociedad tan igualitaria, tan del bienestar, la modernidad, el progreso y todos los tópicos del por aquí te quiero ver, futuro mío, estamos llegando de vuelta a los ideales libertarios de las colectivizaciones. Leo en la prensa salmón, mucho más interesante que la prensa rosa, todo el follón de las "stock options", de las chollopciones, y, total, ¿qué es eso? Pues algo tan viejo como las agitaciones campesinas andaluzas del clásico libro de Díaz del Moral: la idea del reparto. El reparto no solamente como idea utópica, sino el reparto como realidad.

Aquí ya nadie piensa en repartir la tierra, ni en quitar los cortijos a Samuel Flores o a la Duquesa de Alba. No, ahora lo que hay que repartir son los nuevos símbolos de la riqueza, del poder, de la prosperidad: las acciones de las empresas. Los antiguos, como valores seguros, compraban fincas que ahora no valen un duro. Los nietos de aquellos inversores están todo el día leyendo las cotizaciones de los fondos de inversión y el Ibex-35. Lo que ahora da prestigio social no es el campo, sino el paquete de acciones. Cuanto tuvo Mario Conde de héroe social fue lo mismo que, en sus tiempos, tuvieron el Duque de Fernán Núñez o el Duque del Infantado como grandes propietarios de tierras.

Los ejecutivos de las multinacionales reparten acciones entre sus empleados y en el fondo, desde las raíces más puras y duras del capitalismo, le están dado la razón a los socialistas utópicos del siglo XIX. Un reparto de "stock options" en el año 2000 tiene mucho de una ocupación de tierras por el Sindicato de Obreros del Campo en 1976. Han cambiado los protagonistas y las mentalidades en cuyo nombre se realizan esas acciones, pero, al cambio (en yen, mismo) es exactamente igual.

Los directivos de Telefónica, o de cualquier otra empresa que reparte trozos de capital entre sus ejecutivos, ocupan el accionariado de la sociedad como los jornaleros de Sánchez Gordillo ocupaban las tierras del señor duque de turno en Marinaleda o en cualquier punto de aquella Andalucía de los conflictos, antes que el PSOE comprara la paz social por los platos de lentejas (con chorizo y jamón) del PER, los subsidios de paro, las cartillas, las peonadas y la virtual conversión en funcionarios de los trabajadores agrícolas. De los grandes latifundios de los paquetes de acciones de las empresas estamos pasando al minifundismo de las entregas de parcelas de capital, como el Instituto Nacional de Colonización entregaba a los campesinos que independizaba una suerte de tierra, una pequeña casa, una yunta de mulas o de bueyes y los aperos de labranza y semillas necesarios. La pescadilla del capitalismo se muerde la cola y yo no sé cómo es la izquierda la que más protesta contra las "stock options", cuando en realidad parece un monstruo goyesco engendrado por los sueños de Carlos Marx. En realidad se trata de la colectivización de los bienes de producción de nuestros días. *


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