Igual
que en estas páginas de "¡HOLA!" vienen las
colecciones de primavera y de invierno, podrían aparecer
perfectamente las colecciones de palabras que se llevan cada
temporada. Estoy por proponer en tiempo y forma que se organice
una Pasarela Cibeles o un Salón Gaud� de las modas del lenguaje.
Porque las palabras se ponen de moda y pasan de moda. El
Diccionario de la Academia es en buena parte un inmenso fondo de
armario de palabras que no hay quien se las ponga en el habla de
cada día. Pasan de moda los usos, las costumbres, las
mentalidades y, con ellas, las palabras que las designan. Me
adentro a través de la novela de Carmen Güell en el mundo de la
XIII Duquesa de Alba, la goyesca, y en la apócrifa autobiografía
de Teresa Cayetana, las solas palabras dieciochescas, hoy en
desuso, te pintan casi una época como si fuera un tapiz o un
capricho del autor de legendaria maja desnuda: golillas,
petrimetres, manolas...
A las palabras les pasa como
a las actrices del viejo cine español de los años 60 y 70: que
cuanto más a la última estén en su época, antes pasan de moda
y se quedan antiquísimas. Existe, por as� decirlo, un Efecto
Katia Loritz en las palabras. Katia Loritz, en su tiempo, era
modernísima, en aquella época de inmensos peinados cardados
hasta el techo y de tacones de aguja. Ves ahora en el "Cine
de barrio" de Jos� Manuel Paradas a Katia Loritz en una
película de la época del 600 y del vecino del quinto, y te
dices:
-- Pero qu� horror...
¿Cómo podían estar de moda estos cardados, estos abrigos saco,
estos tacones?
En cambio, ves a Conchita
Montes en una película de la misma época y est� actualísima.
Porque nunca estuvo a la moda y siempre fue de clásica por la
vida. Y tres cuartos de lo propio en dignidad y actualidad si ves
en una vieja película a Amparo Rivelles. Y quien dice estos
ejemplos en el cine español lo puede llevar al americano, con la
prueba de la resistencia al tiempo entre Doris Day y Katherine
Hepburn, o entre Lauren Bacall y Ava Gadner. A las palabras les
pasa igual. Cuanto más modernas en su tiempo, más anticuadas
ahora. Por ejemplo, esas abuelas que preguntan a sus nietas:
-- ¿Niña, quién es ese pollo
con el que estás saliendo?
-- ¿Qu� pollo, abuela?
-- S�, ese muchacho que
estudia Telecos...
La muchacha, naturalmente,
no conoce más pollo que el frito del señor de la barbita de
Kentucky. No conoce más que su propia moda del lenguaje, todo
este nuevo sistema de aumentativos y superlativos que le har�
decir que el tal pollo de su abuela es super-guapo e hiper-interesante.
Mas nada como el
"conlleva". De todas las palabras de moda, me deslumbra
el éxito de "conlleva". Nada se lleva tanto como el
"conlleva". Una voz que ha cambiado de significado. En
la primera acepción del Diccionario, conllevar es "sufrir,
soportar las impertinencias o el genio de alguien, o cualquier
otra cosa adversa y penosa". Esto es, conllevamos todos con
gran resignación esta moda del "conlleva". Que se
refiere siempre en boca de los que hablan a la moda a la segunda
acepción de la palabra: "Implicar, suponer, acarrear".
El "conlleva" de la Pasarela Cibeles de las palabras ha
borrado del mapa al "supone", al "significa".
A las figurillas deleznables del retablo de los programas
televisivos del corazón no se les cae el "conlleva" de
la boca, han roto a hablar como doctoras en Filosofía Pura:
-- ¿Te casas en diciembre?
--les preguntan en Barajas, donde van corre que te corre con el
carrito de las maletas.
-- No, porque eso conlleva
que Alfredo Jos� tenga para entonces la anulación.
-- ¿Y qu� hay de esas
fotos comprometidas con él?
-- Esas fotos conllevan una
relación que no existe...
Y conlleva para arriba, y
conlleva para abajo. Nada implica nada. Nada supone nada. Nada
acarrea nada. Todo conlleva. Conllevemos, pues, con toda
resignación cristiana esta modita de un día, pensando en la
eternidad de la lengua y en la fugacidad de estos timitos, que en
cuanto pasa un año por ellos están tan antiguos como una
minifalda arqueológica op-art de Mary Quant en Carnaby Street.

|