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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3029 - 29 de agosto del 2002                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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"Jazmines en el ojal", editorial La Esfera de los Libros, prólogo de María Dolores Pradera   

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Puede que ahora creamos que el que estamos viviendo será recordado como el verano del "Aserejé" o de Perejil, pero es en verdad el verano del euro. El primero con el euro en todo su esplendor y gloria. Ya ha cumplido medio año en nuestros bolsillos, pero está aún sin bautizar. El español, tan dado a poner motes a las monedas de peseta y sus fracciones, se ha quedado sin capacidad creativa ante la solemnidad de la unidad monetaria europea. Al duro, que ya era un mote, lo llamaron "machacante" y a la peseta, entre decenas de nombres más, "rubia" o "pela". Ni la moneda de un 1 euro ni la de 2 tienen aún apodo. Y menos a las fraccionarias, doradas o de cobre. Una historia entera de un pueblo como el español que se ríe de su sombra y medio año de circulación de la nueva unidad monetaria solamente nos han dado un nombre con gracia: "el Ben Laden", como bautizaron el rarísimo billete de 500 euros, que todo el mundo busca, mas nadie ha visto.

Por vez primera este verano vamos a Portugal a comprar toallas o con los niños al Disneylandia de París sin tener que cambiar pesetas en el banco antes del viaje, o de sufrir el timo de la comisión de venta en el destino. El euro es como los viejos señores de la tierra en las leyendas, como ciertos duques españoles que podían ir de Córdoba a Málaga, o de Madrid a Ciudad Real sin dejar nunca de pisar sus latifundios. Puedes ir de España a Bélgica sin dejar de pisar territorio euro.

Y serán los camareros de los bares y restaurantes de las playas, de los hoteles de las zonas turísticas, los que más sufran en sus bolsillos este primer verano del euro. En Málaga hasta han dado estadísticas de esta ruina de los trabajadores de la hostelería: desde que se paga en euros, las propinas han descendido un 80 por ciento. Nos manejamos con el euro para las cantidades medias, con la cuenta de la vieja de que 6 euros son 1.000 pesetas y 6.000, un millón; pero no hacemos pie ni hacia arriba ni hacia abajo. Los precios de los pisos y de sus hipotecas se siguen poniendo en pesetas. Porque de 6.000 euros hacia arriba todo el monte mareante de los ceros es orégano. Y lo mismo ocurre con las cantidades pequeñas. Haga, si quiere, un concurso entre sus amigos, un bonito juego de sociedad. Saque de pronto la calderilla en fracciones de euro que lleve y póngala sobre la mesa. Pregunte que (sin mirar el número de cada moneda, claro) le digan de qué valor es cada una ellas. Seguro que saben identificarle la de 50 céntimos... y de ahí no pasan. Seré muy torpe, pero no he conseguido distinguir una moneda de 50 céntimos de otra de 20, a no ser que le mire el numerito con las gafas de cerca. Así a ojo solamente sabemos que las monedas como doradas valen más que las de cobre, ésas que todo el mundo tiene un interés tremendo en quitarlas de la circulación desde el mismo día en que salieron del Banco de España.

Y si nos hacemos este lío, pues es lógico que hayamos perdido la capacidad de aforo de la propina que dejamos en el taxi, en el bar, en el restaurante. El aforo de la propina se ha puesto como las siete y media o el black jack: o te pasas o no llegas. Como no sabes calcular ni millones ni calderilla, le dejas al taxista una moneda de 10 céntimos por una carrera de 12 euros, y no te la tira a la cara de milagro, porque le has dado 16 pesetas por un servicio de casi 2.000 pesetas en números redondos. Y, al contrario, por una factura de 150 euros en un restaurante (que son 25.000 pesetas o cinco mil duros antiguos), dejamos al camarero un billete de 20 euros, que son 3.320, lo cual no es una propina, sino una barbaridad. Lo cual es la excepción. La barbaridad habitual es lo bárbaramente tacaños que nos hemos vuelto. Cuando en el colegio nos explicaban liturgia y cómo había que venerar al Santísimo, según estuviera de manifiesto en la custodia o reservado en el sagrario, nos decían para que nunca nos equivocáramos ni quedáramos cortos en la honra sacramental:

-- En la duda, doble genuflexión...

En la duda de la propina en euros, todos hacemos la doble genuflexión de dejar auténticas miserias.

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