Tengo
una fecha que proponer para el nuevo santoral laico que han
inventado y cuyas fiestas de guardar observamos todos con
fidelidad de beatonas de velo y rosario en película de Berlanga.
Me refiero al Año Cristiano por lo civil con las obligadas fechas
del Día de la Mujer Trabajadora, el Día del Padre, el de la
Madre, el Día Sin Tabaco, el Día del Corazón, el Día de los
Enamorados, el Día Sin Coches. Nos quedan bastantes fechas
libres. Sin causa que lo justifique, no existe aún el Día de los
Lípidos y los Triglicéridos, que nos dan el susto del colesterol
en cada análisis. Ni el Día de la Suegra, que en el mejor de los
casos es festejada como un apéndice obligado del Día de la
Madre. Podría celebrarse el Día de la Comunidad de Propietarios,
fecha en la que ese vecino avariento y tiquismiquis dejaría de
oponerse por fin a las necesarias mejoras de decoración en el
portal de la casa, que está que da pena verlo y da vergüenza
cuando vienen las visitas.
Los días nuevos que pueden
celebrarse son infinitos, con colaboración de la ONU o sin ella,
con o sin campañas de publicidad de El Corte Inglés. Basta
importar las fiestas laicas americanas, como hizo Pepín
Fernández en Galerías Preciados con el Día de los Enamorados.
En Estados Unidos, por ejemplo, celebran el Día de la Secretaria,
que es como un San Valentín laboral y oficinesco. Los jefes
regalan ramos de rosas y cajas de bombones a las que se ocupan de
decir que "don José está reunido" a quien les llama
por teléfono. Flores y bombones, frascos de perfume y manteletas
y pashminas varias que tienen de bueno, además, que pueden ser
regalados por el jefe sin peligro de que la secretaria feminista
los denuncie por acoso sexual. En todo caso, los denuncia por
falta de delicadeza si se olvida de hacerles el regalo de
reglamento.
Como estamos en la sociedad de la
información y en la aldea cibernética y nuestras vidas dependen
de los ordenadores, yo propongo que se celebre con fecha fija y
reglada, programada y previsible, una fiesta que ahora se
conmemora mucho, pero a traición y sin avisar: el Día del
Ordenador Caído. Con todo lo que se ha avanzado en la
informática, no se ha programado a escala mundial esta
festividad, tan necesaria y útil. Dependemos del ordenador, y el
ordenador se cae cuando menos te lo esperas y más te perjudica.
Las autopistas de la información deben de estar llenas de
cáscaras de plátano, de cómo se caen los ordenadores. Y
siempre, como digo, en el momento más pernicioso. Estás en
vísperas de fin de semana, andas sin un duro, tienes que irte de
viaje y vas al cajero automático del banco a por dinero. Metes la
tarjeta y te encuentras con la señal: "Fuera de
servicio". Entras en la oficina bancaria y preguntas si te
pueden dar el dinero que el cajero te niega: -- Lo sentimos mucho,
pero nuestro ordenador también está caído...
-- ¿Y tardará mucho en levantarse?
-- No sabemos, es de la línea.
Como los problemas de soberanía con
Gibraltar, siempre es cuestión de La Línea, telefónica en este
caso. O del sistema. Cuando no se ha caído el ordenador es porque
se ha caído el sistema. Ni la caída del Imperio Romano nos
afectó tanto como la caída del sistema informático. Llamas a la
línea aérea para reservar urgentemente plaza en ese vuelo que
debes tomar esta misma tarde y te dicen:
-- ¿Puede llamar dentro de una hora,
que ahora tenemos caído el sistema?
El sistema se cae justo cuando vas a
abonar ese impuesto por cuyo impago te amenazan con el embargo y
casi con las penas del infierno. Se cae en las taquillas de la
estación de Atocha cuando faltan sólo cinco minutos para que
salga tu tren; no antes ni después, sino justo cuando tú creías
que podías coger el Alaris de Valencia...
Como en mis tiempos de Bachillerato
celebrábamos el Día del Estudiante Caído y no había clases, me
extraña muchísimo que el señor Bill Gates y su esposa la
Señora Windows, con lo listos y lo americanos que son, no hayan
creado ya el Día del Ordenador Caído. Para poder atenernos a las
consecuencias.

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