Cuando
en una película española quieren señalar visualmente que la
acción transcurre en un tiempo pasado, sacan en la secuencia,
según las épocas, bien un 600 camino de Benidorm con baca
abarrotada y suegra a bordo, bien un guardia civil con tricornio,
bigote, trinchas amarillas y uniforme de rayadillo como los
últimos de Filipinas. Cuando en el cine americano quieren
señalar visualmente que la acción transcurre en un tiempo
pasado, sacan a alguien fumando. Y te retrotraes inmediatamente a
aquella época en que los héroes fumaban en las películas. A
Humphrey Bogart lo recordamos con la gabardina de
"Casablanca" y un cigarrillo rubio en los labios. Greta
Garbo est� asociada a una larga y erótica boquilla, en cuyo
extremo hay un cigarrillo aromáticamente turco. Eso era antes.
Ahora en el cine el cigarrillo no es símbolo de amor y lujo. No
identifica al héroe, sino al villano. Salen fumando los malos de
la película, para que veamos lo malos que son. Hollywood se ha
quitado del tabaco y la imagen del cigarrillo inequívocamente
americano ha quedado asociada a lo más abyecto.
Estas leyes no escritas del lenguaje
cinematográfico, las acabo de ver claramente formuladas en dos
películas en las que he echado la tarde provinciana del fin de
semana en vísperas de Oscar. Las dos películas están
nominadísimas. La una presenta una hermosura de Reino Unido para
uso de anglófilos: la Inglaterra de las casas buenas, buenas,
buenas, de la nobleza rural, donde si aquel mueble es maravilloso,
el entelado de este cuarto lo es más aún, y nada digo de la
biblioteca donde se van los señores solos a fumar y tomar la copa
tras la cena. Esta maravilla de casa y de película es "Gosford
Park". Como aquella serie televisiva bellísima de
"Arriba y abajo", pero con crimen. Y como Robert Altman
quiere dejar claro que la acción transcurre en la Inglaterra de
entreguerras, todos se pegan unos lotes de fumar bastante
importantes. Si el servicio fuma abajo y empalma los cigarrillos
unos con otros, más humo echan arriba los señores. No hacía
falta que a través de un tarro de mermelada casera supiéramos la
fecha de 1931 como referente de la acción. Si la gente bien
fumaba como carreteros, es que la acción transcurre hace mucho
tiempo. Porque los ingleses, ni señores ni criados, ni arriba ni
abajo, fuman ya a efectos cinematográficos.
En la otra película con humo,
"Una mente maravillosa", el recurso del cigarrito le
sirve a Ron Howard para dar idea del paso del tiempo. La historia
del matemático John Forbes Nash Jr. arranca en el estudiantado de
la Universidad de Princeton de 1947 y termina en la entrega del
premio Nobel en el Harvard de 1994. En la narración se ve cómo
va pasando el tiempo conforme los personajes cada vez van fumando
menos. Cuando Nash es un estudiante en un colegio mayor de
Princeton, recién terminada la II Guerra Mundial, sus
compañeros, aunque son personas decentes, fuman en clase, fuman
en las salas de estudio, fuman en los bares, fuman en los cuartos
de dormir. Pasa luego Nash como investigador a Harvard, y ya en
Cambridge, en los laboratorios de Matemáticas del Instituto
Tecnológico de Massachusetts, como ha pasado el tiempo, se fuma
bastante menos. Casi nada. Y cuando Nash, en su esquizofrenia, se
pone a trabajar descifrando claves de la guerra fría para el
Pentágono, por descontado que en el Departamento de Defensa ya no
se fuma absolutamente nada. En cuanto al final con entrega del
premio Nobel, como no sacan a ningún negro encargado de la
limpieza, a ningún delincuente que d� el tirón de bolso a una
vieja ni a ningún indeseable, sino que todas son personas
decentes, de frac y oliendo bien, pues no fuma nadie. Porque ahora
en el cine los herederos del mítico cigarrillo de Bogart son
exclusivamente los malvados, los villanos, los homicidas, los
drogadictos, los traficantes. La gentuza.
El tabaco, objeto cinematográfico
arqueológico, como un reloj de humo, marca el paso irreparable
del tiempo. Y de las modas. ¡Qu� tiempos aquellos en que los
buenos de la película fumaban!

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