Igual
que otros son aficionados a los caballos o al golf, lo mío el
hipermercado. Le tengo afición. Una afición baratísima. Por
mucho que compres y llenes el carrito hasta la corcha de jamones
ibéricos de bellota, nunca te cuesta como tener un barco en
Puerto Banús. El hiper es observatorio privilegiado de los
gustos, del nivel económico, de las tendencias del consumo. Y
para darle a la oreja, no hay lugar mejor. Eso que dicen los
políticos que hacen, escuchar al pueblo, es nimiedad comparada
con los placeres del oído de quienes frecuentamos las grandes
superficies. All� he comprobado que los personajes de Los
Morancos son de verdad, no ficción humorística. En cualquier
hipermercado llegas, coges tu carrito, te metes por esas calles y
oyes a decenas de Omaítas. Comentando los productos,
naturalmente. He estado en el Metropolitan Museum de Nueva York,
en el Museo Británico de Londres, en el Getty Museum de Los
Angeles. En ninguna de estas pinacotecas he visto nunca a dos
visitantes comentar una obra de Tiziano o de Rubens con la
intensidad y el conocimiento con que dos marías comparan las
excelencias del Colón o del Ariel en la casi museística galería
de detergentes del hiper. Cuando voy al hipermercado con Isabel lo
compruebo por propia experiencia. Una tarde le dije:
-- ¿Te has fijado que ni
cuando estuvimos en la Tate Gallery observabas con tanta atención
la fecha de los cuadros de Picasso como miras aqu� los minutos
del tiempo de cocción de los espaguetis antes de echarlos en el
carro?
Pero como asiduo paseante de
esas calles de las conservas de pescado, de los suavizantes y de
los cartones de leche, tengo bastante mala suerte con los carritos
del hipermercado. Debe de ser mi sino. Debo de tener la negra.
Cuando un amigo nos invita a almorzar en su club de tenis y
llegamos los convidados al control de la entrada, al único a
quien el portero le pregunta si es socio es a mi. En la llegada al
aeropuerto de Nueva York, en la larga cola del Departamento de
Inmigración, el único que no ha rellenado correctamente el
formulario de entrada es servidor. Que es obviamente el único que
tiene que irse a un mostrador a pedir otro impreso y rellenarlo
correctamente, poniéndose, como castigado, de último de la fila.
Y por esta sucesión de adversidades, soy el único que nunca,
absolutamente nunca, logra tomar un carrito en el hiper con las
ruedas en condiciones. Al menos eso creía, como cualquier mortal,
hasta que hice mi encuesta particular. Le pregunt� a una amiga:
-- Oye, ¿t� consigues
coger en el hipermercado un carrito cuyas ruedas funcionen
perfectamente?
-- ¡Nunca!
Otra amiga me matiz� lo que
usted mismo, señora, estar� descubriendo ahora:
-- No puede ser cuestión de
mala suerte. No es estadísticamente posible que con la cantidad
de carritos que hay en la fila de donde los liberamos con la
moneda de euro, resulte que ¡siempre! nos toque el que est� con
las ruedas mal, que lo empujas y se te va para un lado.
Un aficionado a los toros
diría que los carritos del hiper se "acuestan" todos:
ora por el izquierdo, ora por el derecho. Van a favor de querencia
de los quesos cuando quieres ir a los congelados. Absolutamente
ingobernables, cualquiera se examinaba de conducir con uno de
estos carritos: todos suspendidos. Son los grandes olvidados de
las grandes superficies, con las millonadas que transportan a su
bordo camino de las cajas. Reforman y adecentan el hiper, lo ponen
modernísimo, pero como de los angelitos negros de Machín, nadie
se acuerda de renovar los herrumbrosos, sucios, viejos carritos.
¿No han de pasar la ITV los coches con más de cinco años? ¿Por
qu� no hacen la ITV a los carritos de los hipermercados? Ni uno
solo superaría la prueba de alineación de ruedas y de
dirección. De otra forma no se explica que sea siempre el
nuestro, precisamente el nuestro, ese carrito con el que no hay
forma de andar a derechas por entre los repuestos de fregona y los
paquetones de pañales de beb�. Si por algo me gusta el comercio
electrónico es porque el carrito de hiper de la imagen digital
que simboliza la compra por Internet es el único del mundo que
tiene las ruedas en perfecto estado de revista y policía.

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