A
los programas de televisión les hacen esas mediciones de
audiencia que llaman con una palabra misteriosa que nadie sabe
cómo traducir: "share". Dicen que tal programa ha
tenido tal "share" y que lo han visto tantos millones de
criaturas, y la gente lo cree a pies juntillas. Lo cual me hace
mucha gracia, como signo de esta sociedad llamada civil y laica,
donde cada vez es más heroico mantener alguna creencia
relacionada más o menos remotamente con un sentimiento religioso.
Es de buen tono social no creer en nada: en Dios, lo mínimo
indispensable; y por descontado que en absoluto en ninguno de los
dogmas de la religión. Lo que me sorprende es que los mismos que
presumen de no creer que el Papa sea infalible o que Jesucristo
naciera de María Virgen, admiten sin pestañear que exactamente
6.734.691 personas, ni una más ni una menos, vieron el partido
Madrid-Barcelona.
Aunque me tengo por persona bien
relacionada, viajada y leída, con muchísimos conocidos, no me he
encontrado en mi vida con ninguno de estos tipos:
1.- Un señor que haya respondido
alguna vez a una encuesta electoral.
2.- Un señor que tenga instalado
en su casa uno de esos aparatitos con los que dicen que miden muy
científicamente las audiencias de los programas de televisión.
Y como no conozco a nadie que
haya dicho a un encuestador su intención de voto ni a nadie que
tenga enchufado al televisor de su salita el audímetro, pues,
¿qué quieren que les diga? Me resulta mucho más fácil creer en
el misterio de la Santísima Trinidad que en la veracidad de las
encuestas electorales o de los datos de audiencias de la
televisión.
Más que las audiencias de los
programas, yo mediría la indignación que despiertan entre gente
formada y con criterio, que sería mucho más interesante que
saber cuántos millones de moscas no se han equivocado consumiendo
mierda. Más que el audímetro, yo pondría en determinados
hogares de personas de prestigio, honradas y responsables, el
"indignómetro". Ya que se fabrican tantas maravillas
tecnológicas, que si el teléfono móvil que manda la ecografía
del primer hijo, que si el DVD que te permite contemplar la
película que pudo haber sido y no fue, no creo que sea tan
difícil inventar y fabricar en serie el "indignómetro".
Aparato que mediría, obviamente, con datos científicos y
fiables, la indignación que produce en la audiencia responsable y
cualificada esta degeneración colectiva de la televisión del
famoseo y de las exclusivas que hemos de padecer. Sería una
maravilla. Se pondrían a cero los indignómetros con el control
de la sensación que producen en los miembros de la familia los
documentales de "National Geographic", no cuando a la
hora del almuerzo una hiena se está comiendo el cadáver de un
asno en descomposición, sino cuando sale la mamá osa alimentando
a los oseznos o el colibrí macho cortejando a la colibresa
hembra. Acto seguido, se aplicaría el indignómetro a cualquier
programa de famoseo y exclusivas en el momento en que, previo pago
de su importe, el chulo cubano de turno cuenta sus aventuras de
cama con la actriz decrépita. Entonces, el técnico instalador
pondría el indignómetro en valor 100. Y ya tendríamos la escala
de valores en esta sociedad donde las escalas de valores, por
cierto, importan un pimiento. Con esa gradación del 0 al 100
establecida, podríamos medir muy fiablemente el grado de
indignación de que produce la que no tiene más oficio que el
comercio de su cuerpo, por lo que es famosa y popularísima, o el
chulángano que vive de sus braguetazos. Hasta podría
establecerse la Ley Sardá, que dice que a mayor indice de
audiencia de las grandes masas, mayor indignación en las personas
de criterio, que no son tan pocas como creemos.
Mientras se crea el indignómetro,
tengo en casa uno de artesanía, pero bastante fiable, que es
escuchar los comentarios de Ignacita mi suegra cuando estamos
contemplando uno de esos programas:
-- ¿Qué va a decir ésta, si es
más tuna que María Martillo? Anda, lo que faltaba: ahora le
contesta ésta, que es la que le ha quitado el marido, y que es
como la gallina de Matilde, que aprendió a nadar para irse con
los patos...
Nada, nada, frente al "share"
del audímetro se impone el "share" del indignómetro
para acabar con tanta basura.

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