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Elogio tartaja de la Matute

"Estoy por proponer que celebremos el Día del Orgullo Tartaja,
que los tartamudos nos echemos a la calle reivindicando
nuestra condición, como ahora es
lo políticamente correcto"

Me ha pasado con Ana María Matute más o menos como a la madre de Estrellita Castro con don Jacinto Benavente. Aquello que cuentan, tan conocido, que le presentaron a la buena señora al autor de Los Intereses Creados y le dijo:

-¡Don Jacinto, qué alegría conocerlo! ¡Las ganas que tenía yo de conocerlo!

-¿Por qué, señora?

-Porque yo tengo un hijo que, vamos, es igualito, igualito que usted.

-¿Escritor?

-No, maricón.

Pues si mi santa madre viviera y le hubieran presentado a Ana María Matute, le habría ocurrido como a la de Estrellita con Benavente:

-Doña Ana María, tengo un hijo que es como usted...

-¿Escribe?

-No, tartajea.

Como soy cateto y vivo en provincias, hasta ahora, leyendo a Jaime Peñafiel, no me he enterado que soy colega de Ana María Matute. No por escribir, sino por tartamudear, que la novelista tartajeaba de niña en el colegio. Los tartamudos tenemos un cierto orgullo de cuerpo, y nos tapamos unos con otros. Cuando quieren reírse de nosotros como de Ana María Matute se burlaban las Damas Negras del colegio, citamos a Demóstenes. Incluso nos queda la secreta esperanza de que don Emilio Castelar tartajeara en privado, con sus amigos, cuando no estaba en la tribuna del Congreso de los Diputados liado con Dios en el Sinaí.

Tenemos entre nosotros una cierta solidaridad de cuerpo. Dentro del oficio periodístico, me llevo especialmente bien con José Oneto. De Oneto me separan muchas ideas, pero me une algo fundamental: el tartajeo. Cuando veo que Oneto se atranca hablando por la radio, nadie mejor que otro del Gremio de Tartajas para comprenderlo. Aunque servidor es de otra clase, pues los tartajas están por clasificar. Soy de los que cuando tiene delante un micrófono no se atasca nada, aunque en privado me atranque más que un 600 en el París-Dakar. Yo, como Aznar con el catalán: tartajeo en privado.

No sé Ana María Matute, pero servidor no tiene el menor complejo con su tartamudez. Una primera aproximación a esa necesaria clasificación de tartajas sería, pues, en dos grandes grupos: los que no nos avergonzamos de serlo, a mu... mu... mucha honra, y los que o... o... ocultan que lo son. Por así decirlo, los que hemos salido del armario de la tartamudez y los que aún están dentro. Hasta estoy por proponer que celebremos el Día del Orgullo Tartaja, que los tartamudos nos echemos a la calle reivindicando nuestra condición, como ahora es lo políticamente correcto. Podíamos constituir la Asociación Juan Belmonte de Tartajas. Belmonte era de los que habían salido del armario del tartajeo. No le importaba atrancarse lo que hiciera falta. Es más: su filosofía no se explica sin su tartajeo elegante, a lo Oxford, cuando le preguntaban cómo un banderillero suyo podía llegar a gobernador civil:

-Pu... pu... pues... ya... ves. De... de... degenerando...

A Paco Mira, que lleva el Real Patronato de Ayuda a las Minusvalías, le tengo dicho que a ver si consigue que el Gobierno del PP nos dé a los tartajas una denominación oficial al uso y reconozcan nuestra condición. Tal como los cojos son disminuidos físicos, nosotros deberíamos ser calificados oficialmente disminuidos locucionales. No por nada, sino para que nos den el carné oficial de tartajas y podamos aparcar en los magníficos sitios reservados a los minusválidos. ¿Se han fijado ustedes que los mejores aparcamientos, y donde se encuentra siempre sitio libre, son los destinados a los cojos? Pues ahí, ahí es donde deberían dejarnos aparcar a los tartamudos. Con carné naturalmente. Inscritos en la Asociación Democrática de Tartajas, que sería la de izquierdas, o en la Asociación Profesional de Tartajas, que sería la de derechas.

Me ha confortado mucho saber que Ana María Matute es o era cuando chica colega, y la tendré entre las citas cuando salga a colación mi minusvalía. La citaré junto a Belmonte. Porque yo, que era belmontista por afición, me sé ahora abelmontado por defecto. Ha sido uno de los elogios más elegantes que me han dicho. Un amigo, claro, a quien tengo por espejo de caballeros. El apoderado taurino Manuel Flores Cubero, Camará, me presentó en un coloquio en el Club Internacional de Marbella y fíjense de qué modo más torero, cariñoso y elegante me llamó tartamudo:

-Antonio tiene un habla abelmontada...

Ole, Camará. Gracias a tu inteligencia y a tu secreta gracia cordobesa no te tuve que decir lo que suelo cuando en mi presencia quieren contar un chiste de tartamudos:

-No, calla, déjame que cuente yo el chiste, que lo haré mucho mejor. Ten en cuenta que yo soy tartamudo profesional y tú eres un simple aficionado... *


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