Faltaban
aún unas fechas para el día de San Antonio de Padua cuando el
cartero me trajo un sobre de El Corte Inglés, cosa que ocurre
cada mes con el estado de cuenta de la tarjeta. Mas no se trataba
del mensual parte de guerra de lo mucho que ha batallado por esas
cajas la tarjeta de Isabel mi mujer. Era una carta con la firma y
rúbrica de su presidente. Si la firma de Isidoro Alvarez no era
de su puño y letra, la reproducción estaba perfectamente lograda
hasta en el color azul de la tinta de la estilográfica, porque
hay españoles a los que no imaginamos firmando a bolígrafo,
tiene que ser a pluma, y de las buenas, de Montblanc para arriba.
La carta llevaba una fecha posterior al día que la recibí: el 13
de junio del 2002. Y no estaba fechada en Madrid, donde el señor
Alvarez tiene su despacho, sino en Sevilla, domicilio de mi
tarjeta. La carta era una rareza de mirlo blanco, perro verde o
teléfono negro, ¿han visto que ya no queda un solo teléfono
negro?
Dándome el tratamiento de
"distinguido señor" (que es lo que muchos intentamos
ser, a veces sin conseguirlo), don Isidoro me decía en su carta
con fecha de San Antonio: "En este día tan señalado para
usted y los suyos, me es muy grato poder acompañarle en su
alegría, expresándole mi más cordial y sincera
felicitación". ¡Qué maravilla! Alguien que te felicita por
tu santo, a la antigua usanza, y no por el cumpleaños, como va
siendo ya la costumbre española. ¡Qué detallazo del señor
Alvarez con su clientela! Porque me imagino que igual que yo por
San Antonio, las Cármenes que tengan tarjeta de El Corte Inglés
recibirán una carta igual de don Isidoro fechada el 16 de julio;
que el 24 de junio la recibirán los Juanes, y así sucesivamente,
hasta completar todo el Año Cristiano. Un ejemplo que debe
cundir, y que deberían imitar los diarios, grandes formadores de
opinión y también modelo de costumbres. En los periódicos antes
venían las páginas de sociedad con unas largas listas en las que
ponía: "Hoy, festividad de San Gonzalo, celebran su santo
los duques de tal y de tal; los marqueses de cual y de cual; los
condes de esto y de lo otro y los señores de..." Y aquí, la
lista de todos los Gonzalos que había en Madrid, o en Valencia, o
en Barcelona. Ahora ya no salen esas listas de onomásticas en los
días de santos, y en su lugar publican una ordinariez: los
cumpleaños. No conformes con decir cuándo es tu cumpleaños, a
medio famoso o notable que seas, los tíos encima te ponen los
años que cumples, ¡hala!, para que se entere bien todo el mundo.
Cuando los diarios empezaron a dar mi cumpleaños, y pensé que
era una faena de la competencia, en la clásica guerra mediática
entre cabeceras. Pero no; el numerito dichoso de los años venía
hasta en el periódico donde cada día publico mi articulo. Son
las agencias informativas las que, junto al santoral del día que
no publica ya nadie, dan estas traicioneras listas de cumpleaños.
Que si fueran de señores sólo tendrían un pasar. Pero no. Ni
las señoras se libran. Ponerle a una señora que celebra el
cumpleaños con los que va teniendo en todo lo alto no es un
detalle de cortesía: es una ordinariez. Y ninguna señora,
además, se libra. Aquí nadie sabe cuándo celebra su santo la
Reina, ni cuándo es Santa Sofía, pero el día en que Doña
Sofía cumple años, ponen un retrato suyo así de grande, y en el
pie, junto a la felicitación, una ordinariez: los años que
cumple. Si las señoras no tienen ni espalda ni edad, de las
Reinas es que ni nos debíamos enterar, al menos en España, del
día que cumplen años. Dejemos eso de los cumpleaños para los
ingleses y quedémonos con nuestras onomásticas de toda la vida.
Una cosa es tener envidia de
los ingleses en sus ritos y ceremonias y otra es pasarnos en la
importación estas costumbres anglosajonas, como si fuera venir
del fin de semana en Londres con las maletas llenas de la cretona
magnífica y elegantona que hemos comprado para tapizar un sofá
del salón que nos va a quedar maravilloso. Si celebrar el
cumpleaños de la Reina de Inglaterra allí es una tradición,
aquí revelar los años que cumple la Reina de España es una
lamentable descortesía. No sólo en cuanto Reina, sino en cuanto
señora.

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