La
educación permanente de adultos hace mucho tiempo que existe. No
s� si a usted le pasa como a m�: pertenezco a la educación
permanente de adultos porque llevo toda mi vida estudiando
inglés, sin que haya conseguido aprenderlo. No digo ya poder
hablar con un taxista en Nueva York (porque son casi todos rumanos
o griegos y no hay quien los comprenda), sino para entender a los
locutores de la CNN cada vez que hay una guerra más o menos
mundial. Como quiz� le pase a usted, escog� inglés en el
bachillerato; luego lo estudi� en el Instituto Británico; me
compr� después todos los cursos habidos y por haber, con discos
y sin ellos; he coleccionado los vídeos y fascículos que daban
con los periódicos. Ya digo: toda una vida estudiando inglés.
Para sufrir la decepción de la consejería del Hotel Ritz de
Londres, donde me esforzaba en pedir con mi inglés chapurreado un
adaptador de enchufe de teléfono para el modem del ordenador
portátil, cuando el efectivo y educadísimo "hall
porter" me dijo:
-- No se preocupe, señor Burgos:
puede hablarme en castellano. Somos medio paisanos. Yo nac� en
Gibraltar...
Admirar a los ingleses y a su cultura
como los admiramos muchos, aparte de nunca terminar de aprender de
verdad su lengua, da otros muchos disgustos. Creemos que en
nuestra admiración los comprendemos y al final tenemos que
reconocer que por algo circulan por la izquierda y no han
terminado de adaptarse del todo al sistema métrico decimal y
mucho menos al euro. Me ocurri� cuando la muerte de Diana Spencer
y me ha vuelto a ocurrir con el fallecimiento de la triste y
rebelde Princesa Margarita. He llegado una vez más a la
conclusión de que nuestros admirados ingleses son bastante
raritos. Quiz� por eso mismo nos deslumbran.
Cuando muri� trágicamente la
legendaria Lady Di, llevaron sus restos desde París a Londres en
un avión militar, cubierto el féretro por la bandera con las
armas de la Casa reinante. Aquella comitiva acompañó al cadáver
hasta el Palacio de Kensington y all� lo deposit�. Tras lo cual,
desde el Príncipe de Gales a la Reina Isabel II, cada cual
sigui� su vida hasta la celebración de aquellos impresionantes
funerales oficiales con la emoción de Elton John y todo el pueblo
en la calle. Desde nuestra España de las capillas ardientes, de
los velatorios, la del llanto sobre el difunto del refrán, aquel
rito funerario inglés no se comprendía. Alguien me dijo:
-- ¿T� has visto a estos ingleses,
que han dejado el cadáver de la pobre Lady Di en consigna y cada
uno se ha ido a lo suyo?
Creía que era por las circunstancias
que rodearon la muerte de Diana. Pero ahora, a la muerte de la
Princesa Margarita, vuelvo a encontrarme con la misma, chocante,
costumbre. Muere la princesa en un hospital, la llevan al Palacio
de Kensington... y all� que me la dejan a la pobre en consigna
--como decía el otro-- tres o cuatro días, hasta que al cabo del
tiempo y al humo de las velas la trasladan al Palacio de San Jorge
poco antes del entierro solemne. Las banderas están a media asta
en Londres y en todo el Reino Unido de la Gran Bretaña, pero
Isabel II continúa asistiendo a los actos previstos en el
almanaque de su Año Jubilar. La vida sigue igual (copyright,
Julio Iglesias). Y en la soledad y en la distancia, con el cariño
popular de unas flores espontáneas junto a una verja palaciega,
la desierta capilla ardiente de la pobre Princesa triste, la de
los amores imposibles como de novela o como de serie delicada y
bella de la BBC, en plan "Arriba y abajo".
Desde esta España donde velar a un
ser querido significa quedarse toda la noche sin dormir junto a
sus restos; desde esta España donde a la Reina Mercedes del
romance de La Piquer cuatro duques la llevaron y se contaron por
miles los claveles que le echaron, por mucho que admiremos a los
ingleses siguen pareciéndonos bastante raritos estos ritos
funerarios donde el protocolo manda dejar a los muertos en
consigna días y días hasta el entierro. A lo mejor por eso que
nunca conseguimos aprender inglés de verdad en esta España de
entierros inmediatos y de velatorios de llanto y madrugada.

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