En
la más que loable tendencia de profundizar en nuestras raíces
históricas, est� abierta en el Museo del Ferrocarril de la
antigua estación madrileña de Delicias la exposición
"Viajes Reales en Ferrocarril". Se recrea all� el
ambiente de lujo y comodidades que tenían los refinados coches de
los antiguos ferrocarriles regios de tiempos de Don Alfonso XIII.
Eran como miniaturas rodantes de salones del Palacio de Oriente
sobre los caminos de hierro de aquellas viejas compañías que
Renfe absorbi�: Ferrocarriles del Norte, Ferrocarriles Andaluces
o Madrid-Zaragoza-Alicante, con ese anagrama del MZA que blasonaba
las estaciones de media España.
Con su lujo de Oriente Exprés,
sus muebles de firma, sus alfombras, sus cortinas de encajes, su
cristalería de la Granja, sus vajillas de Limoges, sus
cuberterías de Chistopher, sus marqueterías con marfil, sus
espejos biselados, no envidio en nada, salvo en la belleza de
estos objetos, a aquellos trenes de los Reyes. Por muy lujosos que
fueran los coches-salón de Don Alfonso XIII, para m� que, lujos
aparte, los Reyes de España no han viajado con toda comodidad en
tren hasta que Don Juan Carlos y Doña Sofía inauguraron en 1992
el Ave a Sevilla. Tardaron dos horas y cuarto en recorrer el
camino que suponía más de una jornada entera para Don Alfonso y
Doña Victoria Eugenia. Entre el placer del lujo lentísimo y la
comodidad en la rapidez, mejor lo segundo. Con lo que cualquier
visitante de esa exposición que admire los lujosos objetos podr�
decirle a su mujer:
-- Déjate de cuentos de las mil
y una noches del tren de los Reyes. Yo s� que te llevo a ti como
una Reina cuando vamos a Córdoba, y vamos y volvemos en el día,
y podemos dormir en casa, que como en casa de uno no se est� en
ninguna parte...
La comodidad es el supremo placer
de los viajes. A pesar del lujo, aquellos trenes regios debían de
ser incomodísimos. Por muy historiada que fuera la cama,
cualquiera conciliaba el sueño... Por eso me acaba de ganar
totalmente Isabel Preysler. Si admiraba su elegancia y serenidad,
he quedado rendido ante su inteligencia cuando he leído la
entrevista tras su proclamación como la más elegante por los
lectores de "¡HOLA!". Siempre me inquiet� el
número de maletas con que Isabel Preysler llegaba al aeropuerto
de Málaga para inaugurar oficialmente la temporada de baños
en Marbella. Maletas buenísimas todas, por descontado, de Louis
Vuitton, nada de esos cofrecitos con ruedas que los ejecutivos
colocan bajo los estrechísimos asientos del avión. Ahora me
explico la razón de tan copioso equipaje. Pocas maletas me
parecen, cuando me he enterado que Isabel Preysler viaje siempre
con su propia almohada. Ole. Eso s� que se llama confort y
comodidad. ¿De qu� vale que le den a uno en el Hotel Pierre de
Nueva York o en el Ritz de París la más lujosa suite, si luego
se extraña la cama y no se puede dormir? Isabel Preysler nos ha
dado la clave: no extrañamos las camas, sino las almohadas. A
buen cansancio no hay colchón excesivamente duro ni excesivamente
blando. Pero la almohada es otra cuestión, no es para jugar.
Yo he estado en esos hoteles de
cinco estrellas donde te ofrecen, con la carta de vinos del "room
service", la carta de almohadas, para que pidas la que más
te guste, si de plumas, si de lana, si de espuma sintética, si
dura o si blanda. He probado pedir una almohada lo más parecida a
la que uso en casa, y a pesar de ello hasta las tantas no he
conciliado el sueño. Duermo, lo confieso, de un modo rarito: con
almohada y cuadrante. De forma que cuando llego a un cuarto de
hotel, lo primero que miro son los altillos del armario, para ver
si hay cuadrante y pedirlo a la camarera de piso en caso
contrario. No crean que es fácil pedir en Viena o en Friburgo un
cuadrante si no lo hay. ¿Cómo se dice "cuadrante" en
alemán? Por eso Isabel Preysler me ha convencido completamente.
Nada, en mi próximo viaje, ni traje oscuro por si se tercia cena
ni gabardina por si llueve. Lo primero que echar� en la maleta
ser�, como la Preysler, mi almohada de casa. Y mi cuadrante. Que
eso no lo dice la entrevista de Tico Chao, pero me pega muchísimo
que la Preysler viaje también con su cuadrante. Sólo duermiendo
como en casa de uno, con su propia almohada y su cuadrante, se
puede uno levantar tan perfecto como Isabel, para quien las noches
toledanas no existen ni aunque est� en la mismísima Conchinchina.
Sobre este tema, en El
RedCuadro: Las maletas de Isabel Preysler

|