Admiraba
mucho hasta ahora a la pareja formada por Estrella Morente y
Javier Conde, y me alegré mucho de su boda granadina, que me
recordaba patios mayores de la Alhambra y rumbo y señorío
nupciales en la copla de La Tani. Estrella y Javier son la
perfecta Edición 2001 de la vieja estampa española del amor del
torero y la cantaora. Un grabado dieciochesco de maja y torero
enviado por esas imágenes para los mensajes del teléfono móvil
con que los niños se pasan las horas muertas. Javier Conde, como
torero, tiene ese arte de la laxitud en la inspiración que ya no
podemos ver en Rafael de Paula. Estrella Morente, como cantaora,
es rama que al tronco de los cantes grandes de Enrique, su padre,
sale: pellizco, frescor granadino de fuente.
Y si por estas razones y por
su naturalidad los admiraba, más ahora, cuando han sacado de pila
al niño que en su amor han tenido. Con el niño de Estrella
Morente y de Javier Conde quizá se haya hecho una raya en el agua
de la mar malagueña y del Derecho Civil. Como las leyendas son
siempre más hermosas que las realidades, no he querido confirmar
la veracidad judicial de la noticia de la agencia Efe con el
nacimiento del hijo de Estrella y Javier. Tras informar que
Estrella había querido dar a luz en la Sombra del Paraíso de
Vicente Aleixandre para que el niño fuera, como su padre,
malagueño de pies a cabeza, el teletipo decía: "El niño
será inscrito en el Registro Civil con el nombre de Curro por
expreso deseo de la pareja". Ojalá. Ojalá esté al frente
del Registro Civil de Málaga un juez con sensibilidad, que sin
agravio comparativo alguno reconozca legalmente de la diversidad
de nuestras bellas lenguas peninsulares.
Esta diversidad consagrada
por la Constitución ha sido bastante enriquecedora del santoral.
No pasa ya como en aquella historia del bautizo que escuché hace
muchos años a mi compañero querido Ramón Pi:
-- ¿Y cómo le van a poner
al niño?
-- Nepomuceno. El abuelo se
llamaba Nepomuceno, el padre se llama Nepomuceno y el niño debe
llamarse Nepomuceno.
-- Eso, eso, y que siga el
cachondeo...
Ni Estrella ni Javier están
dispuestas a que siga ese guaseo de que los Curros andaluces
tengan que ser Franciscos en el Registro Civil. Por lo que, si han
conseguido esa inscripción legal del niño con su nombre
verdadero de Curro, les tiro mi sombrero al redondel de padres.
Gracias a Dios, en España se acepta ya que Jordi no es
exactamente Jorge, que Mercé no es como Mercedes. Patxi no es lo
mismo que Francisco, ni Edurne que Nieves. Y como aceptamos que
Xoan no es lo mismo que Juan, también debe contemplar la ley que
Francisco no es lo mismo que Curro. ¿Cómo va a ser lo mismo? ¿A
que no, Estrella y Javier? ¿Cómo va a ser lo mismo? De las
leyendas de Francisco Jiménez nadie sabe una palabra. ¡Como que
no era Francisco Jiménez, sino Curro Jiménez! ¿Quién sabe
quién era Francisco Cúchares? Nadie. Porque no era así: era
Curro Cúchares. Nombre torero el de Curro donde los haya, que va
de México (Curro Rivera) a Venezuela (Curro Girón), de Ronda
(Curro Guillén) a Jaén (Curro Vázquez), pasando por Sevilla y
por el mítico Curro por antonomasia, Curro Romero. Como currista
de Romero que soy, comprenderán que esté completamente de
acuerdo con el nombre tan de la profesión paterna que Javier
Conde ha puesto a su hijo. Y si nos metemos en la profesión de la
madre, en el cante flamenco, es toda una galaxia de Curros la que
luce y reluce como en un cante por caracoles: Curro Dulce, Curro
Malena, Curro Mairena, Curro Piñana, Curro de Jerez. Hasta Serrat
cantó en un romance a Curro el Palmo.
Si el niño Curro Conde
Morente está inscrito con tal nombre en la pila del Registro
Civil de Málaga, habremos de celebrar un triunfo más de la
libertad de las lenguas peninsulares. Caso contrario, hay que
seguir defendiendo ese derecho. Lo único malo que tiene esto de
Curro es el tratamiento del "don" por delante. Cuando al
señor Curro Romero le llaman de "don", dice siempre:
-- Por favor, dime Francisco
o dime Curro a secas, pero no me llames "Don Curro" que
parece el nombre de un restaurante...

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