A
los metres de ciertos restaurantes les pasa como a los ideólogos
de los partidos políticos: todo lo quieren poner al centro. Al
centro de la mesa, me refiero. Esta moda de la gastronomía me
parece siempre como un homenaje a Adolfo Suárez, que con la UCD
consigui� equilibrar a España cuando tenía mérito, en la
transición, cuando mayores eran los peligros del extremismo. Si
es por homenajear a Suárez y por seguir su ejemplo de cordura
política, todo me parece poco. Pero ya que Su Majestad el Rey lo
ha creado Duque y que su papel en la Historia de España cada vez
est� más reconocido, convendría que los metres dejaran su
habitual proclama centrista cuando ya hemos leído las cartas y
llegan con su libreta para tomar nota de la comanda. En el
restaurante de pescado que más frecuento, no logro acabar con los
afanes centristas del metre. Siempre nos dice:
-- Si les parece, ponemos
unas raciones al centro para picar y después piden un segundo
plato. Podemos ponerles al centro unos boquerones, unas coquinas,
unas puntillitas, unas gambas blancas que tenemos, muy buenas,
unos pimientos de Padrón que a usted le gustan mucho, señora, y
luego ya piden un pescado a la plancha o a la sal.
Ea, y el primer plato, a los
libros de la Historia de la Gastronomía. Me encantaban los
antiguos ritos de la moda del comer, cuando pedías tu primer
plato y tu segundo plato, como Dios manda. Eso hoy, por lo visto,
es una ordinariez. Si en ese momento en que el metre est�
haciendo su proclama centrista de los platos pides para ti solo un
primero, quedas como algo ínfimo: como un glotón tragaldabas e
insolidario que no quiere compartir nada. Nada: el primer plato no
existe, con esta moda de las raciones al centro. Que muchas veces
es la mejor forma de no probar bocado de primer plato. Yo no s� a
ustedes, pero a servidor, cuando vamos con unos amigos a comer y
ponen las obligatorias raciones al centro para picar e incluso
para banderillear, la que le cae más cerca es siempre... ¡el
plato de pimientos asados cortesía de la casa! Han traído unas
puntillitas que da gloria verlas, pero... ¡caen tan lejos
siempre, al otro extremo de la mesa! ¿Cómo vas a pedirlas, si
resulta que esas puntillitas nunca te las pasan? No es cosa de
decir:
-- Por favor, ¿me pasáis
de una vez las puntillitas, que estoy viendo que se van a acabar y
ya estoy harto de servirme de esta ensalada de pimientos
espantosa?
Por movimiento, desde luego,
no queda la cosa. Nos pasamos el primer plato sin poder hablar,
pasándonos raciones, sin despedazar a nadie con nuestras
murmuraciones y sin poder cumplir con el j�,j�,j�,j� que es el
único punto del orden del día cuando convoco a unos amigos a una
cenita simpática. All� no hay quien hable de nada. Todo es:
-- Cristina, por favor, ¿me
pasas los boquerones?
Y Cristina, en vez de darte
los boquerones, te dice:
-- ¿Has probado las
coquinas? Prueba las coquinas, que están riquísimas...
Y te pasa las coquinas, y te
quedas sin probar los boquerones victorianos de la ración al
centro. Porque cuando has tomado esas coquinas que parece que las
ha pescado Cristina en persona, los boquerones siempre se han
terminado.
Todo esto cuando no ocurre
lo peor: que alguien, transgrediendo toda educación comunitaria y
moda de las raciones al centro, como primer plato pide para él
solo, por ejemplo, unos chocos fritos. Llega el camarero y como es
inusual que alguien pida un primer plato para él solo, lo
plantifica en el centro de la mesa. Los chocos fritos suelen durar
un plis, plas. El que los pidi� no se atreve a reclamar su
propiedad mientras todos los devoran. Hasta que alguien le dice:
-- Prueba estos chocos,
verás que buenos están...
-- ¿No van a estar buenos?
Como que yo los había pedido como primer plato para m� solo...
Por eso les animo a que se
rebelen contra esta moda. Y que cuando el metre llegue con la
sugerencia de las raciones al centro, le digan:
-- No, mire usted, el centro
vamos a dejarlo para don Adolfo Suárez y a nosotros nos va a
traer usted un primer plato para cada uno, como Dios manda.

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