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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3003 - 28 de febrero del 2002                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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"Jazmines en el ojal", editorial La Esfera de los Libros, prólogo de María Dolores Pradera   

"JAZMINES EN EL OJAL", nuevo libro de Antonio Burgos

 

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La educación permanente de adultos hace mucho tiempo que existe. No sé si a usted le pasa como a mí: pertenezco a la educación permanente de adultos porque llevo toda mi vida estudiando inglés, sin que haya conseguido aprenderlo. No digo ya poder hablar con un taxista en Nueva York (porque son casi todos rumanos o griegos y no hay quien los comprenda), sino para entender a los locutores de la CNN cada vez que hay una guerra más o menos mundial. Como quizá le pase a usted, escogí inglés en el bachillerato; luego lo estudié en el Instituto Británico; me compré después todos los cursos habidos y por haber, con discos y sin ellos; he coleccionado los vídeos y fascículos que daban con los periódicos. Ya digo: toda una vida estudiando inglés. Para sufrir la decepción de la consejería del Hotel Ritz de Londres, donde me esforzaba en pedir con mi inglés chapurreado un adaptador de enchufe de teléfono para el modem del ordenador portátil, cuando el efectivo y educadísimo "hall porter" me dijo:

-- No se preocupe, señor Burgos: puede hablarme en castellano. Somos medio paisanos. Yo nací en Gibraltar...

Admirar a los ingleses y a su cultura como los admiramos muchos, aparte de nunca terminar de aprender de verdad su lengua, da otros muchos disgustos. Creemos que en nuestra admiración los comprendemos y al final tenemos que reconocer que por algo circulan por la izquierda y no han terminado de adaptarse del todo al sistema métrico decimal y mucho menos al euro. Me ocurrió cuando la muerte de Diana Spencer y me ha vuelto a ocurrir con el fallecimiento de la triste y rebelde Princesa Margarita. He llegado una vez más a la conclusión de que nuestros admirados ingleses son bastante raritos. Quizá por eso mismo nos deslumbran.

Cuando murió trágicamente la legendaria Lady Di, llevaron sus restos desde París a Londres en un avión militar, cubierto el féretro por la bandera con las armas de la Casa reinante. Aquella comitiva acompañó al cadáver hasta el Palacio de Kensington y allí lo depositó. Tras lo cual, desde el Príncipe de Gales a la Reina Isabel II, cada cual siguió su vida hasta la celebración de aquellos impresionantes funerales oficiales con la emoción de Elton John y todo el pueblo en la calle. Desde nuestra España de las capillas ardientes, de los velatorios, la del llanto sobre el difunto del refrán, aquel rito funerario inglés no se comprendía. Alguien me dijo:

-- ¿Tú has visto a estos ingleses, que han dejado el cadáver de la pobre Lady Di en consigna y cada uno se ha ido a lo suyo?

Creía que era por las circunstancias que rodearon la muerte de Diana. Pero ahora, a la muerte de la Princesa Margarita, vuelvo a encontrarme con la misma, chocante, costumbre. Muere la princesa en un hospital, la llevan al Palacio de Kensington... y allí que me la dejan a la pobre en consigna --como decía el otro-- tres o cuatro días, hasta que al cabo del tiempo y al humo de las velas la trasladan al Palacio de San Jorge poco antes del entierro solemne. Las banderas están a media asta en Londres y en todo el Reino Unido de la Gran Bretaña, pero Isabel II continúa asistiendo a los actos previstos en el almanaque de su Año Jubilar. La vida sigue igual (copyright, Julio Iglesias). Y en la soledad y en la distancia, con el cariño popular de unas flores espontáneas junto a una verja palaciega, la desierta capilla ardiente de la pobre Princesa triste, la de los amores imposibles como de novela o como de serie delicada y bella de la BBC, en plan "Arriba y abajo".

Desde esta España donde velar a un ser querido significa quedarse toda la noche sin dormir junto a sus restos; desde esta España donde a la Reina Mercedes del romance de La Piquer cuatro duques la llevaron y se contaron por miles los claveles que le echaron, por mucho que admiremos a los ingleses siguen pareciéndonos bastante raritos estos ritos funerarios donde el protocolo manda dejar a los muertos en consigna días y días hasta el entierro. A lo mejor por eso que nunca conseguimos aprender inglés de verdad en esta España de entierros inmediatos y de velatorios de llanto y madrugada.

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