Como
evangelios apócrifos de la gracia, siempre hay variantes en la
narración de historias famosas del mundo del flamenco. Un mismo
sucedido es atribuido unas veces al mítico Cojo Peroche, otras al
genial Beni de Cádiz y otras a Vicente Pantoja "Picoco".
Como protagonizada por cada uno de los tres monstruos citados he
oído aquella historia del flamenco que fue contratado para animar
una fiesta en una casa, y que en sus ansias de pegar el mangazo se
presentó antes de tiempo, cuando aún no habían llegado ni los
invitados ni los restantes artistas del cuadro. La señora, tras
recibirlo, le dijo a ese todo terreno que hay en las grandes
casas, que es mozo de comedor, chófer, jardinero y lo que haga
falta:
-- Juan, enséñele a este señor la
casa mientras llegan los otros artistas...
Y allá que fue, no sé si Picoco,
Beni o Peroche, por aquellos salones de retratos de Benedito con
señoras antiguas en traje de corte, hundiendo deslumbrado sus
tacones en las alfombras de la Real Fábrica. El criado le iba
explicando los muebles:
-- Este estrado es Luis XIV...
Pasaban a otro salón, y el criado:
-- Esta sillería es Luis XV...
Así, salón tras salón, lo que no
era Luis XIV era Luis XV, y, si no, Luis XIII. Hasta que el
flamenco, harto ya de tanto mobiliario histórico, para quedar a
la altura de las circunstancias, exclamó admirado:
-- ¡Qué pedazos de carpinteros
estaban hechos estos Luises...!
Sin que me enseñen salones, un amigo
arquitecto me ha descubierto que también tenemos muebles de
estilo con nombre de Rey en nuestros días. Me lo ha hecho ver
Joaquín Sancho, un arquitecto especializado en casoplones; el
autor, entre otras, de la casa de Vittorio y Luchino en la sierra
de Cazalla y de la de Curro Romero en el Aljarafe. Hablábamos de
ese horror que son los muebles de la sala Vip de la estación de
Atocha, ahora cerrada para la ampliación del Ave
Madrid-Barcelona. Quien dice la sala Vip de Atocha dice la del
aeropuerto de Barcelona. Esos muebles de la modernidad y el
progreso hechos conforme a la suprema norma de diseño: que nada
sea lo que parece y que nada parezca lo que es. Sillones que
parecen cunas de niños chicos, y sillas que parecen rejillas de
los respiraderos del Metro. Los supremos ceniceros con vocación
de exprimelimones, exprimelimones de diseño también por
supuesto. Los sofás que te llevan directamente a la lumbalgia, a
cuyo lado un mueble de Ikea te parece tan clásico como si fuera
de Loscertales.
Le dije a mi amigo arquitecto que la
máxima expresión de estos muebles fueron los sillones
presidenciales que hicieron para los Reyes y el Príncipe de
Asturias en el acto inaugural de la Expo de 1992 en Sevilla. Unos
platillos volantes en forma de sillones. Me dijo:
--Por eso digo que estos muebles son
estilo Juan Carlos I. ¿No hay Luis XV y Luis XVI? Pues debemos
empezar a llamar a este estilo Juan Carlos I...
Cada mediodía me impresiona el
estilo Juan Carlos I cuando veo a Anne Igartiburu presentando su
programa en TVE. Le considero un grandísimo mérito a esta
hermosa Doris Day en formato XL. No solamente por el interés de
su programa, sino por la habilidad de su cuerpo serrano. Ya hay
que tener soltura para estar sentada con naturalidad y con sus
piernas larguísimas en ese horror de sillón de un solo brazo.
Con todo lo alta que es, Anne no llega ni a la mitad del respaldar
inmenso de esa especie de silla eléctrica tapizada en rojo con
tela mala, mala, mala. Se trata de un sillón de estricto Estilo
Juan Carlos I, de la escuela de los que pusieron a los Reyes para
inaugurar la Expo 92. Presentar todos los días durante media hora
un programa de televisión sentada en ese espantoso sillón es
mérito más que suficiente para que le den un premio Ondas. O
dos.

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