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De rosa y oro 

                                            por Antonio Burgos


Num. 3045 - 19 de diciembre 2002                                    Ir a "¡Hola!" en Internet
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Que el Dios que va a nacer nos coja confesados. Estamos en plena temporada de comidas de Navidad en la empresa. No les arriendo las ganancias a las secretarias de dirección que han de reservar en estos días mesa para un almuerzo importantísimo que tiene el jefe con unos señores que vienen de Barcelona para cerrar un negociazo que va a asegurar la cuenta de resultados para los dos próximos años. Ni en restaurantes de gran fuste y todos los tenedores, ni en modestas casas de plato del día con blancos y sobrios manteles recubiertos con un hule de plástico. La secretaria que llame para reservar mesa se encontrará con la misma respuesta:

-- Lo siento, para el almuerzo lo tenemos todo completo hasta el día 23. Si quiere para la cena, le podría mirar. Pero como estamos con las comidas de empresas de Navidad...

Cuando Carmina, la secretaria de dirección, recibe esa respuesta de un restaurante que Don José no suele frecuentar y que era precisamente el que querían conocer los señores de Barcelona que vienen a cerrar el trato del siglo, llama entonces al que su jefe va casi siempre, convencida de que allí sí que encontrará mesa. Que si quieres arroz, Carmina. En el restaurante donde su jefe se deja al cabo del año un dineral con cargo ora a la Visa Business, ora a la American Express Corporate, no solamente recibirá una negativa sino, encima, la bronca del metre amiguete:

-- Pero, hombre, Carmina, ¿cómo se te ocurre reservar mesa en estos días? Tú sabes mejor que nadie que no damos abasto con las comidas de Navidad. Lo siento, pero no puedo atender a don José. Si por lo menos me hubieras avisado hace un par de semanas. Lo tengo absolutamente todo cogido. Como a todo el mundo le ha dado por las comidas de Navidad...

Todos sufrimos las comidas de Navidad, que no es lo mismo. Lo malo no es la dificultad de encontrar mesa. Lo peor es tener que asistir con los compañeros de trabajo a una de las espantosas comidas de Navidad, donde toda fraternidad es ficticia y donde los que durante el año se hacen las más bajunas faenas y se pegan por la espalda las más crueles puñaladas se sienten como en la obligación de una tregua de zancadillas caídas y de una demostración de simpatía tan forzosa como falsa. El que se quedó con el plus de responsabilidad en el puesto de trabajo que te correspondía a ti es precisamente quien más abrazos te da y más Felices Pascuas te desea, en cuanto se achispa con el generoso Rioja o Ribera del aperitivo, y nada digo luego, a los postres, cuando con los dulces propios de las fechas viene el güisqui en copa de balón.

Llegas en estos días al restaurante y los ves en mangas de camisa, en la larga mesa, entre risas forzadas, bromas pesadas y chistes subidos de tono. Ellos se han quitado todos las chaquetas y las tienen puestas en los respaldares de las sillas. Esto parece como obligatorio. Ellas se ríen más que nadie, subiditas de copas. Parecen como niños en autobús de excursión escolar que de un momento a otro fueran a empezar a cantar: "Conductor, conductor de primera, acelera, acelera". Porque cantar, cantan. ¡Vamos que si cantan! No hay comida navideña de empresa entre los compañeros de trabajo en la que el río del vino y los licores no desemboque en su mar natural: los cantos regionales o las canciones de moda. O en algo aún peor: la "Operación Triunfo" dentro de la empresa. Siempre hay quien se siente obligado a descubrir las habilidades cantoras de la antes referida Carmina, la secretaria de don José. Da con una cucharilla en una copa y anuncia solemne:

-- ¡Callad, callad! ¡Un momento de silencio! Escuchad: que ahora Carmina nos va a cantar el "Mola mazo".

-- ¡Eso, eso, y nosotros te hacemos los coros, Carmina!

Y Carmina, tras negarse insistentemente, puestecita de gin tonic (que es lo suyo) como está, acaba cantando el "Mola mazo". ¡Vamos que si acaba cantando el "Mola mazo"! Yo no sé si Carmina mola mazo o no mola mazo. Lo que sí sé es que a nadie le molan absolutamente nada estas obligadas comidas del falso compañerismo de Navidad. Pero no hay quien tenga valor suficiente como negarse a ir cuando las organizan en tu oficina. Yo más que me toque el Gordo, lo que sueño cada Navidad es no tener que ir a ninguna comida de compañeros de trabajo.

 

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