Estamos
aún en tiempo de gozar las delicias del marisco menor. Llamo
marisco menor al que lo es de tamaño y a veces de precio. Al que
nunca entra en las fuentes de las mariscadas de los nuevos ricos:
las humildes quisquillas, los modestos camarones, los
entretenidísimos bígaros que desentrañas con un alfiler y
paciencia frailuna. Tienen estos mariscos mucho de "chuches"
de los niños, por cómo entretiene comerlos. De ellos, ninguno
como las bocas de la Isla. As� llaman en Andalucía a las
delicadas y mínimas pinzas del barrilete, sabrosas como lata
carísima de cangrejo ruso. Donde estén unas buenas bocas de la
Isla, que se quiten los langostinos de Sanlúcar, de Vinaròs o de
Santa Pola, aun en su variedad de listado lomo, que parecen que
llevan la camiseta del Atlético de Madrid. Las bocas de la Isla
(no confundirlas nunca con las llamadas bocas o patas rusas) son
como pipas de girasol de la mar. Más sabrosas cuanto más
apasionante es partirlas para encontrar dentro de su caparazón el
brevísimo tesoro de su carne blanca y sabrosa, que si tuviera el
tamaño de una cola de langosta costaría millones.
Pero las bocas de la Isla,
ay, parecen patrocinadas por el Consejo General de Odontólogos y
Estomatólogos de España. Los efectos navideños del turrón a la
hora de originar clientes para los dentistas son inapreciables al
lado de los estragos que las bocas de la Isla hacen en sus
homónimas, las apuntaladas bocas llenas de piezas dentarias
empastadas, implantes y más puentes que el Sena por París. Vas a
tomarte una cigala y te dan los alicates marisqueros para
triturarlas. Pero te sirven unas bocas de la Isla y, ¡hala!, a
partirlas con los dientes. Ración de bocas de la Isla, ganancia
de dentistas, como el río revuelto lo es de pescadores.
En mi fidelidad a las bocas
de la Isla, he vuelto a pagar su patrocinio por los Colegios de
Odontólogos. Estaba crujiendo entre premolares y primer molar una
bien despachada de tamaño, sabrosa, con un más que taurino color
albero en su justa cocción, cuando sent� el habitual crujido:
¡empaste fuera! Mi dentista, sabedor de la casuística de su
oficio, ya me conoce. Cuando lo llamo en enero para pedirle hora,
sabe que la comisión por su trabajo ha de pagársela a los
turroneros de Xixona. Cuando reclamo su urgente auxilio en verano,
me dice:
-- ¿Qu�, las bocas de la
Isla, no?
Y all� que fui, a pagar la
penitencia odontológica del gozo de las bocas, cuando en la sala
de espera me encontr� con una costumbre que quiero denunciar. En
ese miedo de la sala de espera del dentista donde comprendemos tan
bien el de los toreros en el patio de cuadrillas, estaban las
revistas. Revistas del año de los tiros, se sobreentiende.
Ejemplares no atrasados, atrasadísimos, de "¡HOLA!".
Números de cuando Rosa López conoci� Nueva York o Julio
Iglesias enterr� a su madre. De milagro no estaba aquel número
histórico con la portada de Isabel Pantoja en el entierro de
Paquirri, con la foto del recordado Alberto Matey.
Las revistas de las salas de
espera en las consultas de los dentistas parecen la Hemeroteca
Nacional. Un "¡HOLA!" de hace tres meses es
actualísimo, porque los hay del año 2001. Ejemplares manoseados
por muchas decenas de manos nerviosas que anteriormente esperaron
aqu�, con el papel ya cuarteado, a los que siempre les falta una
esquina cortada a pellizcos, donde estaba el cupón para solicitar
la muestra gratuita. Iba a pedir oficialmente a los dentistas que
pusieran al día las revistas de sus salas de espera, que se
gastaran el dinerito, que para eso bien lo ganan, y ofrecieran el
"¡HOLA!" de esta semana y no llevaran los desechos de
tienta y cerrado ya leídos y releídos en sus casas. Desisto.
Perdería interés. Sabemos as� que en la sala de espera del
dentista nos vamos a encontrar con una apasionante ucronía: que
los que ah� están casándose aún no se han divorciado; que ese
rico de toda riqueza aún no se ha arruinado. Mejor as�. Con el
esfuerzo de esa corrección mental que hemos de hacer a cuanto
leemos en el "¡HOLA!" atrasado y sobado de la consulta
del dentista, hasta se nos olvida el miedo al chirrido del torno.

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