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Sanluqueña de Herrera y Aznar

"Aznar hacía como cuando llegó con Tony Blair:
pararse en Bajo de Guía para tomarse una copa de manzanilla.
Algo que no hizo González en sus 14 años de vacaciones en el Coto"

Carlos Herrera tiene en La Jara de Sanlúcar de Barrameda una casa que es para ponerle un piso. A la casa, no a Carlos Herrera. El piso a Herrera, en forma de casa, ya se lo ha puesto la Telefónica en Miami, una casa sabática. Hay quien se compra una casa adobada y quien se alquila en Miami la casa de Bertín Osborne para pasar un año sabático, como Herrera, por lo que el INE (Indice Nacional de Envidia) que despierta, que lo tenía ya en el 87,4% antes de firmar por Telefónica, se le ha puesto ahora en el 99,2%.

¿Cómo es la casa de Herrera en Sanlúcar? Pues una casa sobre una puesta de sol. Si algún día un director americano loco tuviera que rodar una película que se titulara La casa de la puesta de sol, basada en la novela de una escritora gorda, episcopaliana, borracha y lesbiana, con el Pulitzer y con un Parkinson, no tendría más remedio que rodarla en esa casa de La Jara. Casas así las vemos en las películas, en la costa californiana o de Nueva Inglaterra. Una casa en plena desembocadura del Guadalquivir, de modo que cada gota de agua nacida en la Sierra de Cazorla que pasa buscando las tablas de la mar, le dice a Herrera antes de echarse:

-Adiós, Carlos, hijo, ea, aquí me tienes cumpliendo con el topicazo de Jorge Manrique y de la leche que mamó su puñetero padre, el de las coplas... Aquí que vamos a la mar, que es el morir, niño...

-Pues que vaya usted mucho con Dios -le dice Herrera, que es muy cumplido.

-No, encima con cachondeíto -le dicen las aguas, que como serranas de Jaén tienen todas bastante retranca y se mueren en el mar, pero con muy mala leche...

La casa de Herrera, que se llama El Puy en honor de la Virgen navarra del pueblo de Mariló, su mujer, está en el mejor cahiz de tierra de la mismísima desembocadura del Guadalquivir, abierta a la mar y con Doñana frente. Frente al inalterable paisaje del mar. Tiene de bueno el mar que si te compras una casa dándole vista, el paisaje no te cambiará nunca. Te compras un chalé en el paraje más bonito de la sierra, y cuando vuelves a casa por Navidad, el cateto de turno te ha asesinado la puesta de sol haciendo dos naves para tractores que te ocultan el horizonte. A Herrera se lo dije:

-Lo bueno que tiene la mar, Herrera, es que no puede venir ningún cateto con dinero y cargárselo con dos naves para los tractores...

Porque frente, en Doñana, tampoco puede cambiar el paisaje. Aquello está más protegido que un travestí en una película de Pedro Almodóvar. Claro que tiene servidumbre de vecindad, Aznar y esas cosas. Fui a la casa de Herrera, que le debía visita, para hacerle mangazo de langostinos cocidos por él mismo. Es un Fernando Adriá o un Juan María Arzak del arte de cocer crustáceos, entre otros virtuosismos de los fogones. Dimos cuenta de un encierro terciado y parejo de langostinos del encaste juampedros cómodos de cabeza, bajitos, que humillan muy bien y son una delicia. Un duque que con nosotros venía al mangazo, el de Segorbe, dejó patente que los hay que prefieren lidiar langostinos en puntas de los que Juan Llera califico de Pablo-Romeros. Son langostinos grandes, altos de agujas, tremendos de cabeza, para los toristas del langostino, que existen, y que Herrera y servidor hemos dado en llamarlos Langostinos Puerto de San Lorenzo, Cebada Gago, Celestino Cuadri, por no mentarlos Victorinos, que les diría hoy el difunto Juan Llera, señor de Bajo de Guía. El langostino de San Isidro, vamos...

Cuenta que hubimos dado de los langostinos frente a la mar oceana, fuimos a Bajo de Guía para seguir mangando al Herrera, esta vez en forma de almuerzo de gloriosos guisos marineros en el Mirador de Doñana, paraíso del cazón en sus tres observancias: frito, en adobo y guisado en amarillo. Que donde esté un buen cazón, que se quiten los langostinos, ora toreristas y sevillanos, de encaste Juan Pedro Domecq, ora toristas y madrileños, de Victorino Martín. Y en llegando a Bajo de Guía, revuelo de sirenas, de teresianas y de patrulleros: la jodida servidumbre de vecindad de la casa. José María Aznar que llegaba, para despedirse del Coto de Doñana antes de irse a Oropesa. Hacía como cuando llegó con Tony Blair: pararse en Bajo de Guía para tomarse una copa de manzanilla. Algo, me dijeron, que no hizo en su vida González, en sus 14 años de vacaciones en el Coto. Ahí demuestra Aznar su paladar, deteniéndose en Bajo de Guía cada vez que va al Coto de Doñana, y demuestra su talante, parándose a hablar con la gente, charlando con ellos en la barra del Mirador de Doñana. Eso lo hace Aznar porque no conoce la casa de Carlos Herrera en La Jara, claro. Si la conociera, ni Doñana, ni Oropesa, ni nada. Se la requisaba a Carlos Herrera. Y no por envidia, sino por haber fichado por Telefónica y habernos dejado el EGM de Radio Nacional de España con estos pelos, so mamón...

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