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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3034 - 3 de octubre del 2002                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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"Jazmines en el ojal", editorial La Esfera de los Libros, prólogo de María Dolores Pradera   

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Igual que en estas páginas de "¡HOLA!" vienen las colecciones de primavera y de invierno, podrían aparecer perfectamente las colecciones de palabras que se llevan cada temporada. Estoy por proponer en tiempo y forma que se organice una Pasarela Cibeles o un Salón Gaudí de las modas del lenguaje. Porque las palabras se ponen de moda y pasan de moda. El Diccionario de la Academia es en buena parte un inmenso fondo de armario de palabras que no hay quien se las ponga en el habla de cada día. Pasan de moda los usos, las costumbres, las mentalidades y, con ellas, las palabras que las designan. Me adentro a través de la novela de Carmen Güell en el mundo de la XIII Duquesa de Alba, la goyesca, y en la apócrifa autobiografía de Teresa Cayetana, las solas palabras dieciochescas, hoy en desuso, te pintan casi una época como si fuera un tapiz o un capricho del autor de legendaria maja desnuda: golillas, petrimetres, manolas...

A las palabras les pasa como a las actrices del viejo cine español de los años 60 y 70: que cuanto más a la última estén en su época, antes pasan de moda y se quedan antiquísimas. Existe, por así decirlo, un Efecto Katia Loritz en las palabras. Katia Loritz, en su tiempo, era modernísima, en aquella época de inmensos peinados cardados hasta el techo y de tacones de aguja. Ves ahora en el "Cine de barrio" de José Manuel Paradas a Katia Loritz en una película de la época del 600 y del vecino del quinto, y te dices:

-- Pero qué horror... ¿Cómo podían estar de moda estos cardados, estos abrigos saco, estos tacones?

En cambio, ves a Conchita Montes en una película de la misma época y está actualísima. Porque nunca estuvo a la moda y siempre fue de clásica por la vida. Y tres cuartos de lo propio en dignidad y actualidad si ves en una vieja película a Amparo Rivelles. Y quien dice estos ejemplos en el cine español lo puede llevar al americano, con la prueba de la resistencia al tiempo entre Doris Day y Katherine Hepburn, o entre Lauren Bacall y Ava Gadner. A las palabras les pasa igual. Cuanto más modernas en su tiempo, más anticuadas ahora. Por ejemplo, esas abuelas que preguntan a sus nietas:

-- ¿Niña, quién es ese pollo con el que estás saliendo?

-- ¿Qué pollo, abuela?

-- Sí, ese muchacho que estudia Telecos...

La muchacha, naturalmente, no conoce más pollo que el frito del señor de la barbita de Kentucky. No conoce más que su propia moda del lenguaje, todo este nuevo sistema de aumentativos y superlativos que le hará decir que el tal pollo de su abuela es super-guapo e hiper-interesante.

Mas nada como el "conlleva". De todas las palabras de moda, me deslumbra el éxito de "conlleva". Nada se lleva tanto como el "conlleva". Una voz que ha cambiado de significado. En la primera acepción del Diccionario, conllevar es "sufrir, soportar las impertinencias o el genio de alguien, o cualquier otra cosa adversa y penosa". Esto es, conllevamos todos con gran resignación esta moda del "conlleva". Que se refiere siempre en boca de los que hablan a la moda a la segunda acepción de la palabra: "Implicar, suponer, acarrear". El "conlleva" de la Pasarela Cibeles de las palabras ha borrado del mapa al "supone", al "significa". A las figurillas deleznables del retablo de los programas televisivos del corazón no se les cae el "conlleva" de la boca, han roto a hablar como doctoras en Filosofía Pura:

-- ¿Te casas en diciembre? --les preguntan en Barajas, donde van corre que te corre con el carrito de las maletas.

-- No, porque eso conlleva que Alfredo José tenga para entonces la anulación.

-- ¿Y qué hay de esas fotos comprometidas con él?

-- Esas fotos conllevan una relación que no existe...

Y conlleva para arriba, y conlleva para abajo. Nada implica nada. Nada supone nada. Nada acarrea nada. Todo conlleva. Conllevemos, pues, con toda resignación cristiana esta modita de un día, pensando en la eternidad de la lengua y en la fugacidad de estos timitos, que en cuanto pasa un año por ellos están tan antiguos como una minifalda arqueológica op-art de Mary Quant en Carnaby Street.

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