Cada
vez vienen en las revistas y en los periódicos más anuncios de
tonos y logos para los teléfonos móviles. Personalizar se llama
la figura. Trátase de salvarnos de la inmensa mayoría adocenada,
buscando algo original y propio. O completamente hortera, como
quienes a su telefonillo le ponen una carcasa con dibujitos de
Walt Disney, como si fueran unos niños. Dicen que sale
baratísimo ponerle al móvil uno de esos tonos como llamada, pero
aunque lo dieran gratis y encima me pagaran todo el oro del mundo
no le colocaba yo a mi Nokia de mi alma, pongamos, el "Aserejé".
Por lo que veo en esos anuncios, la gente le pone a los teléfonos
móviles como timbre las músicas más increíbles: el himno del
Real Madrid, la canción con que Rosa López fue a Eurovisión, la
sintonía de Betty la Fea, qué sé yo. Eso es bueno. Cuantas más
melodías espantosas ponga la gente en sus móviles, más sabremos
que no es el nuestro el que suena cuando estamos en un lugar
público.
El otro día estaba en un bar y
sonó insistentemente el timbre de un móvil con la melodía del
"Toreador" de "Carmen" de Bizet. Un amigo me
dijo:
-- Oye, a ver si es tú teléfono
el que está sonando...
Por poco lo reto en duelo:
-- ¿Tan mal concepto tienes de
mí que me crees tan hortera como para poner el
"Toreador" en el móvil?
Yo quisiera poner de melodía a
mi teléfono una de las más hermosas canciones de nuestra
memoria: el "Ojos verdes" que escribió el poeta Rafael
de León y Arias de Saavedra, musicó el maestro Manuel López
Quiroga y Doña Concha Piquer elevó a la categoría de monumento
histórico-artístico de la copla. Pero como ni Manu Tenorio ni
Chenoa ni incluso Rosa López en su segunda salida de Don Quijote
cantan el "Ojos verdes", no hay forma de encontrarlo en
las ofertas de logos y tonos. En vista de lo cual, me quedo con
los mejores tonos de los móviles: el ruido ambiente que se oye al
fondo cuando estás hablando con alguien. Sonidos de la vida
cotidiana que te acercan al interlocutor. Una vez me llamó un
amigo y oí clarines. Le dije:
-- No me digas que estás en los
toros...
-- Sí, ¿cómo lo has adivinado?
-- Hombre, ¿dónde vas a estar
que suene el cambio de tercio? Esos clarines me dicen que estás
en la plaza de las Ventas. Por cierto, ¿cómo ha estado El Juli
en el primero?
En el pasado veraneo me llamó al
teléfono móvil mi amigo el embajador de España en Canadá,
José Cuenca Anaya. Uno andaba por la Banhofstrasse de Zurich y
tuve que excusarme por el mal sonido:
-- Perdona, Pepe, pero estaba
pasando un tranvía...
Hicimos el más hermoso
intercambio de tonos de móviles, pues el embajador, que es un
horaciano escritor de los paisajes de su tierra de Jaén, me dijo:
-- Pues si es por tonos de fondo,
espérate, a ver si oyes estos pájaros que están cantando...
Y pude oír la pajarería de su
finca en la Sierra de Segura, donde verenea. Por lo que pude saber
entonces (que la conferencia le debió de costar un congo y hasta
una Namibia a Cuenca Anaya), mi amigo el embajador es algo que les
propongo como signo de nuestra hora: coleccionista en la memoria
de sonidos insólitos oídos al fondo de una conversación por el
teléfono móvil. Me dijo nuestro embajador en los fríos del
Canadá, donde ahora tiene tres cuartas de nieve:
-- No, esto de que te llame,
estés en Suiza y se oiga al fondo un tranvía es más o menos
normal. Lo raro es lo que me pasó el otro día con mi paisano
Juan Jiménez Aguilar, el secretario de la CEOE. Lo llamé y
escuché al fondo un ruido muy raro, que me extrañó, porque yo
lo hacía en su despacho de la patronal o negociando con los
sindicatos. Le pregunté qué era el ruido, y me dijo como lo más
normal del mundo: "No, es la sartén de la cocina de mi
madre; he venido a verla y me está friendo unos tomates... No
veas lo bien que fríe mi madre los tomates".
Como que estoy por cambiar en mi
móvil el incumplido deseo del "Ojos verdes" por el
nutricio sonido de fogones de la madre del secretario de la CEOE
friendo tomates. Que no vea usted cómo tiene que freír de bien
los tomates...

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