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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3037 - 24 de octubre del 2002                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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"Jazmines en el ojal", editorial La Esfera de los Libros, prólogo de María Dolores Pradera   

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A los metres de ciertos restaurantes les pasa como a los ideólogos de los partidos políticos: todo lo quieren poner al centro. Al centro de la mesa, me refiero. Esta moda de la gastronomía me parece siempre como un homenaje a Adolfo Suárez, que con la UCD consiguió equilibrar a España cuando tenía mérito, en la transición, cuando mayores eran los peligros del extremismo. Si es por homenajear a Suárez y por seguir su ejemplo de cordura política, todo me parece poco. Pero ya que Su Majestad el Rey lo ha creado Duque y que su papel en la Historia de España cada vez está más reconocido, convendría que los metres dejaran su habitual proclama centrista cuando ya hemos leído las cartas y llegan con su libreta para tomar nota de la comanda. En el restaurante de pescado que más frecuento, no logro acabar con los afanes centristas del metre. Siempre nos dice:

-- Si les parece, ponemos unas raciones al centro para picar y después piden un segundo plato. Podemos ponerles al centro unos boquerones, unas coquinas, unas puntillitas, unas gambas blancas que tenemos, muy buenas, unos pimientos de Padrón que a usted le gustan mucho, señora, y luego ya piden un pescado a la plancha o a la sal.

Ea, y el primer plato, a los libros de la Historia de la Gastronomía. Me encantaban los antiguos ritos de la moda del comer, cuando pedías tu primer plato y tu segundo plato, como Dios manda. Eso hoy, por lo visto, es una ordinariez. Si en ese momento en que el metre está haciendo su proclama centrista de los platos pides para ti solo un primero, quedas como algo ínfimo: como un glotón tragaldabas e insolidario que no quiere compartir nada. Nada: el primer plato no existe, con esta moda de las raciones al centro. Que muchas veces es la mejor forma de no probar bocado de primer plato. Yo no sé a ustedes, pero a servidor, cuando vamos con unos amigos a comer y ponen las obligatorias raciones al centro para picar e incluso para banderillear, la que le cae más cerca es siempre... ¡el plato de pimientos asados cortesía de la casa! Han traído unas puntillitas que da gloria verlas, pero... ¡caen tan lejos siempre, al otro extremo de la mesa! ¿Cómo vas a pedirlas, si resulta que esas puntillitas nunca te las pasan? No es cosa de decir:

-- Por favor, ¿me pasáis de una vez las puntillitas, que estoy viendo que se van a acabar y ya estoy harto de servirme de esta ensalada de pimientos espantosa?

Por movimiento, desde luego, no queda la cosa. Nos pasamos el primer plato sin poder hablar, pasándonos raciones, sin despedazar a nadie con nuestras murmuraciones y sin poder cumplir con el jí,jí,já,já que es el único punto del orden del día cuando convoco a unos amigos a una cenita simpática. Allí no hay quien hable de nada. Todo es:

-- Cristina, por favor, ¿me pasas los boquerones?

Y Cristina, en vez de darte los boquerones, te dice:

-- ¿Has probado las coquinas? Prueba las coquinas, que están riquísimas...

Y te pasa las coquinas, y te quedas sin probar los boquerones victorianos de la ración al centro. Porque cuando has tomado esas coquinas que parece que las ha pescado Cristina en persona, los boquerones siempre se han terminado.

Todo esto cuando no ocurre lo peor: que alguien, transgrediendo toda educación comunitaria y moda de las raciones al centro, como primer plato pide para él solo, por ejemplo, unos chocos fritos. Llega el camarero y como es inusual que alguien pida un primer plato para él solo, lo plantifica en el centro de la mesa. Los chocos fritos suelen durar un plis, plas. El que los pidió no se atreve a reclamar su propiedad mientras todos los devoran. Hasta que alguien le dice:

-- Prueba estos chocos, verás que buenos están...

-- ¿No van a estar buenos? Como que yo los había pedido como primer plato para mí solo...

Por eso les animo a que se rebelen contra esta moda. Y que cuando el metre llegue con la sugerencia de las raciones al centro, le digan:

-- No, mire usted, el centro vamos a dejarlo para don Adolfo Suárez y a nosotros nos va a traer usted un primer plato para cada uno, como Dios manda.

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