Como
personas civilizadas, Rocío Jurado y Pedro Carrasco se llevaban
muy bien aún después de que la Rota separara a la de Chipiona. Y
un día que Rocío supo que Pedro no andaba bien de salud, llamó
a su ex para preguntarle qué le había dicho el médico. El bueno
del antiguo boxeador le contestó, perplejo:
-- Pues mira, Rocío: el médico me
ha quitado el tabaco, me ha quitado el alcohol, me ha quitado el
café... Menos la enfermedad, me lo ha quitado todo.
Del café no sólo quitan los
médicos, como a Pedro Carrasco. No sé qué tendremos contra Juan
Valdés y su mula cafetera de Colombia, que la gente se automedica
y se receta descafeinado. Todo el que tiene problemas de sueño a
causa de la hipoteca del piso, paga sus desvelos bancarios con el
café y se quita. Las autonomías históricas son mucho más
unitarias que nuestros hechos diferenciales del café: el que lo
pide largo de café, el que lo quiere corto de leche, el de la
leche manchada, el otro del cortado en vaso, el del corto en taza
y cada vez más este que dice, muy serio y medicinal:
-- A mí, un descafeinado de
máquina...
Moda de la automedicación del
descafeinado que hasta tiene su apócope: "Uno de
máquina". Como si los otros fueran de pucherete, el
descafeinado está tan en boga que se ha quedado con la exclusiva
de la máquina de café. Pero no siempre el descafeinado lo es.
Dan descafeinado por liebre, descafeinado "con". Porque
el café "sin" es mucho más caro que el
"con". Ponen un café poco cargado, pero nada
descafeinado, en la infinita capacidad picaresca del español. Lo
he comprobado con Luis del Olmo. El maestro de la radio es medalla
de oro en un deporte poco practicado por los españoles: el
madrugón. Para estar a pie de micrófono con las claras del día,
cuando Luis del Olmo no se levanta a las 6 es porque se ha
levantado a las 5. Se retira naturalmente pronto de las cenas y a
la hora del café pide descafeinado. La otra tarde, cuando tuvo la
generosidad de presentar mi último libro, lo vi con cara de
cansado. Le pregunté la causa:
-- Calla --me dijo--, que aún me
estoy acordando de la familia del camarero que me engañó anoche
con el descafeinado. Pedí un descafeinado y como empieza a
ocurrir en muchos sitios, me lo pusieron sin descafeinar. Y no he
podido pegar ojo hasta las 3 y pico de la mañana, cuando a las 6
me tenía que levantar para hacer el programa...
Hombre de radio que oye mucha radio,
me imagino que Luis del Olmo sufriría el tormento añadido del
insomnio que son las señales horarias de la madrugada. Esa noche
que te acuestas pensando que a la mañana siguiente te tienes que
despertar a las 5 para coger un avión y no consigues coger el
sueño. Pones la radio para ver si te duermes, y oyes las señales
horarias de la 1, y luego las señales horarias de las 2, y sigues
oyendo a Pilar Socorro cuando suenan las señales horarias de las
3, y quieres ser entonces canario como ella, para que sean al
menos las 2 y tengas una horita más de sueño, porque tienes que
levantarte a las 5 y no perder el avión.
Me inquietó el descafeinado de la
picaresca que le dieron a Luis del Olmo cuando, poco después de
que me lo contara, cenaba con unos amigos y alguien, a la hora de
los cafés, dijo muy serio al camarero:
-- Me va a poner un descafeinado de
máquina. Pero si no lo quieren hacer porque es muy caro, me lo
dice usted, que me tomo una menta-poleo. Pero, por favor, no me
engañe con un descafeinado que no lo es, que luego no duermo.
No hay nada nuevo en la picaresca
española del café. En la postguerra española de achicoria y de
malta, cuando la peseta valía prácticamente igual que el euro
ahora, aquel letrero de un bar andaluz ponía:
"Café, 0,75 pesetas;
Café-Café, 1,00 pesetas; Café-Café-Café, por la gloria de mi mare,
1,25."
Nada, lo que hay que hacer ahora es
pedir el descafeinado no de máquina, sino descafeinado por la
gloria de mi mare.

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