No
hay nada que guste más en España que una moda comercial.
Nuestras ciudades se llenan de establecimientos de un tipo u
otro según moda. Primero se llevaban las tiendas de
electrodomésticos, y todo el mundo puso una, hasta que se
arruinaron todas, de tantas como había. Luego, las boutiques;
todas las señoras sin nada que hacer y con marido riquito
abrieron una tienda de trapos variados. Ahora se llevan mucho
los comercios de decoración especializados en listas de boda, o
las tiendas de ropa con blancos escaparates copiados de Zara. Se
llevan las tiendas de bocadillos en franquicia, las cantinas de
comida mexicana, o por lo menos tex-mex. Se llevan los mesones
serranos, curiosos mesones serranos de chacinas y embutidos, de
lomos ibéricos y de presas y secretos de cerdo, donde todo
jamón es de cinco jotas y toda pata es negra; en los mesones
serranos, hasta las patas de las sillas son de pata negra,
faltaría más, o por menos pasan por tales. Se llevan también,
muchísimo, los restaurantes de pescado presuntamente
malagueño, que han agotado el léxico marinero a la hora de
registrar un nombre. Piense algo relacionado con la mar, el
litoral, la pesca o los barcos, sea copo, marea, escollera,
espigón, chanquete, cabo, cococha o bajamar, que seguro que
encuentra un restaurante con ese nombre.
Y se llevan, pero más que
nada, los hoteles con encanto. Los hoteles con encanto son a
nuestro tiempo los que los paradores nacionales a los tiempos de
nuestros padres. Antes todo alcalde que tenía en el pueblo un
antiguo pósito de granos de los diezmos, un castillo medio en
ruinas, un viejo convento desamortizado o un cuartel de
migueletes de cuando las coplas de "Paco, Paco" de
Encarnita Polo, se iba a Madrid a ver al ministro de
Información y Turismo para que hicieran all� un parador
nacional. Hemos ganado bastante en capacidad de iniciativa.
Ahora no es el alcalde del pueblo quien, como antes el parador,
quiere hacer un hotel con encanto. Ahora es generalmente el
propio dueño del edificio arruinado o en desuso quien acomete
la obra para convertir aquello en hotel con encanto. Si es con
fondos de la Unión Europea, mejor que mejor; pero tampoco
importa si no se hallan, ah� están las cajas de ahorro. Tantos
hoteles con encanto se están haciendo en España, que me
extrañó el otro día entrar en una caja de ahorros y comprobar
que no había ninguna ventanilla donde pusiera: "Aqu� se
piden los créditos para poner un hotel con encanto".
Todo el que hered� una vieja
casona en un pueblo asturiano, o un cortijo andaluz por la parte
de Antequera, o un molino a la orilla de un río castellano, o
una masía señorial en Cataluña, piensa que el mejor destino
que le puede dar es convertirlo en hotel con encanto. Todos
piensan lo mismo:
-- Un hotel pequeño, con diez
o doce habitaciones...
Pues tacita a tacita, a base de
hoteles con encanto de diez o doce habitaciones por barba, aqu�
debemos de tener ya en cortijos y molinos, en castillos y casas
solariegas más capacidad en cuartos de hotel que en el
mismísimo Nueva York. Los primeros fueron realmente
encantadores. Sorprendía aquello inicialmente tan insólito de
que te tomaras el aperitivo en una cuadra, que habían
convertido naturalmente en bar, con el pesebre de mostrador y
todo, o que te sirvieran el desayuno (bueno, que te lo sirvieras
t� mismo, claro) en lo que antes fue el palomar. La repetición
de uso ha hecho que los hoteles con encanto hayan perdido mucho
de su nombre. Sabes que la suite principal es el cuarto donde
durmi� Franco una vez que fue de montería a aquellas sierras.
Sabes que el bar o bien est� en la antigua cuadra, o bien en el
antiguo comedor de los criados. Sabes que tu cama probablemente
tendr� dosel y que en un rincón del cuarto habr� un
palanganero como los antiguos, pero reconvertido a lo mejor en
minibar, ¿quién sabe? Lo demás poco importa: que el desayuno
sea aceptable, el servicio efectivo y amable, la lavandería
rápida y que puedas pedir que te lleven algo caliente al cuarto
a las 12 de la noche son fruslerías. Cuanto es el tuétano
profesional de un hotel queda supeditado al exotismo del encanto
y abandonado en manos de aficionados locales a la hostelería.
Razón por la cual muchas veces salimos absolutamente
desencantados del hotel con encanto. O encantados de haberlo
conocido, para no volver más.
Y a ese amigo que hered� una
finca y quiere hacer all� un hotel con encanto, cuando nos
pregunta qu� nos parece la idea le decimos:
-- Vale, haz un hotel, pero
mejor que un hotel con encanto, pon en la puerta un letrero que
diga: "Este hotel no tiene encanto ninguno, pero todo
funciona perfectamente."