Una
vez me lo preguntaron como una de esas cuestiones más
traicioneras que insólitas que suelen plantear en las
entrevistas, del tipo "¿qu� cuadro salvaría usted de un
incendio en el Museo del Prado?" o "¿a quién
elegiría para irse a vivir a una isla desierta?" En esos
casos hay que contestar: "Usted es un mal nacido, que lo
quiere es que El Prado salga ardiendo y que el barco se me
hunda". La pregunta era del mismo corte, aunque más culta
e ilustrada: "¿En qu� sitio y en qu� época le hubiera
gustado vivir?" Dije, naturalmente, que en Cádiz. Y
créanme que lo dije de corazón, no de "ojaneta de la
Caleta", como llaman all� a la falsedad. ¿Cuándo? Est�
clarísimo: en el Cádiz de las Cortes de 1812, cuando la
Libertad estaba naciendo en la cuna de la Constitución y la
ciudad era espejo donde dos mundos se miraban, América y
Europa. Pero matic� mi utopía de la moviola de la Historia con
ciertas matizaciones: "Me gustaría vivir en el Cádiz de
las Cortes, pero teniendo luz eléctrica, teléfono,
televisión, calefacción, agua corriente, antibióticos, gas
ciudad, ordenador, ascensor, fax, y, si me apuran, un coche a la
puerta que no fuese un coche de caballos."
-- Hombre, as�, cualquiera...
La llamada cultura material es
el verdadero signo de nuestro tiempo, al que no podemos
renunciar. A los inventos les pasa como a los seres queridos que
tenemos cerca: que sólo los echamos en falta cuando se nos van.
Me di cuenta la tarde de la pasada Nochebuena. Venían a cenar
los más cercanos de la familia, estaba todo casi dispuesto,
cuando a 8 de la tarde, de golpe, plas, se fue la luz. Como
solemos hacer, sal� a la escalera, para ver si se había ido en
toda la casa o la avería era nuestra. Mal de muchos, consuelo
de pisos sin luz. Sal� y comprob� que la avería nos había
tocado a nosotros solos. Con el cava y el "foie"
puesto en la nevera. Con todo a punto de estropearse, y con los
platos que había que calentar, fríos como el mármol. Y sin
luz para poder ver y arreglarnos, y parado el aire acondicionado
que calentaba la casa helada. ¿Y quién encontraba un
electricista a aquella hora, si todos estarían ya en sus cenas
de Nochebuena? Menos mal que tengo un portero que es mejor que
Iker Casillas y que mi tocayo el Mono Burgos juntos, que pude
llamarlo angustiado y que vino el hombre desde su casa aquel
día y a aquella hora y, como es un manitas generosísimo y
eficaz, nos devolvi� no sin pocos trabajos la luz y, con ella,
la civilización.
Sin tragedias griegas
eléctricas al filo de la Nochebuena, piensen en el elogio que
le hacemos a la civilización el día que el ascensor est�
roto, o lo están revisando los técnicos, y tenemos que subir
los seis pisos de casa a pie. El otro día, por la Candelaria,
estuve en la aldea de El Rocío y le di mi personal homenaje a
la civilización. Estábamos en una casa confortable, con unos
baños magníficos, un equipo musical con discos apropiados, una
luz radiante. Despachamos un asunto del trabajo por el teléfono
móvil. Hace cuarenta años, cuando mi madre iba a rezarle a la
Blanca Paloma, teníamos que llegar por caminos de tierra a una
aldea donde no había luz, ni agua corriente, ni teléfono. Era
como si llegáramos directamente de la Sevilla del desarrollo y
el 600 a la España de los grabados de Gustavo Dor�.
¿Y en medicina, dónde dejamos
los avances? Si Fleming no hubiera descubierto la penicilina y
Waksman la estreptomicina, yo no podría estar ahora escribiendo
este artículo. Hubiera muerto en aquella epidemia de meningitis
infantil que hubo en España en 1950 y que se llev� a muchos
compañeros del colegio. Gracias a la estreptomicina que le
traían a mi padre de contrabando desde Tánger puedo contarlo
ahora. Y hacerles ver que no sabemos lo que tenemos de lucrarnos
de todos los avances de la Historia. El Instituto de Tecnología
de Massachusetts (MIT) ha publicado los resultados de una
encuesta hecho en Estados Unidos en torno a esta pregunta:
«¿Sin cuál de estos cinco inventos no podría usted vivir? 1,
automóvil; 2, cepillo de diente; 3, ordenador; 4, teléfono
móvil; y 5, horno microondas�. El cepillo de dientes triunf�
entre los entrevistados, tanto adultos (42%) como adolescentes
(34%). Me imagino que ser� el cepillo de dientes eléctrico.
Porque yo no s� usted, pero yo no sabría vivir no sólo sin
esos cinco inventos, sino además sin frigorífico, sin
televisor, sin friegaplatos, sin lavadora, sin cafetera
eléctrica. No quiero ni recordar aquel entripado de la avería
eléctrica al filo de la Nochebuena, que nos dej� como a los
pastores en Belén, pero sin ni siquiera fuego de la candela del
microondas.