Lo
vi clarísimo en Glasgow. Cuando, en el colectivo "Himno de
la Alegría" de la orejuda Novena,
todo el madridismo pegaba botes de contento, de Escocia a
Extremadura, de la Cibeles a la Alhambra, Raúl cogi� la bandera
española como un capote, abri� el compás, se despatarr�, baj�
las manos y uno tras otro empez� a dar lances por verónicas de
muy buena factura. Y la afición, enloquecida:
--- ¡Oleeee, oleeeee,
oleeeee!
¿Qu� afición? ¿La
afición a los toros? No, la afición a la fiesta nacional del
fútbol. Con Raúl toreando, no me cupo ya la menor duda: la
verdadera fiesta nacional es ahora el fútbol. Lo siento, que se
quiten los toros. Los toros son otra cosa: rito, ceremonia, moda
social y todo lo que ustedes quieran. Pero lo que empieza a
representarnos ante Europa no es la inspiración de un natural de
Enrique Ponce, sino de un gol de Raúl, su discípulo en el toreo
de salón. La genialidad del gol de Zidane es de pañuelos blancos
pidiendo la oreja. El escudo del Real Madrid es ya tan simbólico
de España y de lo español como la silueta del toro de Osborne en
las carreteras, con la ventaja de que los verdes ecologistas no
quieren prohibir esta fiesta nacional.
Las hispánicas dualidades
enfrentadas de Joselito y Belmonte, Lagartijo y Frascuelo o El
Juli y Jos� Tomás están ahora representadas por el Real Madrid
y el Barsa. El Bernabeu o el Nou Camp significan lo que Las Ventas
o la Maestranza en la nueva fiesta nacional. Las ciudades, antes,
se paralizaban cuando toreaba "El Cordobés", cuyas
corridas hasta se televisaban en tiempos de Franco para amortiguar
el golpe de las reivindicaciones laborales en la fiesta del 1� de
Mayo. Ahora las ciudades de verdad se paralizan y quedan desiertas
como Sáharas de asfalto cuando hay una final de Liga, de Copa o
de este trofeo que suena a compases de triunfo de canción de Rosa
López: "La Champions". La presencia en los fastos
madridistas de las viejas glorias que conquistaron las anteriores
copas europeas tenía algo de homenaje a los toreros retirados.
Como en Las Ventas dedican azulejos de triunfo a Pepe Luis
Vázquez o a Antoñete, en la fiesta del Bernabeu pusieron
estrellas de victoria a Gento o a Amancio.
Tienen que ser los
invariantes castizos de nuestro sentido del espectáculo como
fiesta. Como no podía ser menos, el fútbol como nueva fiesta
nacional conserva el mito de Carmen, de la mujer del torero. En
coplas estaban los romances de los toreros con las cantantes, con
las bailaoras. Fama llama a fama. El mito del héroe popular
necesita al lado, por medio del amor, el arquetipo de la belleza,
del arte femenino. Rafael el Gallo se cas� con Pastora Imperio, y
Chicuelo con Dora la Cordobesita, y Concha Piquer con Antonio
Márquez, y, en nuestros días, Paquirri con Isabel Pantoja o
Rocío Jurado con Ortega Cano. También la figura de esta Carmen
de peina y volantes se pone al día, como la fiesta misma. De las
de peina y volantes quedan muy pocas. Como el mito de la fiesta
nacional es el futbolista y no el torero, en justa correspondencia
el ideal femenino de la belleza y del tronío no es la cantaora:
es la modelo. El Teatro Calderón es la Pasarela Cibeles. Como en
la antigua fiesta nacional la pareja ideal que cantaban los
romances y las coplas era el torero y la cantaora, en la nueva
fiesta nacional del fútbol los jugadores tienen a modelos como
novias y esposas. A estas majas dedican sus triunfos, besan sus
anillos nupciales cuando marcan gol, todo en un sentido muy
familiar, muy normal, hogareño, sin bronce de rompe y rasga y sin
flamencos del colmao vigilando a todas horas. Donde antes La
Piquer y Márquez, ahora Raúl y Mamen Sanz. Donde El Gallo y
Pastora, Guti y Arantxa de Benito. Donde Manolete y Lupe Sino,
Figo y Helen Swedin.
Como hemos pasado de los
toros al fútbol como fiesta y de Pastora Imperio a Mamen Sanz
como majas, en esta nueva mitología nacional hay que pensar
seriamente en poner al día los personajes de "El
relicario". Sobre una pasarela, las imágenes de una modelo
nos irán diciendo que est� enamorada del jugador con más
tronío y más castizo del Real Madrid.

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