Que
el Dios que va a nacer nos coja confesados. Estamos en plena
temporada de comidas de Navidad en la empresa. No les arriendo las
ganancias a las secretarias de dirección que han de reservar en
estos días mesa para un almuerzo importantísimo que tiene el
jefe con unos señores que vienen de Barcelona para cerrar un
negociazo que va a asegurar la cuenta de resultados para los dos
próximos años. Ni en restaurantes de gran fuste y todos los
tenedores, ni en modestas casas de plato del día con blancos y
sobrios manteles recubiertos con un hule de plástico. La
secretaria que llame para reservar mesa se encontrar� con la
misma respuesta:
-- Lo siento, para el almuerzo lo
tenemos todo completo hasta el día 23. Si quiere para la cena, le
podría mirar. Pero como estamos con las comidas de empresas de
Navidad...
Cuando Carmina, la secretaria de
dirección, recibe esa respuesta de un restaurante que Don Jos�
no suele frecuentar y que era precisamente el que querían conocer
los señores de Barcelona que vienen a cerrar el trato del siglo,
llama entonces al que su jefe va casi siempre, convencida de que
all� s� que encontrar� mesa. Que si quieres arroz, Carmina. En
el restaurante donde su jefe se deja al cabo del año un dineral
con cargo ora a la Visa Business, ora a la American Express
Corporate, no solamente recibir� una negativa sino, encima, la
bronca del metre amiguete:
-- Pero, hombre, Carmina, ¿cómo
se te ocurre reservar mesa en estos días? T� sabes mejor que
nadie que no damos abasto con las comidas de Navidad. Lo siento,
pero no puedo atender a don Jos�. Si por lo menos me hubieras
avisado hace un par de semanas. Lo tengo absolutamente todo
cogido. Como a todo el mundo le ha dado por las comidas de
Navidad...
Todos sufrimos las comidas de
Navidad, que no es lo mismo. Lo malo no es la dificultad de
encontrar mesa. Lo peor es tener que asistir con los compañeros
de trabajo a una de las espantosas comidas de Navidad, donde toda
fraternidad es ficticia y donde los que durante el año se hacen
las más bajunas faenas y se pegan por la espalda las más crueles
puñaladas se sienten como en la obligación de una tregua de
zancadillas caídas y de una demostración de simpatía tan
forzosa como falsa. El que se qued� con el plus de
responsabilidad en el puesto de trabajo que te correspondía a ti
es precisamente quien más abrazos te da y más Felices Pascuas te
desea, en cuanto se achispa con el generoso Rioja o Ribera del
aperitivo, y nada digo luego, a los postres, cuando con los dulces
propios de las fechas viene el güisqui en copa de balón.
Llegas en estos días al
restaurante y los ves en mangas de camisa, en la larga mesa, entre
risas forzadas, bromas pesadas y chistes subidos de tono. Ellos se
han quitado todos las chaquetas y las tienen puestas en los
respaldares de las sillas. Esto parece como obligatorio. Ellas se
ríen más que nadie, subiditas de copas. Parecen como niños en
autobús de excursión escolar que de un momento a otro fueran a
empezar a cantar: "Conductor, conductor de primera, acelera,
acelera". Porque cantar, cantan. ¡Vamos que si cantan! No
hay comida navideña de empresa entre los compañeros de trabajo
en la que el río del vino y los licores no desemboque en su mar
natural: los cantos regionales o las canciones de moda. O en algo
aún peor: la "Operación Triunfo" dentro de la empresa.
Siempre hay quien se siente obligado a descubrir las habilidades
cantoras de la antes referida Carmina, la secretaria de don Jos�.
Da con una cucharilla en una copa y anuncia solemne:
-- ¡Callad, callad! ¡Un momento
de silencio! Escuchad: que ahora Carmina nos va a cantar el
"Mola mazo".
-- ¡Eso, eso, y nosotros te
hacemos los coros, Carmina!
Y Carmina, tras negarse
insistentemente, puestecita de gin tonic (que es lo suyo) como
est�, acaba cantando el "Mola mazo". ¡Vamos que si
acaba cantando el "Mola mazo"! Yo no s� si Carmina mola
mazo o no mola mazo. Lo que s� s� es que a nadie le molan
absolutamente nada estas obligadas comidas del falso compañerismo
de Navidad. Pero no hay quien tenga valor suficiente como negarse
a ir cuando las organizan en tu oficina. Yo más que me toque el
Gordo, lo que sueño cada Navidad es no tener que ir a ninguna
comida de compañeros de trabajo.

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