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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3038 - 31 de octubre del 2002                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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"Jazmines en el ojal", editorial La Esfera de los Libros, prólogo de María Dolores Pradera   

"JAZMINES EN EL OJAL", nuevo libro de Antonio Burgos

 

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Dicen que uno de los momentos más emocionantes en los funerales de los papas Pablo VI y Juan Pablo, en 1978, fue cuando sus féretros fueron trasladados desde la plaza de San Pedro hacia el lugar en que iban a ser enterrados dentro de la basílica vaticana. En ambas ocasiones, los fieles que se habían congregado en la plaza prorrumpieron en un aplauso espontáneo, como señal de admiración por los pontífices. ¿Era la vez primera que se aplaudía a un féretro? ¿Era una costumbre italiana que se adaptó a los usos del Vaticano o fueron los primeros aplausos a un ataúd? Lástima que sean cortos mis conocimientos en historia de la Liturgia y del Pontificado y que no tenga respuesta a estas preguntas. De todos modos, queda en parte tranquilo ese sentimiento chocante de incomodidad que no sé a usted, pero a mí desde luego se me despierta en el alma cada vez que oigo a través de la televisión o presencio en directo algo ahora muy común en España: aplaudir a los féretros al término de las misas de "corpore insepulto" o al llegar al cementerio. Menos mal que la dichosa costumbre no es española, sino italiana. No tenemos, por tanto, la exclusiva mundial de las horteradas.

Decía Pemán que España era el país de los grandes entierros de las personas cuyos méritos se les habían negado miserablemente en vida. De vivir ahora el olvidado escritor, diría que España es el país de los grandes entierros y de los mayores aplausos a los ataúdes. En los entierros de los famosos del cine, de la canción, del teatro, no sabe uno si está en un funeral, en un estreno de teatro o en la entrega de los premios Goya. Aquí a los féretros no solamente se les aplaude sino que, si son de toreros, se les da la vuelta al ruedo. A Paquirri, cuando lo trajeron muerto de Pozoblanco, le dieron una póstuma vuelta al ruedo por el albero de la Maestranza de Sevilla y desde entonces no hay torero, banderillero, ganadero e incluso empresario taurino al que antes de darle cristiana sepultura no se le tribute la vuelta al ruedo dentro de su ataúd.

Serán todo lo cariñosos y sentidos que se quieran, pero a mí los aplausos a los muertos me rechinan. Sigo entendiendo que el silencio es la mejor forma de respeto y aprecio en la muerte de los seres queridos o admirados. Aplausos que me parecen especialmente trágicos cuando se trata del entierro de víctimas del terrorismo. Se aplaude, sí, a favor de la vida, de la libertad, de la paz, lo sé. Permítanme que les diga que esos aplausos me parecen fuera de lugar. Si extraños parecen cuando se los dan al ataúd de una artista, un cantante o un actor que al fin y al cabo los oyeron cada día de su trabajo en vida, más fuera de lugar aún me resulta que se aplauda a un político asesinado, a un servidor del orden que ha dado la vida por España.

Todo aplauso en recinto sagrado suena extraño, y no sólo en las tristezas, sino en las alegrías. Por si no fuera suficientemente hortera la moda nupcial de arrojar arroz a los novios a la salida de la iglesia, ahora impera la tendencia de aplaudirlos dentro de ella, cuando ha terminado la que antes se llamaba misa de velaciones. A mí me parece una cursilería horrorosa y una falta de respeto no sólo al templo, sino a los novios. Y lo peor es que no es una exaltada amiga de la novia o un emocionado amigo del novio quien pide el aplauso. Suele ser el cura celebrante del sacramento el que hace de jefe de la clac nupcial. Me quedé de piedra en la última boda a la que he ido, cuando tras la salve rociera final de la ceremonia, el cura, muy serio, se adelantó en el presbiterio y se dirigió a los presentes muy solemne, diciéndoles:

-- Y ahora pido un aplauso para Manolo y Pepita. ¡A ver esas palmas!

Se lleva que los novios no tengan que cortar la tarta en el convite y que los postres sean normales y corrientes, y se lleva mucho esto de los aplausos. Lo de la tarta, quizá sea por influencia de la boda de Ana Aznar Botella. Lo de los aplausos, no lo comprendo. Salvo, claro, lo que me dijo un guasón amigo del novio en la boda de Manolo y Pepita:

-- Hombre, el cura se ha quedado corto... Por cargar con Pepita, con lo fea que es, el mal genio que tiene y lo arruinada que está su familia, Manolo no se merece sólo un aplauso. ¡Lo de Manolo es de dos orejas y vuelta al ruedo!

 

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