Como
tantos chavales de su generación, terminado el BUP, mi hijo
Fernando se fue a vivir su sueño americano del COU en Estados
Unidos. Al regreso de aquel curso, estábamos de padrazos
esperándolo en Barajas cuando apareci� con un pelado de
"marine" inequívocamente americano y, qu� horror,
¡con un pendiente en la oreja! Como est� mandado, hicimos dos
cosas. Primera, darle cuantos besos, abrazos y arrumacos pudimos.
Y segunda, decirle: "Ya te estás quitando inmediatamente ese
zarcillo..."
Tengo, por tanto,
experiencia sobrada en ese generalizado conflicto contemporáneo
del choque de intereses entre la autoridad paterna y el "piercing".
Y como desde que vivi� aquel sueño americano mi hijo le cogi�
gusto al extranjero (demasiado) y ahora est� de emigrante de las
nuevas tecnologías, sigo acumulando experiencia paternal sobre
pendientes y modas capilares.
Los españoles nos
caracterizamos porque no sabemos lo que tenemos. No sólo este
paraíso de clima y de calidad de vida. Tampoco valoramos las
pequeñas cosas. Por ejemplo, nuestras barberías, las mejores del
mundo, y no lo digo porque yo sea paisano del Barbero de Sevilla.
No sólo Fígaro es arquetipo universal en la ópera; en "El
Quijote" es también gente el barbero. Europa es un sitio
donde los barberos no son personajes literarios y además cuesta
una fortuna pelarse. Con el precio de un pelado en Berlín puedes
hacer una iguala para dos años con tu barbero. Por ah� los
barberos no te dan charlita sobre el Real Madrid y además pelan
muy malamente. Mi hijo Fernando tenía el otro día una reunión
de trabajo en Londres y para estar en perfecto estado de revista y
policía, fue a la peluquería en Zurich, uno de los sitios donde
peor y más caro pelan del mundo. Venía de la barbería cuando lo
llam� para otra cosa y le pregunt� cómo estaba:
-- Pues muy enfadado,
pelándome al cero con la maquinilla. He ido a pelarme y me han
dejado tan mal, tan cateto y tan impresentable, que esto no tiene
más solución que raparse al cero...
Y como no es la vez primera
que se ha rapado, en esta moda globalizada de las cabezas al cero,
le dije pesaroso desde mi estética Beatles de cabellos largos:
-- Hijo, ¿pero otra vez te
vas a pelar como un preso antiguo?
-- No, me voy a pelar de
uniforme de ejecutivo...
Como un ejecutivo, o un
príncipe heredero, o un futbolista millonario, que son los que se
pelan al cero. Las más ilustres cabezas contemporáneas están
tan rapadas como el mármol craneal de los bustos de los
emperadores romanos. El pelado al cero fue durante muchos años
signo de represión. Al cero aparecen rapados los prisioneros
judíos en los campos de exterminio nazi. Los ultras de su tiempo
quisieron pelar al cero a Miguel de Molina, tras dar aceite de
ricino a su heterodoxia. Era el rapado infamante correctivo en
internados, cárceles, cuarteles. Como castigo, el P. Sobrino hizo
pelarse al cero a medio curso en mi Preuniversitario de los
Jesuitas. Entonces los pelones eran los réprobos; hoy, los
dueños del mundo. Hablando del mundo: el Mundial de Fútbol es un
desfile de cabezas rapadas; las cláusulas de rescisión modelo
Roberto Carlos suman bastante más que las del modelo Karembeau.
Se casa Marta Luisa de Noruega y el príncipe Hamz� de Jordania
luce su pelado al cero. Como al cero va pelado Alberto de Mónaco.
Igual que la barba decimonónica se hizo progre en Mayo del 68, la
cabeza rapada de los castigados ha pasado a símbolo de la
globalización. Llevan cabeza rapada los autores de "best
sellers", los catedráticos, los "proyect managers".
Relucen los cráneos como si hubieran pasado tribus enteras de
indios cortando cabelleras e ideas desfasadas. A algunos, hasta se
les traslucen las imperantes ideas globalizadas. Pelones hay
incluso políticos, como Durán i Lleida. Claro que lo de Durán i
Lleida es más bien una calva globalizada. Durán pertenece a los
pelones por necesidad. Los que se vieron la calva en el espejo
como Fernando mi hijo contempl� su pelado desastroso de Zurich y
se dijeron: "Para poca, salud, ninguna". Y, ¡zas!, se
pelaron al cero.

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