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Alfonso Pérez Muñoz

"El Betis era el único club con un presidente al
que lo mató un toro en una plaza y Lorca le
escribió la mejor elegía en lengua castellana"

Ni progres y carcas, creyentes y agnósticos. A estas alturas de curso, divido a la gente en dos grupos mucho más elementales: los que tienen educación y principios, y los que no los tienen. Antes, cuando tenía menos años y más confianza en la utopía, le pedía a la gente que fuera justa, equitativa y saludable, como en el antiguo prefacio de la misa tridentina, la del Credo que parecía un trabalenguas: nicenoconstantinopolitano. Ahora no les exijo tanto, y no porque la permisividad y la tolerancia estén de moda, sino por comodidad y por indolencia. Ahora le pido a la gente simplemente que tengan educación y principios, en esos dos grandes grupos de los que los tienen y los que no los tienen en que, como en dos hemisferios, tengo dividido al mundo de los que nos rodean. Que nos tienen rodeados, por cierto.

De esos dos mundos descritos, el de los que tienen principios y educación y el de los que no los tienen, Alfonso Pérez Muñoz pertenece al primero, y Manuel Ruiz de Lopera, Donmanué, al segundo. Por eso Alfonso no podía estar ni un minuto más con Lopera, y se ha ido al Barcelona, de lo que me alegro profundamente.

-¿Pero usted no era bético?

-Lo era y lo sigo siendo. Por eso precisamente me alegro de que Alfonso esté ya en el Barcelona.

El Betis ya no existe. El Betis, el Real Betis Balompié, era una religión, una filosofía de la vida, un modo de entender el mundo, un senequismo del manque pierda, una esperanza, una resignación. Tan singular y único, que el Betis, verbigracia, era el único club de fútbol del mundo con un presidente al que, vestido de luces y con la muleta y el estoque en la mano, lo mató un toro en una plaza y no conforme el beticismo con ello, vino Federico García Lorca y le escribió la mejor elegía en lengua castellana que nunca se haya compuesto. Hablo de Ignacio Sánchez Mejías, que como el arte siempre cae para el mismo lado, era tan bético que fue presidente del club.

A todo esto que era el Betis, como a lo que era el Atlético de Madrid, como a lo que era el Rayo Vallecano, le ocurrió como a casi todos los clubes con la promulgación de la Ley de Sociedades Anónimas Deportivas: que llegó un salvador de la patria con mucho dinero y lo compró. Por eso digo que el Betis ya no existe. Existe una cosa que lleva el nombre del Betis y que compró Donmanué. Como en política, después de Suresnes, dejó de existir el Partido Socialista Obrero Español y comenzó a existir una cosa que llevaba el nombre del PSOE, pero que se quedó con ella precisamente un bético, González Márquez. Cuanto representaba el Real Betis Balompié lo encarna ahora el que podría llamar Irreal Betis Balompié, que no ha renunciado a su filosofía, que no tiene el dinero como medida de todas las cosas, que ejerce un señorío popular único... Es el Betis por encima de los cheques, de los fichajes aforados en dólares, de las obras faraónicas. El que seguimos sintiendo como una religión quienes nos proclamamos béticos del sector histórico. Han podido comprarlo todo, menos los sentimientos de los béticos que, en plan Ortega y Gasset, decimos "no es esto, no es esto" cuando vemos un Betis que hasta ha perdido las generales simpatías que despertaba en toda España y ha empezado a aparecer como un club antipático, lo cual es ontológicamente contradictorio con las esencias del beticismo.

En el Betis real, el Alfonso de las lágrimas por el club, aquel mito de las botas blancas y el corazón verde, no tenía nada que hacer. Alfonso era también del sector histórico de aquel Betis que alcanzó su grandeza con otro caballero, con Lorenzo Serra Ferrer. No podía permanecer ni un minuto más al lado de quien no tiene educación ni principios y se fue al Barcelona. Alfonso nos afirmaba en nuestros sentimientos a los que proclamamos que el Betis existe antes de 1992 y de la Ley de Sociedades Deportivas. Veíamos la ilusión de Alfonso en los verdes campos del Edén bético y pensábamos que desgraciadamente el club había caído en todo lo que caracteriza al fascismo: la obra faraónica para la justificación por el cemento; la exaltación del dictador; la continua invención del enemigo exterior para reforzar la presión interior; el jefe ro-
deado por una corte de fanáticos incondicionales...

A Alfonso lo habían depurado como Hitler a los generales de cuerpos de ejército que sobresalían más de la cuenta. El ego del presidente, mayor que el estadio que ha construido, no podía permitir que los béticos del sector histórico siguiéramos siendo de aquel último Betis grande de Alfonso y de Serra Ferrer. Dos señores, dos caballeros, que tras muchas fatigas han podido librarse del mal gusto y de la ordinariez.

Estoy deseando ver a Alfonso jugar con el Barsa. Contemplando los primores de sus botas blancas, soñaré en los sentimientos utópicos de nuestro Irreal Betis, que no hay dinero para comprarlos.

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